Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / 

Hace poco, mientras tomaba café con un par de amigos, hablábamos de los artistas que nublan el cielo del espectáculo en nuestro país. Y apareció la vieja historia de que ellos significan grandes dividendos para los peores sátrapas del mundo de las disqueras, televisoras y demás medios que se nutren de la popularidad de estas figuras de la fama, y que con su publicidad, acorralan a los que cada día salimos a la realidad, tal y como la vemos en las banquetas pelonas y desprovistas de protección para el ciudadano de a pie. Sin embargo, los que en esta realidad vivimos, nos la jugamos y le apostamos a una lírica que en la mismísima calle, hemos de encontrar para el bien y el mal del corazón que anda a pelo, y perfectamente desprotegido como un jinete en un caballo sin rienda.

No negaré que la música que se oye en la radio, no pasa por alto en mi vida ordinaria y tampoco debo negar que me detengo a ver a esos cantantes que están con su imagen en cada espectacular y en cada barda de la vida ordinaria de la ciudad en la que vivo. Algunos irremediablemente ridículos, feos, excesivos y erráticos. Es la vulgaridad lo que los hace notar entre el público que gusta de la vulgaridad, entendida como elegancia y moda y totalmente “legitima” para vivir. Pero hay algunos que llaman mi atención y los atiendo, los veo, los escucho y me gustan. El dueto de Ha–Ash, de dos cantantes hermanas, es uno de estos casos que me atraen y diré por qué. Siempre me ha gustado la gente que se entrega con todo lo que tiene y cierra los ojos y va al abismo, al riesgo, al filo del mundo y vive con la entrega que la vemos cantar, actuar, escribir, pintar, etc. Y eso me gusta sin medida, en una mujer que canta. Soy presa –como Butes– de la ensoñación que las sirenas le provocan a un hombre que las oye cantar y salta de la nave de los argonautas. Mujeres así, podría escucharlas y mirarlas interminablemente en esa entrega que en pocas cantantes se percibe.

El dueto Ha–Ash, me cautivó desde que escuché una canción (“¿Qué hago yo?”) que les diera la fama y me pareció, que las que cantaban, se desgarraron con las palabras que de su canto brotaban y poco a poco fui conociéndolas, hasta que alguna vez las vi en una entrevista en televisión y allí con una guitarra, cantaron. Vi en ellas la gracia de quien sabe entrar al fondo de la oscuridad de los sentimientos que en la interpretación se vive.

Pasó el tiempo y yo no era precisamente su seguidor. Su trabajo discográfico aumentó sin que yo estuviera atento; también yo estaba ocupado tratando de entregarme a la vida y a la escritura con los ojos cerrados y tocando el fondo de la oscuridad de mi voz que mucho me ha costado encontrar. Siempre escucho a Shumman, a Mahler, Ravel, Vivaldi, etc., y poco me ocupo de los “artistas populi”, por llamarles de algún modo. Y es que nunca he sido radical. No vocifero que me gusta José Alfredo, Chavela Vargas, Sabina, Cuco Sánchez, Los alegres de Terán, por la pose mamona del que desciende del Olimpo a mancharse de lodo a los bajíos de las cantinas pelonas, no, me gustan de verdad. Y tampoco me apena, porque crecí con la música ranchera que se escuchaba en la radio mexicana de los años sesenta, y nadie allá en mi pueblo hablaba de música culta. Eso fue un descubrimiento magnifico mucho más tarde.

Por alguna razón que sólo el azar pudiera explicar, reencontré al dueto y vi cómo cantan sus canciones. Observé que esa entrega que conocía en sus voces, puede verse en su interpretación corporal y vocal. Cantan sin miedo, sin timidez y con la seguridad de que aquello que dicen sus letras, es suyo, como cuando uno mismo se hiere con sus propias palabras y corre el riesgo de ahogarse con sus propias lágrimas. Me impresionó verlas y escucharlas cantar sus canciones que me habían gustado tiempo atrás. Me acerqué a otras de sus piezas en conciertos en vivo y comencé a escuchar su música en Youtube, pero sobre todo a verlas como interpretan sus canciones, aunque estén hechas de lugares comunes (tampoco soy radical, ni les exijo que canten sus versos como yo creo que deben ser los versos; la lírica y la vena, son de ellas y así me emociona). Me emocionan sus canciones y las he escuchado con más de dos güisquis y me encanta como Ashley se desgarra cantado a pulmón batiente: “Yo no sabía que con un beso se podía parar el tiempo y lo aprendí de ti”, creyendo en cada palabra como si las estuviera lanzando, igual que el cazador estira la flecha en el arco a fondo, y antes de tocar su propio corazón y herirlo, deja volar la flecha directa matar a la presa. “Yo no sabía que con sus besos iba a reemplazar los tuyos, lo aprendí de ti”. Y Hanna, más mesurada que su hermana, pero con la intensidad necesaria, se entrega a cantar y a rasguear la guitarra. Vi la manera de interpretar sus canciones y en ellas vi el esplendor, el histrionismo sobre el escenario. Vi de cerca su fuerza interpretativa y fui presa de la armonía que llegaba desde la penumbra que vive en una mujer y al cantarla, la convierte en una nueva luz de su alma. Y sé que ese es el único milagro que vive aquel que ha de ser presa de “esa extraña forma del tiempo” que es la música, a decir de Borges.

Me gustan las cantantes que lanzan con amor, la voz en el aire y en ella va el fervor y el fuego que el corazón les da. Con ese sentimiento y los ojos cerrados, las veo cantar desde la oscuridad de una entrega honda, seria y bajo el riesgo que toda entrega contiene.

He visto a este dueto de mujeres, hacer temblar su propio corazón y el de los que también sentimos temblar el corazón con ciertas melodías.º

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