Para el morenista las pruebas expuestas por medios de comunicación sobre sus propiedades son “omisiones involuntarias”.
Por: Mario Galeana
Miguel Barbosa mira mordaz hacia la cámara y agita las cejas profusas, mientras bate el dedo en el aire y se revuelve en su silla. Hoy, al mediodía del 30 de mayo, parece contento. Sus modales y sus gestos son distintos, aunque no así sus palabras, que siempre invocan la llamada “teoría del asedio”, porque, para él, que la prensa cuestione el patrimonio de un servidor público es, sobre todo, un asalto, un fastidio.
Está sentado en su despacho, que se ha convertido en el mejor templete para su campaña electoral. Desde allí, desde ese sillón, ha lanzado promesas, ataques y sentencias por más de un mes. Y este día ha dispuesto que debe corregir a dos medios de comunicación, “dos periódicos poblanos muy respetables”, dice. Se refiere al diario Cambio y a 24 Horas Puebla, los mismos a los que, dos días atrás, ha bautizado como “los ejecutores de la teoría del asedio”.
Si la posverdad anidara en algún lado, seguramente sería en ese rincón desde el cual Barbosa dice, justo ahora, que no posee ningún rancho en el municipio de Zoquitlán, apostado en la Sierra Negra. Hay un folio –el 01895061–, documentos oficiales –expedidos por el mismo Registro Catrastral– y declaraciones –obreros y pobladores– que acreditan que el inmueble fue suyo hasta hace por lo menos siete meses, pero el candidato al gobierno de Puebla los nulifica. No existe prueba más allá de su propio testimonio.
“Falso”, dice y bate el dedo. “Absolutamente falso”, insiste y vuelve a batir el dedo. “Entonces, también se los aclaro, porque no hay ninguna nota registral, ni omití esa propiedad en mi declaración 3de3, porque no está dentro de mi propiedad”.
Aquí viene la posverdad: Barbosa utiliza una confusión del diario Cambio, el mismo que por error ha señalado en su primera plana que una de las residencias del candidato se encuentra en venta por casi 34 veces más que el valor que reportó en su declaración patrimonial, para decir que la posesión del rancho en la Sierra Negra forma parte también de ese costal de acusaciones falsas que la prensa le endosa.
“Quiero dejarlo así, porque de verdad fueron dos primeras planas de dos periódicos respetables, que creo que fueron omisiones involuntarias; no creo que sean omisiones deliberadamente de señalamiento, de asedio en mi contra”, dice al invocar, ahora bajo el velo del sarcasmo, su teoría favorita.
“No lo creo”, remata, y mira mordaz hacia la cámara, mientras agita las cejas profusas, bate el dedo en el aire y mece el cuerpo en la silla.
