La Loca de la Familia 

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia 

Hace algunos años alguien intentó meterme un calambre, es decir, quiso ponerme en jaque con una amenaza pueril y estúpida. Esta persona, que es todo un personaje, intentaba sacarme lo que comúnmente se conoce como “trapos sucios”, esos que yo no he lavado en casa, sino en la lavandería más grande: mi columna.

Durante años este espacio ha sido, más que un trabajo, el diván donde hago de mis traumas una bulimia. A muchos les sirve ir con el terapeuta. A mí no. La única vez que visité a uno, el muy endino quiso pasarse de lanza y salió bailando rumba después de que le solté dos o tres frescas sobre su falta de ética. Quizás no fui con la persona indicada, pues no dudo que haya profesionales que curen a los locos como yo, sin embargo, yo creo que la locura es más un atributo que un defecto, o sea que prefiero quedarme así.

Entonces el personajito que intentaba chantajearme con sacar a la luz no sé cuánta sandez, se tuvo que quedar con su archivo en la mano, ya que pese a sus extravagantes métodos de espiarme, no pudo dar el siguiente paso por una sencilla razón: yo había soltado la morralla antes, es decir, todo lo infame que he cometido, lo he escrito sin rubor.

A eso yo le llamo el fino arte de vacunarse, o como vulgarmente se dice: de curarse en salud.

Cuando comencé a hacer mis pininos en la escritura no sabía bien a bien qué era lo que debía contar. No tenía mucha bibliografía, así que eché mano de mi biografía que es rica en dramas y en emociones fuertes. Pensé entonces: ¿a quién carajos le importa si fui monja o si fui una hija no deseada o si fui yonqui en Tulum? Pero no había de otra, así que puse manos a la obra y utilizando algunos artilugios técnicos, fui vomitando todo aquello que me atribulaba, tanto así que un día me hice adicta a esa práctica y hoy me es casi imposible rehabilitarme.

La vida privada deja de ser privada en cuanto uno se pone creativo. ¿Cuántas obras literarias, cuántas pinturas, cuántas canciones no son el resultado de un ejercicio catártico?

Muchas, casi todas.

Lo interesante de todo esto es saber esconder la pelota: hacerle creer al lector que no es uno el pobre imbécil que trastabilló tantas y tantas veces en el amor, o aquella paria a la que su madre la fue a recoger de los basureros o debajo de un puente.

Creo firmemente que todos los males del alma se curan con el mismo mal, pero concientizado. Y creo que, de todas las heridas, las únicas que sanan son aquellas que se hacen bajo la daga de la verdad.

Así que a mi malhechor o malhechora no le salió bien la jugada. No pudo comprobar que yo era una mujerzuela porque yo confesé que un día caí en las mieles del adulterio, no por padecer furor uterino, sino porque las circunstancias me obligaron. No pudo comprobarme que era una drogona porque yo misma lo he escrito en encendidos textos que me ayudaron a abandonar los vicios. No pudo comprobarme que era una advenediza porque se midió con la misma vara y descubrió que en eso sí me llevaba una amplia ventaja.

En la vida no gana quien tiene el as bajo la manga, sino el que sabe blofear aunque no traiga ni un par de picas.

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