Las Serpientes
Por: Ricardo Morales Sánchez / @riva_leo
El segundo debate sirvió absolutamente para nada.
De por sí había bajado la expectativa sobre este segundo encuentro entre candidatos, el cual –por si algo faltara– se celebró después de jugarse la final del futbol mexicano.
El propio tema no era tampoco el más atractivo: “México en el mundo”, el cual desde un principio se advertía no era el más propicio para el puntero, Andrés Manuel López Obrador, quien se dedicó –como se dice en el argot futbolístico– a administrar la ventaja.
Todavía El Peje usó sus aptitudes histriónicas, cuando en un gesto de audacia se sacó la cartera del traje y la sacudió cuando Ricardo Anaya se le acercaba, mientras decía: “Hay que tener cuidado, no me vaya a robar la cartera”.
De nuevo, quien mejor lució fue el candidato de la coalición Por México al Frente, Ricardo Anaya Cortés, aunque difícilmente el debate servirá para cambiar las tendencias; quizá le reste unos cuantos puntos al tabasqueño, pero nada más.
Quien al parecer ahora sí dejó pasar el último tren fue el candidato del PRI a la Presidencia de la República, José Antonio Meade Kuribreña, el mejor preparado de todos, pero sin el carisma necesario para brillar y con el lastre de pertenecer y haber trabajado en la administración responsable del gasolinazo, cuyas reformas que se vendieron como transformadoras no se han podido cristalizar.
Lo peor es que Meade Kuribreña terminó por reconocer que el gobierno al cual representa se equivocó al recibir a Donald Trump, cuando aún era candidato a la presidencia de Estados Unidos, y quedó aún peor cuando señaló que nunca pensó que el actual mandatario estadounidense iba a ganar las elecciones.
En fin, nada se va a mover luego de este segundo debate porque el sentimiento desde hace tiempo está más que definido: el hartazgo social es el que hasta hoy predomina y difícilmente podrá cambiarse en lo que resta de la campaña.
Todo parece estar más que decidido y desde hace tiempo lo he mencionado: el sistema tiene que cerrar filas en torno a uno de sus candidatos, y éste es Ricardo Anaya, ya no para ganar, sino para evitar que López Obrador se quede con todo el pastel, es decir, la Presidencia, el Congreso de la Unión (Cámara de Diputados y el Senado), así como la mayoría de las gubernaturas.
Ricardo Anaya refrendó, desde mi punto de vista, que es el candidato mejor preparado para este tipo de encuentros, ya que tiene una imagen pulcra, con mucha seguridad y, sobre todo, con un gran manejo del escenario.
El debate resultó intrascendente, aburrido, zonzo, lento, mal moderado, sin chispa, lleno de lugares comunes y sin propuestas reales, sólo ocurrencias.
López Obrador se mantuvo en su utopía de que terminando con la corrupción se erradicarán todos los males de este país... hasta el narcotráfico.
El famoso debate incluso llegó a la banalidad en torno a temas torales, a los cuales ninguno de los cuatro asistentes les dieron respuestas de fondo. Sólo Ricardo Anaya puso sobre la mesa el tema de abrir un foro para discutir el tema de la posible legalización de la mariguana.
Así fue el segundo debate, con más pena que gloria; lamentablemente, el show se impuso a la propuesta.
Ninguno de los aspirantes supo aprovechar el foro, por más que los simpatizantes de uno u otro bando digan lo contrario.
Creo que Anaya Cortés ratificó que es el único, ya que puede tratar de darle batalla a El Peje en lo que resta de la campaña, pero difícilmente lo podrá alcanzar.
Poco, pero muy poco se puede decir de este ejercicio, el cual resultó por demás un ejercicio ocioso.

