Me lo Contó la Luna
Por: Claudia Luna / [email protected]

“Hay una película que trata de un muchacho que vive en el futuro. Se me antoja verla”, me dijo Cristóbal, mi hijo, como invitación para ir al cine. Vi cómo se le iluminaba el rostro y no necesité más explicaciones para aceptar y engancharme de su brazo. “Me parece buena idea, lindo, vamos”.

Sentada en el cine, con una botella de agua en la mano y sin realmente saber qué esperar, la primera escena me chocó. Había una serie de casas tráiler montadas unas arriba de otras. Apiñadas en desorden y destartaladas, parecían un gran árbol de hojalata o un monstruo mecánico. En ese momento, apareció una leyenda que decía: año 2045, Columbus, Ohio. “¿Se supone que así vamos a vivir en 25 años?”, le pregunté a Cris. Como respuesta, recibí una sonrisa y un apretón en la mano.

Dentro de las casas tráiler se veía a viejos, jóvenes y niños enchufados a un aparato y con un visor o casco en la cabeza. Luchaban contra el aire, bailaban o se retorcían al mismo tiempo que sus compañeros invisibles. Hasta había una niña que tocaba el piano en el aire, sin instrumento.

El protagonista, un muchacho bastante común, bajó a brincos de su casa y se metió en un camión desvencijado que estaba estacionado en lo que parecía ser un cementerio de carros. De inmediato, se puso unos guantes y el consabido visor para así aparecer en un mundo virtual. Su avatar era el de un muchacho mucho más atractivo y a la moda. La realidad virtual también transformó el escenario de rabo a cabo. A diferencia del mundo real, allí todo era luz, colores vibrantes con miles de posibilidades y de aventuras. Un mundo en donde no había necesidad de imaginar nada porque ya todo estaba creado. Ese mundo paralelo era el Oasis.

Hacia el Oasis se dirigía una multitud de personajes: animales fantásticos, monstruos, caricaturas, personas e híbridos. Todos caminaban con paso ágil y parecían entusiasmados de tomar una de las miles de avenidas que los llevarían a diferentes escenarios y
acontecimientos.

La película tenía una buena dosis de fantasía. Mientras la miraba, me dejé seducir por lo atractivo de la situación y me atrapó la idea de ser cualquier personaje que pudiera imaginar. Empecé a fantasear. ¿Cómo sería mi avatar? ¿Joven y hermosa? No, yo escogería ser una caricatura, para jugar y hacer cualquier locura sin consecuencias reales. Sí, eso sería perfecto, un personaje como Bugs Bunny o, mejor aún, como la Pantera Rosa; siempre me ha encantado su desparpajo. Elegiría uno con la capacidad de reír hasta el infinito. Sería una manera muy divertida de evadir la realidad y de hacer lo que me viniera en gana.

Después de las peripecias y batallas que el protagonista y sus amigos debían librar, y cuando estaba convencida de los beneficios de tener un lugar a dónde poder escapar, el creador del Oasis apareció en escena para acabar con mis aspiraciones. “Lo único real es la realidad”, dijo. Así, mis quimeras se derritieron como un merengue al sol.

En efecto, las veces que he despegado los pies del suelo y he preferido no estar presente para enfrentar alguna vicisitud o cuando me ha sido más fácil evadirme con fantasías que enfrentar el día a día, la vida me ha dado un puñetazo en el centro del estómago y me ha regresado al mundo real.

La respuesta a mi pregunta de si vamos a vivir en 25 años como en la película, se contestó tan pronto como se prendieron las luces del teatro. Pude ver a las personas a mi alrededor con teléfonos en la mano y metidos en su propio mundo. Bajé la escalera del brazo de Cris, consciente de cada paso que daba y sintiendo cómo las yemas de mis dedos presionaban su brazo. Eso era real. Los escritores de la película no imaginaron nada lejano. Al parecer, cada vez es más seductora la idea de vivir en un mundo paralelo.

ESPECIAL

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