Plumas Ibero
Por: Aline Johana Rodríguez Rubio
Desde hace cinco décadas, la terapia dietética se recomienda, pero sus resultados deben ser valorados médicamente.
Desde los años 60, la dieta baja en proteínas ha sido pilar en el tratamiento nutricional conservador de los pacientes con enfermedad renal crónica (ERC), gracias a los beneficios demostrados en el retraso de la progresión de la enfermedad. Sin embargo, su utilidad actual es controvertida debido a que favorece el Síndrome de Desgaste Proteico-Energético (DPE), caracterizado por la disminución sostenida tanto de los depósitos proteicos como de las reservas energéticas del organismo, con la consecuente pérdida de masa muscular y grasa.
Entonces, ¿debe seguir utilizándose como parte de la terapia dietética o no? ¿Realmente las proteínas representan un problema?
Kovesdy y Kalantar-Zadeh determinaron que la correcta implementación de la dieta baja en proteínas, su monitorización constante, así como el adecuado aporte de energía y otros nutrientes, no inducen a este síndrome. ¿Es razonable? ¡Por supuesto! Cuando se restringe algún elemento de la dieta, debe compensarse con otro. En este caso, si al paciente se le está limitando el aporte proteico, hay que buscar cubrir la ingesta energética con los otros macronutrientes para asegurar que no se movilicen las proteínas musculares y, por tanto, no se presente el catabolismo. Algo similar señalaba Wlodarek: “La ingesta de energía tiene mayor influencia en el equilibrio de aminoácidos en los tejidos, que la propia ingesta proteica, por lo que las dietas bajas en proteínas no alteran de forma significativa los parámetros clínicos y nutricionales”.
Si se sabe esto, ¿por qué se apunta al riesgo de síndrome de desgaste proteico energético? Indudablemente, una de las razones principales es la implementación tardía de la dieta. La dieta baja en proteínas debe ser prescrita en los estadios iniciales de la ERC para que permita responder a los cambios adaptativos de las nefronas remanentes, disminuya la acumulación de nitrógeno y la toxicidad urémica. Desafortunadamente, cuando la dieta se indica, el paciente renal se encuentra en fases avanzadas presentando todas las complicaciones que alteran la ingesta dietética y, por consiguiente, no puede asegurarse el consumo adecuado de proteínas y mucho menos de energía.
Por otro lado, no se vigila adecuadamente la proporción entre la proteína animal y vegetal. De acuerdo a las condiciones del paciente se determinará cuánto dar de cada una, pero sin duda, las primeras no pueden superar demasiado a las segundas, porque al permitir un mayor consumo de proteína animal, se ingiere también una mayor cantidad de fósforo y sodio que exacerban algunas complicaciones como acidosis e hipertensión.
Y por último, pero no menos importante, está la falta de estrategias para aportar una dieta agradable y variada. Se deben incluir diferentes fuentes alimentarias con técnicas culinarias adecuadas (remojo de 24 horas, doble cocción, congelamiento), que permitan la reducción del contenido de fósforo y potasio de los alimentos. Si se vigila cuidadosamente y se respetan los lineamientos dieto-terapéuticos no tiene por qué existir problema alguno. Al contrario, se motivaría al paciente a la ingesta, mejoraría su sintomatología y el riesgo de malnutrición disminuiría considerablemente.
Decidir cuál es el mejor tratamiento nutricio para el paciente renal representa un verdadero reto, no obstante, un solo aspecto de la dieta no determina los beneficios o desventajas de la terapia, pero es claro que las modificaciones oportunas pueden marcar la diferencia. La dieta baja en proteínas debe ser el principal tratamiento nutricional en la ERC en fase de prediálisis, por todos los beneficios mencionados con anterioridad, siempre y cuando se monitoree adecuadamente.
Es importante que, como nutriólogos, sepamos en qué consiste la dieta baja en proteínas y cómo implementarla apropiadamente para no afectar a los pacientes. Aunque la restricción se hace primordialmente en proteínas, éstas no representan el problema central para el paciente renal, sino la falta de control en los demás aspectos de la dieta. Existe una necesidad urgente en relación a la comprensión y aplicación de estos conceptos, para ser capaces de dar un adecuado manejo nutricional a los pacientes renales en la práctica clínica diaria.

