Por fin llega la poesía a Delictus. Presentamos a una poeta emblemática de la Puebla contemporánea, Gabriela Puente, cuya poesía, encarnada de ludismo e irreverencia, se enfrenta a los conformismos y a los yanimodos. Como ocurre a muchos poetas, es fácil para el lector y para el escucha confundir la voz lírica de sus poemas con su propia voz. Una voz desenfadada y fúrica que no tiene pudor para denunciar las hipocresías y la doble moral de una ciudad conventual y un país despedazado por la indiferencia social.

“La poética de Gabriela Puente pareciera estar fincada en la ira y la avidez. Sus textos se articulan desde una voz hiriente y destructiva que describe el legado absurdo de la historia y a los seres encaramados en la superficie inocua de la vida cotidiana”, escribió el poeta Enrique de Jesús Pimentel.

En este número presentamos el primer capítulo de su novela inédita, con pasajes autobiográficos, que cuenta  la historia de iniciación alcohol de una niña. Además, fragmentos de un largo e intenso poema titulado “La noche”. Sea pues éste un homenaje a la extraordinaria poeta .

 

 

Welcome to the jungle

 

Lo peor que puede pasar

aún no pasa

ya no fue tan puntual

1

 

No podía dormir, escuchaba ruidos que no identificaba, le eché la culpa al viento. Al poco rato ladró un perro a lo lejos y no callaba. Mis perras apenas gruñeron para seguir durmiendo. Después ladró otro más y otro se le unió, después uno más cerca. El viento arrastraba objetos afuera de la casa.

Más perros ladraron, ladró una de mis perras y el perro del vecino y los de a la vuelta y en seguida otra de las mías y los perros de la cuadra. Después las tres mías y todos los perros de cerca de la casa. Después de más y más lejos. Ladraron todos los perros. Toda la ciudad llena de perros, era un solo ladrido de muchos perros, de todos los perros. Ladridos graves, con miedo, agresivos, con dudas. Todos los perros ladraban.

El viento arrastraba cosas por la calle. A la hora que todos duermen, sólo los perros y yo sospechando y con miedo.

Quería ladrar y meter mi cola entre las patas. Los perros ladraron por mucho tiempo, un periodo largo. Y yo sólo tuve miedo.

Comenzaron los camiones a rugir por las calles y los perros volvían a ladrar, los camiones arrastraban sus fierros con dolor. Lastimando el asfalto con sus fierros adoloridos y sus tuercas y engranes inservibles, sacrificados. Y todo lo que pasaba rechinando afuera de mi casa despertaba a los perros que no dejaban de ladrar.

Aún estaba oscuro y ya pasaban camiones a prisa, ¿adónde corrían los camiones? ¿adónde toda esa gente que espantaba a los perros y a mí que no quería que amaneciera? ¿A mí, que mis huesos sonaban como hielos en un jaibol?

Vi el reloj y era la hora, pasarían por mí en cuarenta minutos. Ayer cuando quedamos, no pensé que hiciera tanto frío y que tuviera tanto miedo.

Me meto en la regadera y el agua hirviendo saca vapor de mi cuerpo, pero no logra calentarme, mis huesos helados. Me remojo y procuro tallarme bien. No sé cómo sean los baños allá, ni cuando volveré a bañarme. Supongo mañana estaré en unos corredores enormes bañándome con agua fría si bien me va. Los perros ladran afuera y para mí y mi paranoia es un mal presagio. Cuando salgo de la regadera mis perras lamen las gotas de mi cuerpo como si no pudieran volver a beberme en años. Me sirvo un café en mi taza que me subo siempre al estudio y como cada madrugada le echo un madrazo de ron. Pienso, es el último trago en no sabes cuánto tiempo, sin embargo sé que lo necesito más que nunca. Sé que tengo que llegar sobria o no me admiten, pero también sé que es el último trago de alcohol en no se sabe cuánto tiempo.

Mi casa es mi templo y mis perras son mi familia. En este momento me quiero rajar, no ir y que otra aproveche mi lugar. Me pongo a pensar que puede ser una trampa para alejarme, que igual me llevan a un aislado sin que yo sepa. Ahora temo nunca volver a verlas, aunque me han jurado que no. Como ya dije, soy paranoica. Con todo y ron mis huesos tiemblan. En ese momento los perros ladran, como soy tan paranoica, supongo que es un mensaje y me abrigo pero el temblor no para, me castañean los dientes, los párpados. Mis perras me ven con desconfianza, pero se acercan a suplicar por su apacho. Sospechan.

Reviso mi maleta; no cinturón, no tenis con agujetas, no brassiere, corpiños, ropa cómoda, libros, libretas y plumas.

Llega por mí mi padre que, se nota, tiene más miedo que yo. También mi hermana que al final se decidió a acompañarnos. Siento mucho alivio cuando la veo. En el camión me dio diarrea, llegando a la estación le hable a Zaría a escondidas desde el baño. Me calmó y dijo: es lo mejor.

El hospital es grande y limpio. Eso me tranquiliza. Buscamos a mi psiquiatra pero está ocupado. Nos mandan a hacer el trámite. Me interrogan varios psiquiatras y psicólogos, ¿intentos de suicidio, cuándo fueron? ¿cómo lo intentaste? Parece que todos mienten sobre lo mal que se sienten para entrar al Instituto Nacional de Psiquiatría. Ahora entiendo por qué me recomendaron exagerar.

En la sala de espera veo mi reflejo en un vidrio y sé que no tengo que exagerar, ¿cómo llegue a esto? Eso ayuda, no me arrepiento de internarme.

 

2

Necesito una cuidadora, alegan en trabajo social, si no, no me pueden internar. Le llamo a Zaría y le brotan los pretextos de la boca (como si los tuviera pensados), me dice que está por entregar lo de su beca, que el deadline, que imposible, que la obra, que los ensayos, que lo lamenta. Así es la cosa con ella siempre. No da, exige, siempre queriendo recibir y haciéndose la buena onda.

En este momento ya no tengo fuerzas ni para chantajearla, cuando la conocí vi en ella una oportunidad para salirme de la relación con Ana. Pero luego la culpa me cayó encima y empecé a culparla y culparme. Eso hizo que sus celos brotaran y la relación empezó a ser una tormenta de reclamos, cada vez una buscaba la manera de herir más a la otra y al final salí derrotada.

Eso me deprime más y me da coraje. Tener que enfrentar delante de mi hermana y mi padre que estoy en una relación con la más culera de las culeras. Que no logro defenderme, que tengo esta maldita dependencia donde a huevo siempre acabo así, a gatas y rogando y pidiendo, con las putas lágrimas atoradas en la garganta, cediendo más de lo que puedo. Sólo quiero entrar al hospital y si es posible que me droguen y me olvide y aprenda a no necesitar a nadie más.

Una a una aparecen, como peces en un acuario lleno de moho. Veo las caras de muchas mujeres asomadas por un ventanal, como un cuadro expresionista, caras de todas edades, caras diferentes. Con un común entre ellas, los ojos desorbitados. Los medicamentos deben ser fuertes, me digo con una mezcla de miedo y deseo de tomarlos. Algunas visiblemente afectadas, medio-totas, no pueden detener sus cuerpos ni sus ojos que se mecen. Les salen risas de la nada, como si se acordaran de un mal chiste.

Entramos al tratamiento, hay un cubículo en el que me espera otro interrogatorio. Un doctor con la misma mirada a la de las mujeres, me pregunta si veo cosas, figuras, alucinaciones, como esa que está ahí y señala una pared. Quítate el cinturón, nada de sostén (quién se suicidaría colgada de su sostén, no hay algo menos estético. Yo no, primero me hago rajadas en los brazos que hacer el ridículo), dame tu celular. No puedes pasar las plumas. Mi hermana interviene, es escritora. No, con los días quizá le demos unas crayolas. ¿De qué es tu libro? De poesía, respondo. Ella es poeta, vuelve a argumentar mi hermana. Alejandra Pizarnik, poeta nacida en… se suicidó a los treinta y tres años, este no pasa. No leo de dios ni de superación personal porque no soy idiota, pienso y no me atrevo a decirlo.

A las cuatro y media de la mañana nos despertaron para mi primer pinchazo y las primeras pastillas. La enfermera pregunta, viene usted en ayunas, eso me hace sospechar que se toman los chochos de los pacientes, mi hermana y yo reímos.

Me llevan pisos arriba y me untan un gel en la cabeza, me ponen unas ventosas con cables y empiezo a oír música psico-deli-trance y a alucinar en colores fluorescentes.

Al salir ya está mi cuidadora y mi hermana se tiene que ir, tengo ganas de llorar pero aguanto. Me llevan a otro estudio me meten en un tubo enorme y otra vez escucho psico. Esto es como meterse tachas. Al regresar al tratamiento se acerca una tipa de nombre Raquel, se nota que fue guapa. Ella y la de la cabeza de perrito de taxi, que se lama Losbelia, pero le dicen Los, yo enseguida la apodo Lost. Te tocó el parque de diversiones, me dicen, y me invitan a fumar con ellas. Tenemos derecho cada hora a fumar diez minutos.

Mis manos sudan mucho y tiemblo un poco. Le pregunto a la enfermera y me dice que es la abstinencia del alcohol. Cuando acabamos de fumar, me quedo sola, me pregunto qué paso y cómo llegue aquí.

LA NOCHE

 

I

la noche que te fuiste

aullaron todos los perros

las calles se inundaron

sin dejar ningún rastro

de lágrima

se escuchó una voz quejarse

en mi entraña

esa noche fue imposible

cerrar los ojos

tantas horas viendo

el cielo oscuro

la noche me cercó

como en un pozo

me pareció ver tu silueta

aparecieron las gárgolas

que no han dejado de insultarme

aparecieron miles de dagas

en mi alma

me reproché cada instante

hasta sangrarme

aquella noche

mi cama se hizo añicos

la noche me atrapó

ya desde entonces

me hirieron de tajo

las heridas

y no hubo voz

que me llamara

se hizo silencio

el todo

las perras ya no aullaron

olvidaron tu voz y tu figura

perdieron de tu ser la memoria

la noche que te fuiste

no hubo más noches

la noche nunca se ha encendido

como hoy

miles de relámpagos

que alumbran la recámara

y tu ausencia

las tinieblas

se niegan

a acompañar

mi hora

esta noche

quiero morir

que me entierren lejos

donde no pueda

mi memoria

recordarte

IV

todo lo que se puede imaginar

está en la noche

las incertidumbres

el cochambre

de los asuntos no resueltos

la noche trae consigo

las arrugas

el desteñimiento

de la piel

antes blanca

la noche está aquí

y me estruja

ya sólo quedan

mis huesos

antes de que

se vuelvan

cenizas

la hora del amanecer

nunca es clara

vivo en tinieblas

desde que me arranqué

los ojos

no vendrás nunca

a reconocer

mis cenizas

VIII

en las tinieblas

no hay

ráfaga de luz

el halo que cubre la noche

es infinito

las tinieblas

me recuerdan tu huida

me recrimino

no hay excusa

ni pretexto

el nosotras

ya es un no

tu adiós

abandona la sombra

es de luz

una lágrima

es tu adiós

una lágrima

que cae

constantemente

y perfora

mi mejilla

X I

1

recuerdas cuando

la brisa del amor

tocaba

y se posaba

en nuestros cuerpos

cuando el amor

desmesurado

tocaba a nuestras

puertas

cuando nuestros

cuerpos se abrazaban

en doble complicidad

te vi partir

en cuerpo y alma

partir con tus cosas

y entre esas cosas

mi corazón habitaba

te vi partir

partir

te vi

2

soy un monstruo

desolado

al que la noche

no tiende

cobijo

tu presencia

en mi entraña

me hace daño

laberinto astillado

es mi entraña

tu recuerdo

se ha ensombrecido

mi corazón

estrangulado

ahora vive

en los retretes

mi corazón

ensombrecido

lleno de cenizas

mis manos recogen

los cachos de ojos

que caen en forma

de lágrimas

me como las uñas

de no verte

me como mi corazón

a cachos sangrantes

me como mis mentiras

desoladas

me como a mí

y luego me vomito

para seguir

llorándote


Sobre la autora...

Gabriela Puente (Puebla, 1970). Es autora de los poemarios Quejas y garabatos (2003), El destrazadero (2004), Necrología (2006), Papel/era (2006) y Patadas bajo la mesa (2008)En el 2005 mereció el Premio Interamericano de Poesía Navachiste.

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