La Quinta Columna 
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

Beatriz Gutiérrez Müller despertó a su hijo Jesús Ernesto diciéndole al oído: “Este día tu papá se va a convertir en presidente de México”. Luego organizó el desayuno, abrazó a su esposo y se tomó el primer café del día. Minutos después, leyó en silencio un poema de Cavafis que habla de los caballos de Aquiles que lloran la muerte de Patroclo y, sobre todo, ese poema a Ítaca que tanto le gustaba. “Siempre ten a Ítaca en tu mente”, se dijo. Beatriz sonrió y apuntó algunas líneas en su inseparable libretita. Ahí apuntaba todo: lo mismo versos para un poema, que los pendientes escolares de Jesús Ernesto.

La mañana estuvo llena de llamadas en la casa de los López Obrador. El candidato habló con Ebrard, Poncho Romo y Monreal. Luego cruzó palabras con el economista Jonathan Heath, quien le deseó la mejor de las suertes. Algo comentó con Beatriz sobre el brillante economista y volvió a las llamadas. Miguel Torruco le dijo que su consuegro Carlos Slim votaría por él. “Me lo confesó anoche que nos despedimos”. También pasó por su celular la voz de Santiago Levy.

—Por pura ley de probabilidades vas a arrasar —le dijo su esposa.

—¿Por qué lo dices?

—En menos de una hora te han hablado algunas de las mentes más brillantes de este país.

Ambos rieron y se abrazaron. Estaban eufóricos. Algo les decía que ahora sí no habría vuelta de hoja y que las urnas hablarían sin dobleces. Antes de subir a la camioneta que los llevaría a votar, Beatriz anotó un verso de Eliot: “Voy a enseñarte lo que es el miedo en un puñado de polvo”. Más tarde anotaría un verso de Altazor, de Huidobro: “Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo”.

AMLO se instaló en una casa de Coyoacán. Ahí recibiría los reportes de sus operadores. Con su inseparable César Yáñez revisaría también la guerra en las redes sociales. Nuevas llamadas: Jesusa Rodríguez, Elena Poniatowska, el suegro de Emilio Azcárraga, John Ackerman, Paco Ignacio Taibo II.

—Me dijeron que Tatiana (Clouthier) está muy dolida —le confesó Yáñez.

—¿Y ahora por qué?

—Porque no la invitaste al cierre de campaña en Monterrey.

—¿Y cómo la voy a invitar si iba a ponerse a hablar del voto diferenciado? Veinte veces le dije que parara y no hizo caso —reviró AMLO.

Al teléfono estaba Bartlett, quien había empezado a hacer circular la versión de que él y no Olga Sánchez Cordero sería el secretario de Gobernación.

—¿Eso dice Manuel? —preguntó AMLO.

Y soltó una risotada.

—No le alcanza la edad. Ya está más para allá que para acá —agregó.

Reportes de incidentes menores en todo el país llenaron el mediodía. Luego llegó Covarrubias con la primera encuesta. Iba arriba por veinte puntos. La segunda encuesta llegó a las tres. La distancia había crecido a veintidós puntos.

—Esto ya nadie lo para. ¡Este arroz ya se coció! —dijo abrazando a todos.

—¿Qué hay de comer? —preguntó tocándose el abdomen.

—¡Arroz! —fue la respuesta colectiva.

Nuevas noticias: la Sheinbaum ya iba arriba por treinta puntos. Puebla y Veracruz iban abajo. Chiapas y Tabasco estaban en la bolsa.

AMLO comió eufórico mientras le seguían llegando llamadas. Beatriz hacía una crónica de todo entre risas y abrazos. Alguien puso en un iPhone la canción que había escrito para su esposo y cantó algunas estrofas. También pusieron la canción que le grabó Epigmenio Ibarra: “El Necio”.

—Ya me habló Silvio que viene a la toma de posesión —dijo Beatriz.

—¡Dile que le voy a poner el zócalo para que cante! —gritó AMLO.

Alguien recordó que cuando Fox rindió protesta, Mijares cantó en la explanada del zócalo.

—Pues ahora cantará Silvio Rodríguez —acotó Beatriz.

El suegro de Azcárraga llegó con un iPhone hasta donde estaba López Obrador.

—Te habla mi yerno.

—¡Qué pasó, Emilio!

Azcárraga le dijo que a las ocho en punto Loret y Denise saldrían cantando su triunfo y que harían una mesa para analizar la jornada.

—¡Salgan de una vez! ¿Para qué se esperan a las ocho?

Ricardo Salinas también le habló para decirle que Alatorre saldría cinco minutos antes de las ocho para decir que AMLO había ganado.

—¡Vamos a violar la ley electoral, pero pago la multa! —agregó eufórico.

Una llamada de Los Pinos le metió un silencio momentáneo a la celebración.

—Lo quiero felicitar por su contundente triunfo, licenciado López Obrador.

—Gracias, presidente.

AMLO diría después que quedaron de verse en una semana.

La fiesta ya no paró. Alguien dijo que el Congreso se estaba apretando y que Lorenzo Córdova tenía resultados favorables a la causa en su conteo rápido.

Beatriz anotó un pensamiento  suyo en su libretita en medio de un llanto silencioso. AMLO la abrazo y le dio un beso en la mejilla.

—Pronto nos mudaremos a la habitación que tuvo Juárez en Palacio Nacional —le susurró al oído.

La gente estaba enloquecida en las redes sociales y en el zócalo.

El nuevo presidente pidió su Amlodopina y un vaso de agua. Mientras la tomaba, una imagen se le clavó en la mente: sus pies sangrantes y llagados después del Éxodo por la Democracia en los años noventa. En medio del bullicio, respiró profundo y pensó en el Benito Juárez muy afrancesado, muy de guante blanco —que pintó Tiburcio Sánchez de la Barquera—y sonrió ligeramente.

Un Despojo en Huauchinango en el Nombre de Dios. Organizados por el párroco José Corona, católicos de Huauchinango tomaron este domingo lo que quedaba de la Casa de la Cultura.

El 12 de diciembre de 1987, un grupo similar, encabezado por el primo hermano del bailarín Sergio Corona, se apropió de la parte principal mediante la misma estrategia: imágenes religiosas, por delante, y cánticos a la virgen y a Santo Entierro, por detrás.

Hace treintaiún años, Corona oficiaba una misa en honor a la guadalupana cuando de pronto caminó entre los fieles y se dirigió a la Casa de la Cultura.

La banda de don Ramón del Ángel tocaba detrás suyo una pieza musical religiosa.

El párroco se puso frente al portón de la institución y éste se abrió de par en par.

(Fue un “milagro”, dijeron los fieles. En realidad un emisario del profesor Fidel Meza había abierto desde el interior).

Corona se metió con todo y Santo Entierro, y la grey católica lo siguió.

De un día para otro se cerraron decenas de talleres artísticos y un espacio que albergó a creadores de todas las disciplinas.

Este domingo, igual que entonces, la misa terminó cuando Corona caminó hacia la calle.

La gente lo siguió.

Y se repitió el mismo milagro.

La parte no tomada de la Casa de la Cultura —donde además se encuentra una biblioteca pública— se abrió de par en par.

A los pocos minutos se reanudó la misa.

El primo de bailarín justificó la acción diciendo que más de siete mil católicos del municipio habían firmado de común acuerdo para consumar el despojo.

Los alegatos iniciaron:

“La biblioteca y la Casa de la Cultura son propiedad de la iglesia”, dijo uno.

Y se soltó la polémica.

No faltó quien recordara que Benito Juárez declaró en su momento como propiedad federal todos los bienes de la iglesia.

En efecto: eso ocurrió el 13 de junio de 1859.

En respuesta, los obispos afectados por el gobierno acusaron a Juárez de llevar al extremo la “persecución sistemática contra la Iglesia”.

La respuesta del presidente de la República fue brutal.

Y es que dijo que “había que quitárselos porque abusaron de ellos en contra de la República”.

Los obispos argumentaron que eso era falso y que no podían saquear su propiedad “porque era ir en contra del clero, de la religión católica y de la ley de Dios”.

Más de siglo y medio después Corona esgrime estos argumentos para recuperar lo que es de Dios.

En realidad a sus acciones las mueve una vulgar ambición humana: la del Poder.

Vea el hipócrita lector:

Su movimiento tiene que ver con un antiguo deseo: el de crear la Diócesis de Huauchinango.

Los requisitos del Vaticano incluyen infraestructura y jurisdicción.

Con esta toma los mismos se cumplen a cabalidad.

De consumarse la acción, Corona pasaría a ser nombrado obispo por el mismísimo Papa Francisco.

Cierto: Huauchinango perdería su biblioteca y un espacio para los talleres artísticos, pero ganaría un obispo.

Qué digo obispo: un obispazo.

Demos gracias a Dios.

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