Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria
Escribir para no morir, escribir para detener el amor en las páginas inútiles, escribir para que salga el sol y la lluvia sea milagro nuevamente. Para eso es para lo que he querido escribir, para que escampe la noche y el alcohol sea sangre en el alma, para eso necesito escribir, aunque en la intima soledad la página enmarañada de espinas, me hiera las manos también con su blancura. Y seguir allí encima de ella como un animal que quiere que la verdad sea el único tesoro que le queda a la vida y llevársela a la noche solitaria y cantar como otro animal, que es quien escribe porque las cosas cambien en el corazón. ¿Y quién no muere de llanto, quién después de la tormenta que la vida dicta, no quiere escupir la sangre de la verdad y clavarla como un puñal justiciero, aunque la justicia obre contra quien lo clava?
Y para no morir es que escribo con las mejores heridas que la vida me ha puesto donde duelen las noches a solas, las mañanas tristes y los medios días silenciosos, como cuando estamos frente a “la calle antes del crimen”, escribiera Villaurrutia.
Yo escribo porque he visto caer las cosas y porque he sido testigo de los que se levantan desde la derrota y la desdicha y porque allí, en el acto de levantarse, también está la poesía, en ese esfuerzo de volver a quedar de pie en el mundo y enfrentar un verano confuso, como este que se vive en nuestro país antes de un sueño fermentado por cambiar una nación herida de muerte. Y escribo porque he visto a la belleza del mundo vencida y porque en ella, también está la fuerza de la poyesis que ilumina la vida y llegan las palabras con su verdadero peso hasta levantar el primer verso. Y me di cuenta que puedo escribir frente a las cosas de un país que cae desde una altura, donde ya está derribado, pero en las particularidades de sus habitantes, puedo encontrar motivos profundos para escribir las historias de los vencidos, las historias vivas de los desposeídos y aquellos que con las manos vacías levantan puños de tierra y los arrojan hacia la altura a riesgo de quedar ciegos.
En estos días aciagos, escribo un libro en nombre de las mujeres que pagan culpas, escribo con las historias de las que en el encierro lloran el tiempo y sus palabras –a dentelladas– quieren alcanzar la salvación. Escribo por las mujeres caídas en su propia desgracia, por las mujeres a las que se les borró el sol de la libertad y en las tardes la soledad les aprieta el corazón. Ellas me han dicho lo que he querido saber y me han platicado, como el mundo parece haberlas vencido y la justicia es un plato de una mesa imposible. Escribo un libro que –a diferencia de una novela–, lo alimento con lo que es cierto y nada de ficción parece haber en lo que me cuentan, o si acaso fabulan, es su propia responsabilidad narrativa a la que la guían los deseos de que las cosas deben ser como quien narra quiso. Yo solo escribo y de sus relatos extraigo lo que ha de construir una historia fidedigna, pero que alcance los dinteles de la literatura. Escribo crónicas que por ningún motivo deben mentir y puedan dar luz a mi escritura que ha sido fiel a lo que hasta hoy, mi imaginación y memoria han tejido una trama verosímil bajo una narrativa digna de ser leída por un lector que se conmueva.
En mi escritura, esta vez, va la vida real, como queremos llamar a esas historias donde la muerte es real, donde las adicciones de verdad destruyen y donde el amor es una desgracia, pero sobre todo, donde la violencia contra la mujer es una flor maldita que miente con sus pétalos de sangre. La realidad en esta aventura de narrarla, es el zumo de la vida de mujeres que creyeron que la luz de la vida era un espejismo y que el destino habría de llevarlas a emancipaciones equivocadas. Y eso también es la vida; equívocos, trazos chuecos, pasos en el lodo, creencias que matan, deseos extremos por salvar el alma y quebraduras irremediables en nombre de sueños de triunfo o felicidad que como agua, se van entre las manos. Lo demás es tristeza y rabia, mentira, imposibilidad ante el abandono, porque es eso lo que hace llagas en estas mujeres cautivas. Sus verdugos –ellas culpables o no– son los que tienen puesto el traje de la ley y la par –en muchos casos que vi–, la corrupción, los arreglos negros de hombres –sobre todo hombres– que deciden su destino que ha traído a esas mujeres al pozo humano que es la cárcel. Y es que con ellas, he aprendido que la esperanza se pierde y nunca, pero de verdad, nunca vuelve al corazón y nada hay sino el sueño de la desesperación y el deseo de morir como remedio. Con ellas he llorado (no soy periodista) escuchando las desgracias más agudas, las injusticias más férreas, pero sobre todo, he sabido que la crueldad con las mujeres a manos de hombres, no es ninguna ficción, que la violencia contra la mujer en este país, está en la sangre de la conducta masculina, y tanto la ignorancia como la pobreza, siguen siendo un “estado natural” como lo ven los hombres desde el poder y no una desgracia como lo es.
Las conversaciones que he tenido con estas mujeres signadas por el crimen y el delito, han sido una experiencia que debe conocerse y porque la forma que el libro va tomando, será sin modestias idiotas, un panorama claro, de como a la mujer se le abandona y se le hace a un lado criminalizándola doblemente por el hecho de ser mujer; el libro será una radiografía entera de un sistema de justicia, en el que el maltrato, los abusos crueles, las vejaciones y la permanente violación de los derechos de la mujer no le importan a quienes aplican la justicia y que siguen siendo en su mayoría, hombres.
Escribo este libro, porque la esperanza también es mía.º
