Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria
Para Francisco Hernández
Desde hace mucho –entre mis amigos– he hablado de Robert Schumman y siempre dejo ver la inmensa pasión que la música del compositor alemán me ha hecho vivir. Y es que no sólo su música es lo que roba mi pasión, sino su vida, su misteriosa creación, su amor a Clara, su entrega a canal abierto por crear los sonidos que llamo: del corazón que tiembla. Un creador mayor fue Schumman y en su tránsito, entregó lo mejor de su sangre y su amor triste –como todos los amores–, al aire de su tiempo y quizás él nunca supo que nos heredaba un bosque donde viviría una flora y una fauna sonoras de grandes magnitudes, y en donde bajo la perfecta armonía humana podría el espíritu de muchos, afligirse, alegrarse y mirar ese río inmenso que lleva la música –surgida de su espíritu doliente– que también nos arrastra y nos hace creer que la belleza existe y en ella, la vida puede habitar con mayores dimensiones. Nunca supo Robert Schumman que nos heredaría ese bosque sonoro que hoy sigue de pie entre nosotros.
A Schumman, como a Van Gogh, poco importó la vida en la realidad de su tiempo, aunque a diferencia del pintor holandés, el músico pervivió contra los clavos del amor por una mujer que amaría durante la vida entera. Clara, la hija de su maestro, a quien vio desde que ella era una niña y esperó los años necesarios para que el amor entre él y ella, pudiera ser posible. Ella –se dice– fue una diestra pianista para quien Robert, escribió piezas centrales de su obra. Y me explico ese amor hondo que tenía por aquella mujer, que fue uno de los mejores motivos para vivir en el mundo, incluyendo el mundo de la música.
Como yo he buscado en Van Gogh –mucho antes, en los años ochenta–, Francisco Hernández, el poeta veracruzano, a quien considero uno de los mayores poetas de la poesía contemporánea mexicana, advirtió y buceó en el universo schumaneano para escribir uno de sus libros más desgarradores que he leído sobre un artista grande, como lo es inequívocamente Robert Schumman. Francisco escribió una colección de poemas en los que hurga en el fondo de los hilvanes que Schumman tejió con el ignoto veneno que en la creación de este compositor puede verse, porque hay algo comparable al veneno que en la verdadera poesía y la verdadera música, acciona de manera contundente para que sean creadas, porque también comprendo, la cercanía entre la creación de la música y la poesía es cierta. Hay una especie de hermandad en los resultados que se consiguen en ambas creaciones. La escritura de la poesía de Francisco Hernández, al ardor de la vida y obra de Schumman, no se acerca de una manera inerme al complejo cielo del compositor, se acerca como si hubiera en la música, palabras, lluvia, pianos vivientes y el sueño de penetrar en la vida desdichada del hombre que dio el corazón por aquello que componía bajo el fuego del piano. Hay un pasaje en el que el poeta refiere el intento suicida del músico y así lo escribe: Sin saber cómo llegaste a la mitad de un puente/y las voces que roían tu cerebro hicieron posible la caída./En el fondo del río escuchaste por última vez la música de tu alma/y del sumidero de los ahogados se desató el olor de la inocencia.
¿Y qué me dice a mí –habitante de este siglo numeroso en la sonoridad diversa– la música del compositor romántico? Quizás mucho de lo que no logro entender que navajea mis sentimientos. ¿Habría que entender lo que me apasiona de la obra y la vida de Schumman? De la obra, me gusta la fineza que hay piezas, como los 3 Romances, OP. 28 No. 2 in F–Major, que interpreta el pianista Peter Frankl, y que ahora estoy escuchando mientras escribo con el oído limpio y donde puedo percibir, como el pianista toca, como si con los dedos tocara los pétalos de una flor herida. Y también me pregunto si habrá que entender acaso esa lluvia sobre el teclado en una tarde silenciosa mientras se llora de amor. Y luego la intensidad lenta y melancólica en la que imagino un piano estremecido, me hace pensar en el movimiento del agua. Y la precisión con la que toca el pianista húngaro en las partes hondas de los Romances, también me hacen acariciar la alegría sutil que el piano arranca de algún abismo que desconozco y no puedo atinar a darle nombre. De su vida me estremece su amor por Clara Josephine Wieck y su inspiración que ella le dio como se da el amor. Y como el desequilibrio de Van Gogh, de Schumman, me conmueve la libertad dichosa de sentirse perseguido por el miedo de dañar a los suyos y un día haber decidido morir en las heladas aguas del río Rin, pese a que fue salvado por lancheros. Me conmueve la última parte de su vida, en la que ya recluido en el asilo del Dr. Richarz en Endenich, viajaba y visitaba esporádicamente la tumba de Beethoven a quien admiró.
No sé de música, pero mi corazón está afinado y mi oido es diestro, tanto con la música como con las palabras y por eso me siento víctima gozoso del arrobamiento que me provoca la música del compositor, al que Francisco Hernández hiciera un elogio de alto vigor en su libro De como Robert Schumman fue vencido por los demonios, porque tanto Francisco como yo, fuimos víctimas de una belleza que va por la música, como las poderosas aguas que se llevaron la razón de Robert Schumman en un invierno melancólico, como melancólicas son a profundidad, algunas de sus hermosas piezas.º
