La Loca de la Familia 

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

Los niños lloran. Siempre lloran. Lloran por hambre y por frío, cuando son bebés. Luego lloran por capricho, por salirse con la suya, porque alguien les ha quitado el juguete. Y esos llantos no duelen, simplemente son, ¡y ya está! Hay que remediarlos: dándoles de comer, tapándolos, haciéndoles entender que no pueden tener todo lo que desean, devolviéndoles el juguete.

Los niños siempre lloran. No como uno, que todo se lo traga por vergüenza o miedo al ridículo.

¿Cuántas veces en el día he querido llorar y no lo hago porque me parece innecesario? Y lo es: nadie me está amarrando, nadie me está golpeando, nadie me está quitando lo que es mío, nadie de los míos ha muerto (hoy).

Los niños lloran porque no saben, no pueden expresar de otra forma su frustración. Los niños lloran y su llanto es sentido, siempre sentido.

Hay un disco que siempre me ha perturbado: “Berlín”, de Lou Reed. Es una historia de cabaret sobre una pareja de drogos. Ella, la madre, ha dejado solos a sus niños otra vez, pero ahora para siempre. Se ha cortado la venas. Los niños son recogidos por la policía. El padre está tirado con un arponazo en la vena. Los niños lloran a partir del minuto 5 del tremendo track titulado “the kids”.  “Mami, mami”, se oye entre sollozos. Y la guitarra de Reed acompaña la devastadora escena.

Escuché “Berlín” por ahí del año 2011. Y mientras lo escuchaba estaba pintando un autorretrato en blanco y negro. O no: más bien en negro y negro. Y cuando comencé a escuchar “The kids” se me vino a la mente aquel momento. El momento más espantoso de mi vida. El momento en el que vi partir a mi hija tomada de la mano de una azafata de Air Canadá. Allá iba ella, solita, seis años, con su oso de peluche bajo el brazo. La despedí hasta la puerta de seguridad en donde ya no te permiten pasar. “Pero es una niña”, dije, “tengo que llevarla hasta el avión”. No. Imposible, y aunque yo fuera la madre, no tenía boleto. Y no tenía boleto porque me habían negado la visa canadiense. Y mi hija se estaba yendo contra mi voluntad más allá de las Rocallosas. Hasta el Río San Lorenzo. La vi cruzar el umbral de seguridad y volteó a mirarme para decir “te veo pronto”. Y añadió un devastador: “mami”… así como los niños de “Berlín”. Lloró sólo un poco. No como los niños de Reed.

Yo no estaba tirada en un cuarto nauseabundo con las venas cortadas, pero sí se estaban llevando a mi niña por “haber sido una mala madre”. Uf. ¿El crimen? Decir la verdad, vivir, ser libre.

“They're taking her children away

Because they said she was not a good mother

They're taking her children away

Because she was making it with sisters and brothers

And everyone else, all of the others

Like cheap officers who would

Stand there and flirt in front of me”.

Los niños lloran. Lloran porque no se les da pecho a tiempo o porque les cayó mal la fórmula o porque están creciendo y les duelen las piernas.

Lloran porque se terminó su película favorita y hay que ir a dormir. Lloran porque la mamá les prohibió salir a brincar a los charcos. Lloran porque no pueden andar solos en la bicicleta. Lloran para llamar la atención. Por eso lloran los niños. Por eso es normal que lloren, y qué bueno que lloren y uno los reprenda.

Lo que no es normal es que los niños lloren porque un demente los ha puesto en jaulas como a monos histéricos. En jaulas, como criminales, como ratones de laboratorio. En jaulas y con una especie de cobija de aluminio que truena y cruje cuando se mueven.

Los niños lloran normalmente porque su mamá se va a la tienda sin ellos y nos les trae golosinas. No porque su mamá ha sido capturada como una rata y ha sido puesta bajo la lupa por ser morena, por ser pobre, por ser mexicana.

Los niños enjaulados son más tristes que los niños de “the kids”. Porque Lou Reed escribió esa obra conceptual en uno de sus “downs”. Y esos niños del disco son niños inexistentes. Tal vez son niños que lloran, pero lloran por la paleta o por el charco o por la última versión del Nintendo.

Loa niños enjaulados lloran.

Y ahí están: a la vista de todo el mundo, y todo el mundo no puede hacer absolutamente nada por ellos.

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