La Loca de la Familia 
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

Antes no se le llamaba bullying, el tema se refería simplemente a uno o más mocosos maladrines que fregaban a otro niño que no se podía (o no se sabía) defender.

Lo que sí es cierto es esta práctica se ha vuelto mucho más violenta, llegando a provocar que el niño buleado pueda hasta quitarse la vida debido a la presión y al miedo.

Nada que rebatir ante este lamentable escenario, sin embargo, hoy más que nunca la corrección política ha alcanzado niveles insospechados.

Me refiero a que en estos tiempos, en lo que todo ofende, cualquier cosa que un niño o un adulto haga contra otro se puede tomar como un agravio de vida o muerte. Y la comunidad estudiantil ha sido trastocada por los traumas y las paranoias de los adultos.

En mis épocas de estudiante fui una chava de lo más amigable. Era floja y desobligada con las tareas, pero nunca me metí en problemas con mis compañeros porque en el fondo sabía que ellos, mis compañeros, eran igual de desdichados que yo al tener que asistir a un colegio y cumplir horarios nefastos. Nunca jodí al gordito de la clase ni jamás me burlé de aquel niño jiotoso de que todos hacían escarnio por una simple razón: yo también tenía jiotes. La diferencia radicaba en que a mí me importaba un soberano pepino lo que los demás se burlaran de mí.

La única vez que tuve un problema de conducta por el que mandaron llamar a mis papás fue el día en el que le aventé un limón a un compañero, y mi tino fue tan certero que le cayó exactamente en el ojo y casi lo dejo ciego. Sin embargo, no lo hice con la mínima intención de herirlo, sino como un acto reflejo de defensa ya que se había armado la guerra de limonazos entre la banda y, pues, siempre he tenido buena puntería.

Y cuando terminó la trifulca no fue el niño herido a acusarse, sino que el director llegó al lugar de los hechos justo en el momento en el que lancé mi derechazo, entonces no había nada que discutir: yo era una malandra y fui suspendida una semana.

Pero como están las cosas hoy en día, y con el paso de la generación millennial y luego el advenimiento de la híper sensibilidad “z”, la cosas ya no son igual.

Hoy si tú eres una niña o un niño que repela ante la injusticia o si reclama a otro con cierto grado de belicosidad (normal en la aborrecencia) ya eres objeto de un juicio sumario por parte, no sólo de tu “víctima” sino de los profesores y de los padres de la “víctima”.

La infancia es, de antemano, una etapa donde la crueldad va intrínseca en el ser. Los adolecentes son, en su mayoría, personajillos amorfos y maliciosos. Sin embargo hay un abismo entre la malicia y la maldad.

El adolescente puede ser torpe en sus actos, que por lo general van de la mano de la intensa guerra hormonal que padecen. Teniendo en cuenta todo esto, deberíamos ser más objetivos en qué sí y qué no es el bullying, y sobre todo, no endurecer de más los criterios con los que se miden estos episodios.

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