La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
“Yo estaba de pie /tú estabas ahí. De pronto dos mundos chocaron”.
Michael Hutchence (INXS).
Los que creen que la tierra es plana (y que los Clinton y Vladimir Putin son en realidad reptiles disfrazados de humanos) han dado a conocer una nueva teoría descabellada: “Australia y los australianos existen. Son actores de la NASA”.
Por lo tanto, toda mi vida he creído en una mentira: INXS no existió, era un invento de mi mente para regodearme en el placer (o en el dolor).
Años. Años, y no exagero, busqué el título de una canción que por mucho tiempo tuve grabada en un casete que quedó inservible cuando el sol lo deformó.
Durante ese lapso de tiempo soñaba con la tonada y se la tarareaba a los más escrupulosos melómanos. Repetía el pum pum pum de la batería que da entrada a la voz. También tarareaba, sin éxito, el bom bom borro bom del bajo y el tirirí de la guitarra. Y nadie daba.
Alguna vez la escuché en la radio, pero el locutor no dio el título.
Claudiqué.
Simplemente olvidé la canción como había olvidado muchas cosas: recibir un café humeante en la cama o mirar desde una ventana el bosque y sentir que se puede respirar sin que aire te intoxique.
Y soñaba con la escena:
“Don't ask me
What you know is true
Don't have to tell you
I love your precious heart
I
I was standing
You were there
Two worlds collided
And they could never tear us apart”.
¿Quién podría separar dos mundos que chocan, si quedan inevitablemente fundidos entre el fuego y el caos? (Y dicen los que saben que en el caos no hay error).
He negado la existencia de Dios, del demonio, de los ángeles, de la paz. Pero nunca dudaría en la existencia de los australianos.
Michael Hutchence fue uno de los tantos “lost boys” que me cautivaron desde la infancia. Murió, como muchos de mis héroes, perdido en los inextricables caminos de las drogas. ¿Y qué tienen las drogas que encantan a los tipos geniales?
Creo que de inicio catalizan, expanden, prolongan el placer a la hora de crear. Luego se convierten en cadenas, en limbos. Sólo algunos elegidos sobreviven a su fuerza hipnótica. Sólo salen los que tienen la misión de construir y levantar el fango.
Uno rencuentra lo que desea si lo busca con paciencia, y yo encontré de nuevo el sonido esencial de la sangre viva y su inercia dionisiaca, poco después de hallar dos cosas de las que siempre había huido precisamente por querer expandir la realidad cuando ni siquiera vivía en ella. Esas dos cosas ni siquiera son cosas, es más, no sé qué carajos son. Hablo de la felicidad y de la libertad.
Al igual que Hutchence y todos los drogones legendarios que amo, hubo un tiempo en el que la pastilla y la yerba me treparon a los falsos potros del hedonismo. Y vivía en el SPA del mundo habitando esa clase de paraísos artificiales que nos construimos para llevarnos al límite, a los picos del gozo que casi siempre terminan en derrumbe.
Hoy desperté viendo formas de naturaleza que desconocía. No sólo en el terreno, sino en mi territorio interno. Amanecí en silencio y ese silencio no me succionó como tantas veces. Miré cómo el sol salía e intervenía las nubes, y el tiempo se detuvo hasta que una voz me habló y descubrí en ella muchos tonos. Tonos de color y tonos acústicos. Entonces pensé en los efectos que surten ciertas voces que nos hablan, tanto en sueños como en la vigilia. ¿De dónde sale esa voz?
Hay voces que vienen del estómago, y los cantantes dirán que esas son las buenas voces.
Hay voces impostadas. Son terribles (desconfía siempre de esas voces).
Y hay otras voces, las que más me intrigan, que no tienen que fraguarse en el diafragma y viajan, frescas, desde la garganta a la boca. Una vez que llegan ahí, crean armónicos en las cuerdas y fluyen con toda la brutalidad (y la belleza cruda) de la naturaleza para expandirse en el viento.
Y uno las escucha con la misma inquietud con la que se escucha a un flautista que en medio de la lluvia toca su instrumento para conjurar viejos ritos.
Desperté con todo ese coctel de sensaciones. Renunciando a seguir siendo víctima de miedos fantasmas que se sitiaron en mi cabeza.
Hoy desperté viendo formas de la naturaleza que, en realidad no, no desconocía… simplemente las había puesto en el olvido como tantas cosas que había olvidado por mera impostura. Y dejé que esa voz que venía de otro mundo, de un lugar parecido a los sueños (un ecosistema perfecto) me revelara el nombre de aquella canción que había borrado como había borrado la idea de que entregarse a la felicidad de las cosas simples NO es materia exclusiva de los imbéciles.
Esa voz era una voz que conocí en medio del ruido atroz de un círculo superior del infierno, y me dijo al oído: “Tranquila, A: los australianos, como la felicidad, sí existen”.
