La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

Pese a las advertencias públicas de pésimo gusto que recibió Claudia Rivera de parte de Gabriel Biestro y otros personajes adictos a la política pandilleril, la presidenta municipal electa de Puebla sí acudió a la anunciada cita con el gobernador Antonio Gali Fayad.

Con una madurez dotada de frescura, Claudia ya demostró de qué está hecha.

Los poblanos de la capital no la eligieron para que ande montando shows al estilo Nancy de la Sierra.

Muy lejos de los Biestro y los Espinosa, Claudia Rivera trazó una ruta de civilidad política que deja desde ahora a sus rupestres camaradas en el basurero de la historia reciente.

Por si eso no bastara, varios ridículos diputados federales electos de su partido se sumaron con una ignominia muy pocas veces vista al humillado Biestro, a quien le ofrecieron una solidaridad aldeana y vulgar.

Pese a esas presiones fascistoides, Claudia acudió a su cita con el gobernador.

No le temblaron las piernas como a sus compañeritos.

Faltaba más.

 

El Abogado de la Toga Incendiada

Carlos Meza es un notable abogado doblado de filólogo.

Dueño de una lapidaria ironía, ayer hizo dos cosas en una entrevista con Gerardo Pérez en Foro 21: le corrigió la plana brutalmente a Rodolfo Ruiz, de e-consulta, y me elogió inmerecidamente.

En el primer caso, Carlos ratificó que los juicios de amparo que interpuso sobre algunos personajes de MORENA gozan de cabal salud, lo que contradice el dicho del periodista.

Un abrazo, querido Carlos.

 

El Visitador Palafox y los Cuerpos Muertos Atravesados en la Calle

La historia de Juan de Palafox y Mendoza podría resumirse así:

Nace siendo hijo natural, pero a los nueve años su verdadero padre lo rescata y le da apellido, educación y futuro.

El joven Palafox se interna en los misterios religiosos y de la poesía, pero también de la ciencia, la política y demás artes.

Cultiva la buena prosa y la buena conversación.

Se mete en los libros.

Tanto abarca que se vuelve uno de los pocos hombres de confianza del rey Felipe IV, a quien inmortalizó el pintor Diego Velázquez en Las Meninas.

También, hay que decirlo, Velázquez ridiculizó en un célebre retrato  al rey, al exhibirlo como un joven con expresión de idiota.

Con la confianza ganada a pulso, Felipe IV manda a Palafox y Mendoza a Alemania, como capellán y limosnero mayor —lo que era equivalente a un poderoso oficial eclesiástico— de una de sus hermanas que sería emperatriz, precisamente de Alemania.

Tiempo después viene la consagración de Palafox y Mendoza al ser enviado como visitador general de la Nueva España.

Con el tiempo se convertiría en obispo de Puebla, virrey y arzobispo de la Nueva España, y una especie de jefe hacendario o auditor.

Desde este cargo persigue y mete a la cárcel a varios funcionarios mayores descubiertos por el propio Palafox como corruptos, y se enemista con los jesuitas.

Creador de bibliotecas y de catedrales, el sabio regresa a España jubilado como obispo de Burgo de Osma, en la provincia de Soria, donde muere antes de cumplir los sesenta años.

El libro que hoy presentamos fue paleografiado por Elvia Acosta Zamora, quien junto con Diana Jaramillo y Babines López se encargaron de la investigación de la obra.

También hay que destacar que el maestro Pedro Ángel Palou Pérez trazó espléndidamente la biografía de Palafox y que el doctor David Villanueva vuelve a demostrarnos con esta obra que es el gran animador de la cultura poblana.

En las primeras líneas, las autoras —encabezadas por Diana Jaramillo— nos dicen que Juan de Palafox fue un “personaje superior a su tiempo y hora; animador de un auge cultural sin paralelo en Puebla; parteaguas de nuestra vida toda; mecenas de arquitectos, escultores, pintores, músicos; ensayista; poeta; indigenista; ordenador del clero regular; hombre de toga y traje talar que supo pulsar el báculo pastoral y el bastón de gobernante; mitrado de dos mundos y tridentino por excelencia. Así también editor, escritor, pensador, constructor de iglesias, retablos, hospitales, casas curales, y acaso el fundador, con su legado librero, de la primera biblioteca puública de México y América, la Palafoxiana, en 1646; al tiempo que había introducido, en 1640, la imprenta en Puebla. ¡Palafox, también hombre de carne y hueso! ¡Palafox, también de escoplo y martillo!”.

Esta larga pero necesaria cita sirve para medir la estatura de nuestro personaje, quien llegó a poner orden en la Hacienda novohispana tan parecida en estos momentos cáusticos a la Hacienda mexicana.

Y es que el auditor se encontró con cosas que vemos todos los días en nuestro país: que el virrey desviaba recursos, lo mismo que sus gobernadores, alcaldes, regidores y todos los funcionarios ligados a la administración de la hacienda pública.

Fiel a su biografía, Palafox revisó libro por libro y descubrió que también el entonces arzobispo de la Nueva España —al igual que los virreyes anteriores— era proclive a la usura, la corrupción y el nepotismo.

Y es que un sobrino suyo era el que desviaba los diezmos, las limosnas y las riquezas de la Mitra en su beneficio personal.

Ya había paraísos fiscales en tiempos de la colonia, y si no los había cómo se parecían a los de hoy.

El sobrino, al amparo de su tío el arzobispo, tenía prestanombres, poder e influencias.

Hoy sigue pasando lo mismo en las altas esferas, pero no hay un Juan de Palafox que los meta al orden.

La duda que mata es una:

¿Por qué fue exiliado a su propio país nuestro personaje después de haber saneado la vida pública de la Nueva España?

La respuesta parece ser una:

Porque era incómodo para el régimen de corrupción y de opacidad en el que se movió la España de ese tiempo.

Después de Palafox llegaron nuevos virreyes y arzobispos que continuaron enriqueciéndose como antes de que el auditor incómodo metiera sus narices en los roperos llenos de cadáveres.

El lema de la época, a propósito de la ley, era, nos lo recuerdan las autoras, “obedézcase, pero no se cumpla”.

De acuerdo con el jurista Castillo de Bovadilla, muy ligado a la Universidad de Salamanca, los visitadores debían ser “varones temerosos de Dios, amadores de la verdad, enemigos de la avaricia, sabios de buen linaje y letrados”.

Palafox cumplía a cabalidad con esas características.

Vuelvo a preguntarme:

¿Por qué lo enviaron entonces a Burgo de Osma en calidad de obispo?

Muy diferentes habrían sido las cosas si este gran reformador y creador de bibliotecas hubiese seguido con su labor de saneamiento de la sociedad.

Termino con unas líneas suyas que marcaron su vida:

“Las leyes que no se guardan son cuerpos muertos, y atravesados en las calles, donde los magistrados tropiezan y los vasallos caen”.

Mientras él moría a los 59 años de edad, los cuerpos muertos atravesados en las calles se multiplicaban al infinito.

Muchos de esos cuerpos muertos están tendidos en México y hacen tropezar a todos.

Ironías de la vida: en el debate público siguen apareciendo los males que combatió don Juan de Palafox.

Qué le vamos a hacer: es nuestra herencia novohispana.

(Texto leído este martes ante una atestada sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México). 

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