La Mirada Crítica
Por: Roman Sánchez Zamora / @RomansanchezZ 

-Tengo la mejor familia del mundo —en esa noche las estrellas brillaban más intensas que nunca y se podía ver el frío desde la ventana… nadie podría estar más feliz que Patricia.

La cena, los abuelos, los tíos, los primos… los parientes lejanos, hoy más cercanos, llorando por haberse marchado, pensado que con un regalo cubrían años de ausencia. La complicidad de un vino, de la noche… la Navidad como fondo…

Por un instante todos pensaron y anhelaron y, por un momento, desearon que la noche nunca terminara… pero las horas se agotaron como las velas…

Nada podría ser imperfecto, hasta el pollo rostizado estaba tan dorado que todos lo alabaron y dijeron que sabía a nostalgia… algunos hasta se conmovieron al cenar y escuchar de nuevo las voces amadas confundidas por las de los nuevos integrantes de la familia.

Los días pasaron y algunos de los asistentes regresaron a sus lugares de origen esa misma noche, otros a la semana siguiente, otros más… volverían a la soledad de tiempos idos, pero esta reunión había sido agua fresca para el sediento de momentos inolvidables.

Los ecos de esa noche quedarían grabados por siempre en la casa del tío Carlos, que hoy tomaba el papel de patriarca familiar, debido a que el abuelo deseaba vivir nuevos tiempos él había expresado que no se haría cargo de la casa por más tiempo, más que de su salud y disfrutar lo que no había vivido por los años de trabajo, por los años de cuidar a su familia.

Nunca más volveríamos a cruzar nuestras sonrisas ni a escuchar al primo Mario con sus múltiples ocurrencias… el fantasma de la muerte pasó por la casa, se llevó a varios… por un tiempo todos esperábamos a ellos, a los idos, que atravesaran nuestra puerta y gritaran: “¡Ya llegué!… ¿qué hay de comer?” como desde sus tiempos de secundaria, y cosa que repetiríamos los hijos… como el eco de todos esos días en que no sabíamos que éramos los más felices del mundo.

Todo núcleo social tiene un ciclo de vida, toda familia vive diversas etapas diferentes en personas, en tiempos, pero con emociones
similares.

Estos ciclos los hacen madurar, los hacen evolucionar y a multiplicarlos en diferentes espacios; algunos quedan aborreciendo estos modos de vida, pues desean otros, anhelan ser parte de otras familias que se idealizaron, porque así, en diferentes momentos, pensaron que era lo mejor.

La familia mexicana, con patrones de conducta similares, genera redes, competencias, anhela la fortuna y busca que ésta sea explicada como parte de la suerte y no de un trabajo constante y pagar el precio con el estudio, la constancia, el trabajo y el amor por ellos mismos.

Los cambios de paradigmas siempre son decisión de los patriarcas aun con el rechazo o aceptación de los integrantes. La familia no es un fenómeno, debe ser parte de las políticas de Estado no para su dominación, pero sí para el desarrollo y avance que como país debe tenerse; ya no puede ser relegado a un programa de asistencia que brinde una cara amable y permanezca alejado de las decisiones de gobierno, pues son la base de todo país.

Entonces, Patricia arropó a su hija, le dijo que todo estaba bien, que el esfuerzo y el trabajo constante siempre dan frutos, satisfacciones de vida. —Lo que vale son estos momentos que tenemos, tú eres el mejor sueño que he tenido—.

La noche era fría, como esa noche inolvidable de su niñez; la cena había sido agradable, muchos parientes se conectaron vía Internet y desde allí pudieron saludarse.

—Sólo no dejes que decaigan tus sueños por un pequeño tropiezo, pues los buenos generales sacan victorias de sus derrotas —le dijo a su hija cuando apagó la luz para irse a dormir a su recámara.

La pequeña niña se levantó, observó por la ventana las luces a los lejos, la música de los vecinos, los perros que ladraban… los motores de los coches de la avenida principal y se dijo: “¿Y si pudiéramos cambiar los paradigmas de la sociedad?”.

 

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