(Cuarta parte)

Todos los hombres han vivido la historia del mundo, pero me siento obligado a hacer mi traducción del ser, mi propia versión

Arreola

Por: Aldo Báez 

Los trabajos o la burla del juglar

Coincidía con Ernesto Sábato al pensar que un escritor podía, si en realidad amaba a la literatura, emplearse o prostituirse en otras esferas laborales, a cambio de su fe literaria. Arreola desde temprana edad se dedicó a las más diversas actividades no literarias como consecuencia de vivir en un país en que se honra más a los banqueros que a los hombres dignos. Sabía que su arte como vendedor al estar depositado en el verbo, lo habilitaba a ser el mejor, más aún, si lo pensamos como un vendedor de aparatos electrodomésticos inspirado en algún poderoso verso de Baudelaire o algún rugido de Whitman; apoyado en algún espasmo de Giovanni Papini o con un argumento imaginario de Marcel Schwob y con el empuje de un padre, que con la claridad del problema educativo originado por la guerra cristera lo puso a trabajar.

Su amistad con Antonio Alatorre es ejemplar y como el autor de Palíndroma reconoce el desinteresado apoyo que le brindó siempre el excelente lingüista — creador de una de las más apasionantes y bellas historias de la lengua española. (Los 1001 años de la Lengua española, 1994). Su paisano fue  durante toda su vida el ángel de la guarda; el talismán en que tanto confiaba Arreola. Su participación en los talleres del Fondo de Cultura Económica, con el auxilio de su ángel, no sólo abrió los confines literarios y culturales del autor de La feria sino que lo introdujo en otras latitudes de la amistad y el conocimiento. La redacción de cientos de solapas, de las más variadas obras, descubrió su poder sintético que más tarde será una virtud de sus obras, en una tradición que se desconoce en nuestra literatura. En ocasiones un par de páginas le eran suficientes como se aprecia en su Bestiario o en sus breves homenajes.

Fue miembro del grupo artístico teatral “Poesía en voz alta”, quizá por el compromiso e idea de ese grupo, se podría pensar que fue a Juan José a quien se le ocurrió aunque se dicen muchas cosas. Esa declaración a muerte declarada al teatro tradicional, esa conjugación poética de la libertar expresiva del teatro que reunió a los personajes que después serían los representantes de la cultura nacional como Octavio Paz, Juan José Gurrola, Juan Soriano, Rosenda Monteros, Elena Garro, José Emilio Pacheco, entre otros; ese grupo del que poco se ha dicho y, menos se ha investigado, contó con Arreola como uno de sus más enamorados seguidores.

En “Poesía en voz alta”, Arreola podía confiar sus virtudes escénicas, su excelencia verbal, su creatividad representada a través de la palabra. Fue parte de su proyecto de vida.

En México hizo teatro con Rodolfo Usigli, Xavier Villaurrutia y en Francia con Louis Jouvet (su otro ángel de la guarda e ídolo), Jean Louis Barrault, a los que sorprendió por los dones histriónicos con que la naturaleza lo premió. La personalidad de Arreola jamás la intimidó el tiempo, sonrisa y sombrero soportaron las burlas e ironías de ese eterno juglar.

Por otra parte, fundó talleres literarios, donde por cierto apostó por José Agustín, voz que abanderó las vertientes de la narrativa desde mediados de los años sesenta a la fecha o por el poeta Homero Aridjis. Tal vez, con ninguno de ellos la literatura no ganó ni perdió, pero el país tuvo nuevos derroteros lingüísticos y propuestas ecológicas como lo exigía el fin de época. Sabemos que Arreola miraba a través de los aires amistosos y sólo reñía con su propia prosa o con alguna representación comunicativa.

Arreola y Alatorre junto a Juan Rulfo provienen del mismo grupo de amigos que aparecieron con la promoción de la revista literaria “Pan”, durante los años cuarenta. En medio del ambiente creado por “Taller”, Octavio Paz, Villaurrutia y algunos novelistas menores que después se convertirían en laureados como Carlos Fuentes, Arreola debutó en las letras con su obra Varia invención en 1949.

En las búsquedas alternativas de difusión de la cultura en México, dirigió algunas de las revistas y ediciones más significativas durante la década de los sesenta. “Los presentes”, “Cuadernos y libros del Unicornio”, “Mester”, entre otras. Con la conciencia de que este tipo de proyectos es parte fundamental de lo que requiere una verdadera construcción nacional en referencia a su cultura.

El mito creado alrededor de la fascinante plática de Arreola, se halla casi a la altura de su obra, sin embargo, como siempre sucede, el intento de rescate de esa tradición pare que no fue diseñada para perpetuarse. El habla es el color del alma: Arreola poseía una multicolor. El autor habría pensado que Dios determinó con claridad las diferencias entre el cincel y el viento frente a la palabra. “Las palabras, –dice Arreola, definiendo el sentido literal de la oralidad–, bien acomodadas crean nuevas obligaciones y producen una significación mayor de la que tienen aisladamente”. Es en ese sentido que el autor diseña su prosa cincelada, breve, humorística, de añeja tradición, el Mester medieval, el oficio artesanal de su creación. En Arreola la perfección es fonética y gráfica. La comunión de la lengua. Esa extraña comunión entre habla y escritura no es fácil alcanzar, por ejemplo, a pesar de Jorge Luis Borges, no olvidemos que América Castro, señaló que el español de Argentina era el peor de todos los países de habla hispana.

Los dos volúmenes en donde se compilan algunos de sus míticas pláticas como Y la mujer ahora (1977) o La palabra educación (1973), no queda rastros de su fascinante plática: la oralidad es efímera, nunca se pensó para otra cosa.

Cinco libros componen la obra de Arreola. Invención varia, La feria, Confabulario, Bestiario y Palíndroma. Sin embargo, su bibliografía parece ser más amplia debido a la serie de conjunciones que realizaron los editores origino títulos como Confabulario y Varia invención en 1955, Punta de plata en 1958, realidad es una sola obra que el propio creador reconoció en una entrevista concedida a Emmanuel Carballo y editada, bajo el título de Protagonistas de la Literatura mexicana (1966): Confabulario total.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *