Letras al Vuelo
Por: Aldo Báez

A Mam

 

Algo que está en mi pecho y tu pecho

Algo que fue soñado y no fue hecho

Algo que lleva y que no pierde el viento.

 

Volver a Borges con los años se convierte en una necesidad. Los lectores a veces nos cansamos y tal vez por un momento pensamos que lo acontecido al poeta y crítico argentino, más que una desgracia fue una bendición: perder la vista. Tal vez de esa manera solo tengamos necesidad de acudir a lo ya conocido: debemos acabar con el dilema de preguntar si conocer lo nuevo es algo necesario.

En 1956 Jorge Luis Borges comienza a perder la vista. Los siguientes treinta años los ocupará para que le lean (práctica casi en el olvido) lo que ya conoce. Él mismo confiesa que muchos de los libros conocidos, con los nuevos acercamientos aún le ofrecen novedades. Los libros clásicos son inagotables, aunque es un clisé, nunca está de más recordarlo.

Los autores clásicos y, Borges lo es, en ocasiones son sacrificados por los editores. Sin embargo muchas veces hay que reconocer el trabajo serio por reunir todo aquello que de alguna manera ocupa un lugar específico en la producción del autor. Los textos recobrados (1956-86) de Borges nos ofrece justamente eso: recobrar lo textos. El título no tiene pierde, se trata de volver a poseer lo que se tuvo, y en seguida uno tiene que pensar que la unión del argentino con Proust en su inquietud frente al tiempo. No olvidemos que su novela cierra  con El tiempo recuperado. ¿Este volumen tendrá algo que ver?

30 años de escritos, documentos, conferencias, poemas, ensayos, presentaciones, comentarios, una verdadera flor que nos muestra cada uno de ellos, no solo la escritura del autor sino su acercamiento a muchos temas  que no son del todo ni por todos conocidos, es un homenaje a volver la mirada sobre el tiempo y lo plasmado por la escritura: recuperar la memoria, no la de Borges sino la de nosotros.

También existen algunos trabajos –sobre todo poemas- que fueron integrados a algunos de sus libros realizados por él mismo. Sorprenden los “animosos”, esas breves coplillas,  plenas de rima y mordacidad que Silvina Ocampo calificó como las “diabluras de Borges” y recordaba que el poeta las recitaba imitando el tono de Alfonso Reyes.

(La cosa más endiablada/ No la aprendes de una vez/ hay que ser japonés / para oblicuar la mirada). Estos animosos son estampas recuperadas, reapropiadas en el tiempo que nos perfilan una imagen más personal del sobrio escritor que leemos…

Asimismo, destacan algunas piezas dentro de esta miscelánea. Pero en todas encontramos algo que nos nutre y hace crecer la admiración por el autor del Aleph. Abre con el ensayo, a todas luces brillante, sobre el final de don Quijote. Lo que invita a pensar que en cierta forma el armado del libro es una verdadera recuperación de aquellos que se alimenta de la vista pero puede permanecer con nosotros a pesar de ella: la memoria. Su acercamiento sencillo y con la lucidez de ser alguien que como enunciaba en otra parte, puede pasar por un mal lector. En el fondo todos somos malos lectores, y pensamos que nuestras lecturas son mejores y eso es un error. Cada lectura diría Borges es infinita.

De estos artículos y notas rescatadas como Proserpina (Perséfone dirán los griegos) quizás, pues nos devuelven cierto encanto primaveral de los escritos en el inicio de su ceguera, pero sobre todo coinciden los ensayos iniciales con la necesidad de recobrar, recuperar, la imagen de su natal Buenos Aires, no solo en los poemas porteños, sino en las conferencias y discursos que ofreció sobre algunos escritores argentinos no tan conocidos actualmente, tales  como: Enrique Banchs, Horacio Rega Molina o Fernández Moreno, poetas que como todas las tradiciones tienen  y son necesarios  no tanto para la comprensión de la historia de la poesía sino para replantear algún tópico, en este caso la ciudad. En México también tenemos ese fenómeno con algún trabajo no tan conocido de Vicente Quirarte, por ejemplo. Sin embargo siempre se supo que más allá de su pasión por las otras literaturas, en el fondo el poeta siempre volvía la mirada con la intención de recobrar su ciudad y su propia tradición poética.

Recordar a Borges, volver al Borges con esta verdadera miscelánea, con esta selectísima mezcla de tópicos, autores, motivos que pueden paras por el homenaje y comentario a su amado Cansinos Assens, a Whitman o Juan Ramón son entremezclados en este volumen a lado de la poesía escandinava, su participación en premios u homenajes nacionales, Lugones o Luis de Góngora con conversaciones o entrevistas sobre todo tipo de temas son en conjunto una verdadera delicia.

Después de El hacedor (1960), es en este periodo (1956-86) cuando publica casi toda su poesía, podríamos decir que desde El hacedor hasta Los conjurados (1986) pasando por la Elogio de la sombra (1969), Moneda de hierro (1974 o La cifra (1981), Borges nos obsequió lo mejor de su obra poética al tiempo que la miscelánea en ciernes se creaba.

Los editores incluyen en este volumen media docena de poemas, tal vez los últimos versos que escribió Borges. En su poema “Hábitos” fechado en abril de 1986, nos dice:

No se asombren las cosas que enumero

Más extraño eres tú, cuya morada

Es un cuerpo que guarda un esqueleto

Uñas carne, sudor, vísceras, dientes

César y corrupción, algebra y nadie

Como pensando que alguien hablara de esta miscelánea.

 

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