Me Lo Contó La Luna
Por: Claudia Luna/ claudiarl92@hotmail.com
Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Atribuido a varios autores

En la década de los 80, los alemanes estaban listos para olvidar su deshonrosa participación en la Segunda Guerra Mundial. Les parecía el momento propicio para pasar la página, dejar atrás y deslindarse del holocausto donde perdieron la vida más de seis millones de judíos europeos. Sin embargo, Anselm Kiefer, pintor alemán, no estaba dispuesto a que esta parte de la historia de su país cayera en el olvido y así lo pone de manifiesto en su trabajo.

Con su obra, el artista le dio un puntapié a la autoimpuesta amnesia colectiva de los alemanes. Buscaba que se asumiera la responsabilidad de un legado que no debía ser silenciado. Sus pinturas, de paisajes con tierra chamuscada, hacen referencia a la locura de la guerra y a los asuntos oscuros de su pueblo. Examina y discute temas que eran tabú. Trabaja en lienzos de gran escala, esculturas y artefactos que parecen salidos del mismo infierno por el tratamiento y los materiales que usa, así como por la carga expresiva que poseen. Mediante ellos, confronta al espectador con los horrores perpetrados por los nazis. Algunas piezas remiten, de inmediato, a un campo de concentración y dejan al público con un sentimiento de total desolación.

“Los alemanes desean olvidar el pasado y empezar algo nuevo, pero sólo al ir al pasado puedes avanzar al futuro”. Esta aseveración del artista me vino a la mente el pasado 2 de octubre cuando se conmemoró el aniversario 50 de la matanza del 68’ en Ciudad de México. Y aunque se alzaron multitud de voces recordando, condenando y analizando las terribles ejecuciones de estudiantes, me pareció más bien tibia la participación de las autoridades.

A medio siglo de la masacre, ¿cómo se recordó a las víctimas? ¿Con la propuesta de borrar de los lugares públicos el nombre del presidente responsable? ¿Cambiando el nombre de las calles que se le habían dedicado? ¿También se borrará de los libros de historia todo rastro de la masacre?

Hay una realidad que no debería perderse de vista: la matanza de Tlatelolco se perpetuó en primer lugar porque el presidente Gustavo Díaz Ordaz estaba cierto de que tenía plena autoridad para dar la orden. Y así lo dejó de manifiesto en su cuarto informe de gobierno, un mes antes, en el que más que advertir, amenazó a los estudiantes: “No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario. Lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos. Hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos”.

Díaz Ordaz estaba convencido de que su investidura como dueño y señor de la “tierra del águila” lo facultaba para asesinar a más de 300 estudiantes a sangre fría y, después, silenciar y enmarañar el suceso por años.

Me parece oportuno cuestionar si continuaremos repitiendo los mismos errores que ya habíamos cometido. Es decir, ¿nuestros gobernantes siguen teniendo tanto poder como para ser más peligrosos que útiles?

Aun hoy en día, y con facilidad, nuestros gobernantes pueden convertirse en tiranos todopoderosos. Basta con mirar los recientes eventos de Ayotzinapa, donde ejecutaron a 43 muchachos. Después de cuatro años, múltiples investigaciones y un circo innombrable, el gobierno no ha sido capaz, o no ha deseado, encontrar y procesar a los responsables. Tampoco ha dado una versión oficial de cómo sucedieron los hechos y aún hay dudas sobre el paradero de los cuerpos de estos estudiantes. Han pasado cinco décadas de la masacre del 68’ y la situación no parece haber cambiado mucho en nuestro país: asesinatos y marañas.

No, de ninguna manera podemos seguir con las bocas y los ojos bien cerrados, no por nuestro México, no por nuestros hijos y los que vienen después de nosotros. Hay que recordar y denunciar. ¡México, es necesario despertar del letargo y de la apatía! Es momento de asumir el legado de crímenes y corrupción tenemos en nuestro haber, si es que deseamos avanzar hacia un futuro democrático.

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