Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11
En los caminos de México suele haber cruces. Están a pie de calle y en los camellones, en las veredas de monte y en las banquetas de bulevares modernos; sirven como ornamentos para recordar la desafortunada muerte de los que dejaron el alma en las esquinas o en el pavimento, por un ‘pinche choque’, ‘porque lo machucó el micro’, ‘porque salió en bicicleta de su casa y ya nunca volvió’.
Hay cientos de ellas, miles, si no. La mayoría están hechas de herrería y a veces, si la familia puede y el lugar lo permite, están acompañadas por pequeños altares de ladrillo en cuyo interior hay alguna imagen de la Virgen y un recuerdo del difunto. Se lee, por supuesto, en una placa al frente de la cruz, el nombre del susodicho y la fecha del suceso. También se llegan a agregar mensajes, los cuales busco, por mera curiosidad, cada vez que me encuentro con una de ellas: ‘Al mejor tío’, ‘No regresaste, pero allá nos vemos’, ‘Tu familia te estraña’, ‘Cuídanos desde arriba’.
Y precisamente es por estos días en que uno se da cuenta del gran número de cruces y capillas que hay por toda la ciudad y en las carreteras, porque la noche del 27 de octubre y la mañana del 28, las familias de los accidentados acuden a las cruces y les dejan cempasúchil a sus muertos, velas que se apagan a la intemperie y algo material de lo que en vida disfrutaron más.
Eso de marcar el ‘mero’ lugar en donde falleció el ser querido, dejar marca junto al poste, poner cruz en el paso peatonal o junto al teléfono público es firma inigualable de nosotros los mexicanos y de lo peculiares que son nuestras tradiciones.
Porque al final somos (y seremos) cruz en el camino.
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En 2010 un alcalde de Puerto Vallarta de apellido Paniagua -sin Consulta Popular de por medio- mandó quitar todas las cruces y capillitas que a través de los años fueron puestas en la carretera por los familiares de difuntos. Menudo imbécil. Su pretexto: quesque la ciudad estaba por recibir miles de turistas extranjeros, y él, el alcalde (que de seguro era pariente del presidente electo) decidió que se veían muy mal y que darían muy mala imagen, una imagen muy tercermundista. No solo los familiares entraron en cólera, sino que los trabajadores del municipio encomendados a la estúpida tarea, mencionaron incluso haber sentido nauseas por estar violando la memoria de difuntos que no eran suyos.
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Recordando el nacimiento del poeta español Miguel Hernández, aquí dejo unas lineas que escribió para su hijo antes de morir, a los 31 años, en una carcel de Alicante. Son, creo yo, las líneas más hermosas escritas en nuestra lengua:
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
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PD
Hay hombres que guardan hasta la hombría en los bolsillos de los pantalones.
