Eureka
Por: Dolores Mendoza / @LolaMenrom
“Homo homini lupus”
Thomas Hobbes
- Pido una disculpa a las buenas personas que me he topado a lo largo de mi corta vida
Hay una frase que describe la verdadera esencia del mexicano, y es que, aunque lo neguemos, estoy segura que en confianza nos la hemos dicho los unos a los otros. “No hay peor enemigo para un mexicano, que otro mexicano”.
La analogía con los baldes llenos de cangrejos es una buena referencia de nuestro comportamiento.
Para quien no la haya escuchado antes: se supone que hay dos baldes, uno con tapa y otro sin ella, cuando le preguntan al pescador la razón por la que deja destapado uno de ellos, este responde con un – No es necesario, son cangrejos mexicanos, cuando alguno esté por salir, el resto de los cangrejos se encargará de regresarlo al fondo del balde.
Así, estás últimas dos semanas hemos dado la razón a quien hace referencia de nosotros de esa manera.
Por ejemplo, suficiente fue sentirse “invadido” con el éxodo de migrantes que intentan pasar por el territorio, para opacar la noble labor de Las Patronas, quienes durante años han alimentado a los migrantes que viajan montados en “La Bestia” en su peregrinar hacia el norte.
De la serie de comentarios que leí en diversas publicaciones de redes, puedo inferir lo siguiente:
El mexicano es racista, clasista y poco tolerante al cambio.
¿Dónde quedó la hospitalidad que presumimos al resto del mundo? El “mi casa es tu casa” que los extranjeros repiten cuando saben de donde somos.
¿Será que solo sabemos ser hospitalarios con los europeos y los estadounidenses?
¿Por qué discriminar a quienes no solo comparten con nosotros una misma lengua?, ¿cuál es el temor?, ¿qué sean iguales a nosotros?, ¿por qué no tenderles la mano?
Es triste pensar que solo los terremotos pueden unirnos, la imagen de solidaridad que creamos el 19 de septiembre del año pasado, se desquebraja con cada comentario hiriente que hacemos en contra de nuestros hermanos.
Es tal vez ahí dónde nos sale lo clasista, los desastres naturales abaten a todos por igual, pero la migración, esa por experiencia propia, sabemos que solo afecta a quienes menos favorecidos se han visto en la vida.
Hay tanto odio en los comentarios que duele pensar que alguien cercano a nosotros pudiera pensar así. Pero los hay, y lo peor de que los haya, es que palabras de odio no cesaron únicamente ahí.
En una misma línea de tiempo, los insultos pasaron de los migrantes a los votantes que participaron en la consulta para el nuevo aeropuerto. Los tildaron de ignorantes, y hubo quien entre carcajadas se preguntó si alguna vez se habían subido en un avión.
¿Pero qué importa eso?
Si más que echar para atrás el proyecto, la gente, en general, estaba emocionada por participar en un ejercicio donde su opinión sería tomada en cuenta. A quienes tacharon de ignorantes, queridas mentes elevadas, dieron más muestra de civilidad, a diferencia de quien se mantuvo incrédulo y se negó a participar en una dinámica que duró cuatro días. Esos pobres a quienes miraron con desdén por encima del hombro, esos que tal vez nunca se han subido ni se subirán en un avión, tienen más Cultura Cívica y Conciencia Social que cualquiera que no haya asistido a la consulta, así tenga los títulos y el reconocimiento público que merezca.
Lo que ahora me preocupa, es que la saña se nos haga costumbre estos seis años, y que los insultos sean tan comunes, que nuestro próximo presidente sea elegido según el odio que inyecte en sus discursos. Detonando, entre muchas otras cosas, la división de un pueblo que de manera resiente aprendió que unido y organizando, puede vencer a cualquier monstruo que se le ponga enfrente.
