En 2014, el incumplimiento en el pago de un préstamo solicitado le ocasionó una deuda de más de 50 mil pesos que no pudo cubrir con su sueldo de sirvienta.

Por: Osvaldo Valencia

Para Martha, dedicarse a la prostitución no fue una elección, sino una necesidad.

Hace cuatro años la vida puso en una encrucijada a esta madre soltera de 46 años de edad, quien tiene cuatro hijos.

En 2014 una mala jugada con un préstamo solicitado le provocó una deuda de más de 50 mil pesos que no pudo pagar con su sueldo de trabajadora doméstica.

Como consecuencia, pensó en una labor que rápido le diera más ingresos. La única respuesta fue la prostitución independiente, sin la mediación de un padrote.

“Soy madre soltera, mis hijos dependen de mí y yo de ellos porque si yo no les aporto el sustento, ¿quién? Por eso me dediqué a eso y porque tuve un problema muy fuerte, lo que ganaba como sirvienta no me alcanzaba”, comentó.

—¿Cuanto ganaba?

—Ochenta pesos diarios.

—¿Cuáles fueron los problemas por los que tuvo que dedicarse a la prostitución?

—Porque pedí dinero y no lo podía pagar; el señor que me prestó me amenazaba y hasta me golpeó porque tenía que cubrir ese dinero—  relata Martha.

A pesar de que la mejora no fue mucha, decidió cambiar los 80 pesos diarios que ganaba como limpiadora a los 450 pesos que podría obtener como sexoservidora.

Fue en esa situación cuando una persona le recomendó ese trabajo para ayudarla: “Yo no conocía eso pero gracias a Dios ya la llevo un poco mejor, ya salí un poco de mis problemas, ya pagué el dinero, pero gracias a Dios ya pagué esa deuda”, enfatiza.

A pesar de que desconocía el oficio, Martha aprendió rápido.

Supo que el peligro era compañero permanente de esta profesión, que los abusos eran la constante, que en cuestión de clientes “hay de todo” –ambulantes, locatarios, policías o servidores públicos–, ya que sin distinción de clase social o trabajo todos buscan la prostitución como desahogo.

Otra lección le fue dada hace dos años cuando esperaba dar un servicio en las calles del Centro Histórico; era noche y unos sujetos en un carro la subieron contra su voluntad.

—Me levantaron, me golpearon y llevaron a una barranca; me golpearon muy feo. Ahí vi la muerte porque me golpearon y después me amenazaban de que debía trabajar para ellos.

—¿Dónde la fueron a dejar?

—Hasta Santa Ana Chiautempan.

—¿Cuál fue la amenaza que le hicieron exactamente?

—Que debía trabajar para ellos, que tenían órdenes de matarme y que no lo iban a hacer; que iban a desobedecer esas órdenes, pero ahora tenía que trabajar para esas personas y me dejaron libre gracias a Dios porque les dije que tenía a mis niños chiquitos encerrados y nadie sabía que estaban solos y si ellos no me dejaban libre mis hijos iban a padecer— recuerda.

Tras esa experiencia aprendió que en este oficio lo que pida el cliente se obedece, aunque implique relaciones sexuales sin protección.

Entendió que para ejercer dicha profesión se debía acostumbrar a los abusos de los elementos de Seguridad Pública: desde los físicos, como golpes y aprehensiones ilegales, hasta los insultos por dedicarse a eso.

También supo que mientras más avanza la edad el trabajo escasea, que los clientes buscan a las sexoservidoras más jóvenes.

—¿A pesar de todas estas condiciones decidió seguir?

—La verdad sí. Decidí continuar porque tenía mis deudas  muy grandes y pues como dijeran:  ‘Todo trabajo tiene un riesgo’— responde sin titubeos, decidida a continuar “hasta donde el cuerpo diga basta”.

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