Me Lo Contó La Luna
Por: Claudia Luna/ claudiarl92@hotmail.com

Para mi gran amiga Alejandra Macchia

 

Me parece preocupante que, en los últimos años, suenen cada vez más fuerte las voces o, mejor dicho, los chillidos de las feminazis, como bien las llama mi amiga Alejandra. Las feminazis son mujeres que parecería que recién obtuvieron el derecho de volverse unas quejosas insoportables. A primera vista se pudiera pensar que son la evolución natural de las feministas, incluso se les pudiera concebir como un grupo organizado. Sin embargo, su principal característica es que se quejan a mansalva, pero ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo en el motivo de su malestar. Se esconden detrás de los ideales del feminismo, los tuercen y los llevan hasta el extremo, al disparate. Pretenden imponer sus creencias que, en la mayoría de los casos, no están fundamentadas.

Estas mujeres no son feministas, pues este movimiento argumentativo e inteligente nació con el principio de lograr la igualdad de derechos de la mujer con los del hombre. En contraposición, esta nueva caterva exige que se abran espacios para las mujeres, pero están prestas a quitárselos a los varones y a las detractoras de su causa.

Las feminazis parecen florecer en varios ámbitos. Algunas de ellas quieren dictaminar lo que es arte sin tener los conocimientos adecuados en la materia. Hay un montón de obras maestras contra las que se han ensañado. Una de las más sonadas es la magnífica pintura de Balthus, que presenta a una adolescente soñadora recostada en un sillón. La muchacha muestra su ropa interior en una escena obviamente intimista, sin embargo, para algunas feminazis parece ser una pose sugerente y sexual por lo que exigieron que se descolgara de los muros del Museo Metropolitano. También, las criaturas mitológicas de Waterhouse en Hylas y las ninfas parecen haber ofendido a varias de ellas, por lo que, a principio de año, la obra fue retirada del que fuera su lugar habitual en la Manchester Art Gallery. Todo este mitote bajo el argumento de que se cosificaba a la mujer. Un ejemplo que muestra el triunfo de la estupidez sobre la sensatez, la libre expresión y el concepto de arte y belleza. Si nos dejáramos guiar por sus parámetros, habría que deshacerse de 90% de las obras en los museos del mundo y, posiblemente, terminaríamos viendo hogueras en dónde se quemara el arte.

Asimismo, existen feminazis que parecen estar versadas en relaciones sexuales y quieren opinar sobre lo que es correcto y debiera suceder en el lecho de los otros. Hasta allá llega su atrevimiento. Pasan por alto que el deseo y el cuerpo no son legislables, son territorios libres. Como la historia nos ha demostrado, los inquisidores, en la mayoría de los casos, no cuentan ni con dos dedos de frente.

Algunas más odian los vestidos cortos, los tacones altos, las uñas pintadas y las piernas depiladas. Hay feminazis que quisieran redimir a las porristas. Argumentan que es una vejación que haya mujeres ejerciendo esta actividad en falditas diminutas y blusas ajustadas. Sin embargo, existe un montón de mujeres que gozan de dar brincos y mostrar sus piernas bien torneadas. ¿Acaso no hemos caminado suficiente para que, dentro de la Ley, cada quien haga lo que mejor le parezca? Existen feministas notables con sonrisa de carmín, pasos sobre tacones y faldas coquetas, ahí está la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, quien se ha quejado de las connotaciones negativas a la palabra “feminismo”. Y ha asegurado que las preferencias personales no tienen relación con el movimiento.

“Cuidado, mucho cuidado”, como cantaba el buen José José, que tomar el rumbo del obscurantismo y la censura es, con certeza, el equivocado. Exigir igualdad no quiere decir que seamos iguales a los hombres. No, no somos iguales. Nosotras, las mujeres, somos seres fantásticos, hermosos, sensibles y brillantes. Tan brillantes que, de acuerdo con las últimas estadísticas, el número de mujeres universitarias en los Estados Unidos rebasa, al día de hoy, al de los varones. Es una cifra que va en aumento. Además, señores, no olvidemos que nosotras las mujeres tenemos la capacidad de dar vida. Somos seres tocados por la mano de Dios, caramba. ¿Cómo hay que decirlo para que nosotras lo creamos?

Estoy de acuerdo en que debemos enseñar a nuestras hijas a no dejarse de un idiota, porque en efecto, solo un idiota maltrata a una mujer. Y, como decía la magnífica Celia Cruz, quien solía cantar adornada como un árbol de navidad tropical, envuelta en plumas y subida en tacones extravagantes: “Si tu marido te pega, métele con la sartén”. Pero enseñemos también a nuestros niños, porque somos nosotras quienes los formamos.

Es justo también prevenir a nuestras hijas de las feminazis, quienes enarbolan banderas ajenas y quieren aprovechar el sufrimiento de otros para explotar al máximo los miedos, prejuicios y estrechez de pensamiento para prohibir, intimidar, coaccionar y, al final, legislar.

Vale la pena recordar que el mundo es un gran orbe multicultural y plural, en sus diferencias radica su asombrosa majestuosidad.

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