Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11 

Últimamente algunas noticias me dan la impresión de estar viviendo en la década incorrecta. Por ejemplo, esta semana leí en varios periódicos que la Rusia de Putin planea una expedición para comprobar si realmente el hombre llegó a la Luna en julio del 69.

Examinarán con lupa si las pisadas de Armstrong siguen ahí, revisarán minuciosamente el terreno, cada piedra y partícula, compararán las fotos que todos conocemos para saber si el paisaje lunar coincide con el que la NASA mostró a los terrícolas anonadados, pero, sobre todas las cosas, se asegurarán que la bandera de rayas y estrellas que enterraron los americanos -y que marcó el final de la llamada carrera espacial- realmente exista.

Esa será su prueba fehaciente. También se asegurarán, supongo, de plantar la suya.

¿Quién se los puede impedir estando allá arriba?

El New Yorker publicó recientemente un artículo extenso e interesantísimo sobre un “extraño síndrome” que aqueja desde hace unos tres años a los trabajadores de la recién abierta embajada de Estados Unidos en La Habana.

A la largo del artículo, mismo que, de no saber el contexto uno podría asegurar que está leyendo una novela de espías, se leen los testimonios de diplomáticos de diferentes rangos
que aseguran haber sufrido aturdimientos y desmayos producidos por -suponen- algún artilugio que lanza ondas sonoras inaudibles pero dañinas para el cerebro.

Lo extraño aquí es que dichas conmociones fueron presenciadas por las víctimas en ubicaciones solo sabidas por el gobierno cubano y estadunidense, como sus propias
casas, habitaciones del Hotel Nacional y la propia Embajada.

El artículo, que por cierto esta co-escrito por el biógrafo del Ché, John Lee Anderson, nos va desvelando las versiones de cada uno de los actores principales
envueltos en el caso, pero no hacen más que dejar una cráter enorme de dudas y la incógnita de quién estaría detrás de esos actos que bien podrían sacarse de alguna mala película de espías. Eso sí, lo único seguro aquí es que alguien, fervientemente, quiere a los americanos fuera de la Isla.

Se deja abierta la especulación: ¿Rusia otra vez?

Es por estos días que se conmemora la épica, simbólica y setenta veces mencionada caída del Muro de Berlín, un hecho que afectó a mi generación más de lo que estamos realmente conscientes, porque es estúpido y bastante obvio, pero a partir del heroico hecho nos
vendieron la idea de haber nacido en tiempos del mundo libre, en los aires nuevos y soberanos del tercer milenio y del final de las tensiones polarizadas que pudieron siempre
acabar con un invierno nuclear. Nos vendieron la ilusión y la compramos todita: un mundo sin muros, un mundo con pollo Kentucky en la Plaza Roja de Moscú.

Me explico:
Uno de mis momentos preferidos de la cultura popular es cuando Mijaíl Gorbachov se prestó (da igual si él o su doble o un actor) para aparecer en un spot televisivo que anunciaba la llegada de Pizza Hut a la recién acabada Unión Soviética. Eran los noventa, la era de MTV, las cosas, la caída de un muro no podía ser de otra forma más que un espectáculo, un viejo líder vendiendo pizzas, la caída de no de algo que había separado familias durante medio siglo, sino de lo que impedía que una cadena de hamburguesas, pizza o pollo frito llegará a los rincones más inhóspitos.

La Guerra Fría nunca terminó, muchachos, los muros nunca cayeron. De hecho se siguen construyendo al por mayor.

Seguiré contando.

***

PS

En el futuro llamaremos a las personas por su nombre de usuario en Instagram

Adjunto links por si son útiles para la edición digital:

Artículo del New Yorker:
http://www.newyorker.com/magazine/2018/11/19/the-mystery-of-the-havana-syndrome

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