Eureka
Por: Dolores Mendoza / @LolaMenrom ‏  

Existen caminos que nunca se cruzan, y que  sin darse cuenta conviven como si fueran líneas paralelas, se ven en la distancia y se reconocen perfectamente la una a otra, pero mantienen una sana lejanía. Dicen que en algunas partes estas líneas suben, bajan, se cruzan y se bifurcan, pero aun así, saben distinguirse entre ellas, se ponen nombres, asumen posturas y se alejan nuevamente.

En la semana leí varias opiniones en torno a un tema específico: lo fifí, lo chairo, y lo fifichairo.  Retomo las únicas dos que me hicieron meditar. Bueno, una me hizo recordar a alguien, y la otra me hizo regresar a la primera  cuando leí su mención y una acepción (como pocas veces) distinta a la mía. Me ilustré leyendo a Gibrán Ramírez en su columna A la Carga en el  periódico El Sur, su mención del texto de  Ana María Olabuenaga de Milenio, aparte de sorprenderme, me generó un debate interno, pues lo que él concluyó como “si eres chairo no puedes ser fifí” yo lo percibí como “si eres fifí no puedes ser chairo”. Tal vez Ana María no tuvo la intención y ni se enteró que sus letras algún día podrían generarle confusión a alguien. Pero les diré, la semilla de la duda la dejó sembrada en mí.

Quizá hubiese sido más sencillo recordar que el orden de los factores no altera el producto, pero no estoy segura de que fuera aplicable a esto. De lo que sí, es que ese debate, aunque me ha servido para ponerlos en contexto, me está alejando del punto al que quiero llegar.

Mientras leía y debatía, fui estableciendo a mis conocidos en cada una de estas categorías. Muy pocos cayeron en la de fifí,  varios en la de fifichairos y la gran mayoría en la de chairos, con esto, está por demás hacerles mención de que soy producto de la educación pública  del país. Ni por error pisé una escuela privada.

Pero el uso de estas etiquetas que algunos portan como insignias,  me fue limitante, pues hubo quienes no entraron en ninguna de ellas.

¡Díganme! ¿En dónde dejo a mis conocidos panistas y priistas que no tienen liquidez económica? No pueden estar con la gente fifí (menos si son prietos). Y créanme que lo único que hago es seguir un discurso que fue construido por muchos antes de mí.

Si los dejo ahí por un momento, la gente fifí podría tolerarlos,  pero pronto se quedarían sin conversación, hablarían de los únicos dos países que conocen (sin contar México) su único viaje a Cancún y antes de que terminaran, los fifís ya habrían notado su verdadero código postal, las bolsas de marca de tres temporadas pasadas (desgastadas),  y su obsesión por mantenerse en la sobra para que el sol no quemara su falsa blancura.

Tal vez “PRIANtenciosos” podría ser el nuevo concepto que utilice para distinguir a las personas que cumplan con las características antes mencionadas. Obviamente manteniéndome en la línea de lo burdo y la fácil memorización. 

Para este punto pensé que ya había terminado, pero me apareció como un relámpago el grupo de personas que tienen dinero pero no tienen clase, porque claro, alguien determinó que para ser fifí habría que tenerla.

Desconozco cómo identificar dónde hay o no hay clase, pero asumamos que los que no la tienen, son quienes no levantan el meñique mientras dan un delicado sorbo a sus bebidas. A ellos me gustaría llamarles “Los Beverly Hillbillies” pero alguien (mi abuela) me dijo que ya había un término para ellos, y muy a la mexicana, serán nombrados “nacos de abolengo”.

Cuando al fin terminé de etiquetar a todos, o a su gran mayoría, reconocí el haber adjetivado únicamente a quienes conocí durante o después de haber terminado de estudiar la licenciatura. Y ahora que regresé al pueblo que me vio crecer, me pareció interesante aplicar la misma dinámica. Pero algo sumamente extraño sucedió:

Las categorías no embonaban con nadie.

En mi pueblo no hay gente fifí, tal vez vio nacer a uno que otro chairo, pero si lo hizo, ninguno de ellos está aquí.

Como si lo que me separara de la ciudad más cercana fueran años y no kilómetros, la tipificación de mi población se redujo en primer instancia, en gobernantes y  gobernados, pero la descarté de manera casi inmediata, pues el presidente auxiliar fue impuesto por el anterior presidente municipal, por lo cual, literalmente, a nadie le importa lo que este haga o deje de hacer. 

Después de pensar un rato, los catalogué según su religión, pero mi pueblo es taaaan pequeño, que todos saben quién se acostó con quién, y si solo rascan un poco, sabrán que la católica más devota tiene dos  hijos que no son de su marido, por lo que su hipócrita fe no me pareció idónea para identificarlos.

Sin  romperme la cabeza, salí al patio delantero de la casa de mi abuela, y la respuesta apareció frente a mis ojos. Extendiéndose a lo largo y resplandeciendo por el sol de mediodía, la franja amarilla que divide los carriles me hizo recordar que la carretera federal México – Tuxpan divide al pueblo por la mitad, y con esto, de la manera más sencilla,  establecí que hay gente que vive de un lado y de otro: están los que viven arriba y quienes viven abajo.

Así somos en los pueblos, o al menos, así son en el mío.

Simples y llanos, sin tanto alboroto, con secretos que todos sabemos. En su mayoría cansados de que por cuarta vez consecutiva el municipio lo gobierne el miembro de una misma familia, con miedo a rumores y algunas verdades, participes del cambio del rumbo de nuestro país, pero ajenos a un debate que dividió a su opinión publica.

Nos apartaron, como lo hice yo con mis conocidos, nos pusieron una etiqueta en la frente y fusionaron los términos para embonar ahí a quienes tenían un poquito de los otros dos. Pero su categorización no alcanzó a cubrir a un poblado que se encuentra a solo tres horas de distancia de la Ciudad de México, donde todo empezó.

Ahora pienso, ¿no es la gente de nuestros pueblos, quienes para bien o mal, nos identifican?, ¿no son sus costumbres y tradiciones las que nos han dado reconocimiento a nivel internacional?

Aquí no saben de fifís, ni de chairos, sino de trabajo, fraudes y hartazgo.

Y aun con esto, todas las mañanas se paran, se dan los buenos días al cruzarse en la calle, y mantienen nuevamente la distancia, porque alguien, hace mucho  tiempo, les enseñó que no somos iguales.

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