Figuraciones Mías 
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria 

Cantar la ciudad por la que un poeta pasa, ha sido una tradición juglaresca, pero también testimonial. El poeta recoge lo que en las inscripciones de las piedras con las que la ciudad fue construida, está grabado. Pero también el poeta –antes de cantarla o cantarle–, también lee la ciudad y descifra los signos y otros trazos humanos que viven en sus torres y en la música de sus jardines. El poeta recoge huellas principales, rastros de la luz que otros hombres dejaron en sus farolas, en sus esquinas luminosas, pero también el poeta graba en su voz las cicatrices que como la luz, también la ciudad guarda. Y es que no hay sitios que guarden memoria de los hombres de manera tan natural como las ciudades, pero nunca hay que olvidar que también en ellas, se borran para siempre y se erigen grandes mentiras.

La poesía que germina nombrando la ciudad donde la poesía misma nace, siempre provoca la mirada del recuerdo de los que asisten a sus páginas. Y la ciudad vive entonces, como un ser –en esa estructura sonora– que habla desde su poeta. Luis García Montero –poeta que con su poesía ha mirado y cantado ciudades–, escribió un poema en la primera visita que hiciera el autor de Habitaciones separadas en 2005 a la ciudad de Morelia. Y por estos días, el poema al que ha titulado sencillamente Morelia, lo publica LunaMía Ediciones en coedición con la Secretaría de Cultura. Y es que pueden suceder estos hechos de manera muy frecuente entre la poesía, las ciudades y los poetas. Puede suceder que la poesía se escriba todos los días en los viajes de los poetas y en las historias de las ciudades. Sin embargo, las palabras son briosas y en ellas va la poesía y cuando se reúnen la ciudad, su historia y el poeta preciso, el poema –que se alimenta de la precisión– puede revelar la poesía que necesitaba surgir de las viejas heridas y enseñar a los pasantes de las calles del poema, el signo que faltaba. Y en el poema de Luis García Montero (Granada, España 1958), esta conjunción sucede y decididamente la escuchamos en el poema: “El sol abre los ojos/y puede ver la infancia de un país/que huye de la guerra,/que cruza el mar,/que desciende del barco,/como la historia, en fila,/muy peinada la historia/con su maleta de cartón,/con sus recuerdos/sin estatura y para siempre,/mientras ordena el equipaje/en la ciudad que la recibe/Valladolid. Morelia. Suave patria.” Es importante anotar que el poema fue ilustrado con la fineza que la edición de un poema como este merece, por el magnifico artista Derli Romero, que supo mostrar en los grabados hechos ex profeso, los rasgos poéticos que el poema contiene.

Morelia vive en el poema de García Montero, como un hallazgo de gratitud en la remembranza de un lugar a donde el poeta sabe que “un 10 de junio de 1937, 285 niños y 155 niñas, bajaron del tren con sus maletas de cartón y su bandera republicana, niñas, madres de otros niños en lo que sería su segunda patria”, como lo refiere con certeza histórica Silvia Figueroa Z. en la introducción del pequeño volumen. En el poema vive la ciudad que recibe en exilio a esos niños desamparados de los que se sabe lo suficiente y la historia los ha tenido en cuenta. Sin embargo, Luis –muchos años después– como esos niños, también encontró en Morelia un aire de “nostalgia triste, (y una) mañana de aire doloroso”, como lo nombra Marco Antonio Campos en la contraportada de la edición del poema.
Lo escrito por Luis García Montero al encontrar el ánima de aquel recuerdo, está motivado también por ese instinto que muchas veces, nos toca desde la lejanía de la infancia y la escritura eso es: instinto desde lo remoto de la vida, desde las viejas penas de otros, iguales al que escribe. En el poema de Luis García Montero arden las aguas de la memoria y se lee dentro del poema, esas imágenes que vienen de una infancia triste que viajara en barco y tren, huyendo del estruendo humano que es la guerra, de la polvareda de la desdicha y la muerte.

La ciudad de Morelia en el poema se levanta como un símbolo de humanismo, de hermandad y en sus versos medra la gratitud. En la generosa escritura del poema, la ciudad, aquellos niños españoles, los gestos que se tuvieron para guardar la integridad de los niños y la propia historia vista años después, fuera el eslabón de una historia que para García Montero fue imágenes precisas al encontrar en el poema, el equilibro de un hecho que en el poema, logra estremecer al lector.

En la lectura del poema, podemos escuchar –gracias al vigor con el que fue escrito–, la música que arrebata, el ritmo que convoca al estremecimiento, como si cada verso tuviera el fósforo necesario, para que con la mirada de los ojos que pasen por sus palabras, lo hagan arder.

Un gran poema es el de Luis García Montero, y también los lectores lo debemos agradecer.

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