Las Serpientes 
Por: Ricardo Morales Sánchez / @riva_leo 

México fue un imperio por un breve lapso, bajo Agustín I, el libertador, quien fue proclamado emperador luego de lograr la Independencia de nuestro país.

Fue exactamente el 21 de julio de 1822 cuando Agustín de Iturbide fue coronado emperador de México en la Catedral de la capital del país, luego de que el Congreso votó a favor de que fuera designado para asumir esta posición.

Irónicamente, Iturbide había solicitado -y cheque el dato- que se hiciera una consulta popular entre las provincias del naciente país para ver si querían que se asumiera como emperador, pero -como ya lo dije- el Congreso (manejado por Iturbide) se apresuró a designarlo, por lo que su imperio duró de julio de 1822 al 19 de marzo de 1823, cuando fue depuesto, tras la proclamación del Plan de Casa Mata promulgado por Antonio López de Santa Anna y secundado por el otro héroe de la Independencia, Vicente Guerrero.

El primer Imperio mexicano duró sólo nueve meses e Iturbide, obligado a abdicar, tuvo que exiliarse a Italia.

De 1824 a 1850, México transitó en medio de luchas entre las logias masónicas (ritos del York y Escocés) y se convirtió en una República, primero federal, luego centralista. En medio de este periodo vivió dos conflictos: el primero contra Francia y el segundo, más traumático, contra Estados Unidos, que mutiló la mitad de nuestro territorio.

Más tarde, de 1857 a 1860, enfrentó la guerra de Reforma (de los tres años) y luego –nuevamente- una intervención francesa, de la que volvió a surgir la República tras el triunfo del juarismo, para luego dar paso a la dictadura del propio Juárez y luego la de Porfirio Díaz, que culminó con la primera revolución social del siglo XX, la mexicana.

La Revolución dio paso a una nueva dictadura: la de los gobiernos del PRI, la bien llamada dictadura perfecta, llamada así por el escritor peruano Mario Vargas Llosa, en medio de aquellos encuentros convocados en 1990 por Octavio Paz, donde concurrieron intelectuales de todo el mundo.

Todo lo anterior viene a colación debido a que de manera constante en México se debate sobre la democracia y la importancia de este régimen, que supuestamente es bajo el cual anhelamos vivir todos los mexicanos.

Hoy, más que nunca, eso parece ser un tema digno de reflexión y de debate: ¿realmente lo mexicanos queremos la democracia? ¿Anhelamos este régimen?

La misma historia, ya mencionada, demuestra que al mexicano le gustan las figuras fuertes, los caudillos: Santa Anna, el propio Juárez, Díaz y ahora López Obrador.

Los mismos presidentes del priismo tenían el corte de caudillos, algunos de ellos tan poderosos que tuvieron que inventar a su propia oposición y algunos llegaron a ganar elecciones sin tener a nadie en contra en la boleta, como José López Portillo.

No debe ser un tema menor analizar qué es lo que realmente el pueblo mexicano ha querido como forma de gobierno durante toda su historia.

El debate debe ser por demás interesante, porque López Obrador pretende implementar un régimen centralista basado en la serie de reformas que viene realizando la Legislatura a su servicio (Cámara de Diputados y Senadores), para dar paso, sin duda, a la reelección en 2024.

Las consultas populares (simuladas), los programas sociales dirigidos a su voto duro (jóvenes, indígenas, campesinos y adultos mayores) sumado a más de 400 millones de pesos al año asignados como presupuesto a su partido (Morena) sólo para adoctrinamiento, sientan las bases para un régimen que se piensa mantener en el poder al menos 24 años o más.

Tal vez eso es lo que más le convenga a México, tal vez todos los que hemos creído en la falacia de la democracia mexicana hemos vivido en el error.

Sólo el tiempo dirá si, tal y como se proyecta, realmente lo que México buscaba era una dictadura o un nuevo emperador; lo cierto es que nadie puede culpar a López Obrador de ser un hombre diferente en el ejercicio del poder a cualquier otro que hayamos visto en los últimos 100 años en el país.

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