Desde hace 14 años, cuando iniciaron la travesía, los representantes del movimiento conformaron una base de datos de quienes no tienen certeza de su ubicación.
Por: Osvaldo Valencia
A bordo de un autobús viajan mujeres y unos cuantos hombres con muchas cosas que los diferencian. Su nacionalidad, la ropa, la complexión física, el acento, la mirada.
Todos forman parte de la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos 2018 y saben que en sus países no todos salen por la misma razón.
Los hondureños saben que los connacionales salen de su país por falta de empleo; los salvadoreños saben que los suyos quieren evitar la inseguridad; los nicaragüenses son conscientes que escapan de un régimen político que lo único que hace es perseguir a la oposición.
Sin embargo, dentro de esa caravana saben que los une algo en común: todos son madres, padres o familiares de alguien que desapareció en la ruta Nicaragua-Guatemala-México-Estados Unidos.
Este año, María Elsa se incorporó al recorrido por Centroamérica; originaria de El Salvador, desde hace 16 meses, el 28 de junio de 2017, su cuñada Lilia Ramos Mata –de 28 años– dejó de comunicarse con ella.
Lilia decidió huir, con un grupo de personas, de la delincuencia e inseguridad que viven en su país natal y refugiarse en Estados Unidos. María dice que en El Salvador la mayoría migra por escapar también de la violencia.
“De El Salvador muchos salen y no tenemos los motivos, (...) no tenemos la certeza de todos, pero en mi caso sí: sé que ella salió por la inseguridad del país, hay muchas pandillas”, senaló.
La última vez que supo algo de su cuñada, se encontraba en el paso fronterizo de Ciudad Juárez, en Chihuahua, sin que a la fecha sepan de su paradero.
De su vida en El Salvador, María Elsa recuerda que Lilia era una ama de casa con un hijo de 11 años a quien se llevó en busca del sueño americano.
“Las demás personas pasaron pero ella no; dijo que la dejaron tirada ahí los guías que los llevaban; unos dijeron que estaba muerta, otros que se quedó desmayada; con certeza no sabemos cómo quedó, si está muerta o no”, comentó María, quien lleva consigo la fotografía de su cuñada.

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Desde hace 14 años, cuando iniciaron la marcha, los representantes de la Caravana conformaron una base de datos de 521 padres, madres, hijos, esposos y esposas, hermanos y nietos de quienes no tienen certeza de su ubicación.
En Puebla, las madres encuentran un refugio para descansar, recargar fuerzas, comer y continuar su recorrido a lo largo del país.
En la entidad no tienen el reporte de desapariciones de familiares al estado lo ven como un sitio de pistas que puedan dar idea (y esperanza)del lugar donde fueron las personas que buscan.
No así en las fronteras norte y sur de México, donde todos concuerdan que es el último sitio en el que sus familiares se comunican para decir que están bien.
Otros casos, como el de José Hernández Torres, son aún más complicados por dejar de comunicarse al entrar a la Unión Americana, específicamente en Phoenix, Arizona.
Desde hace 11 años, María Hernández Torres salió de Guatemala para encontrar a José, su hermano, quien dejó su país el 14 de julio de 2007, cuando decidió dejar su hogar para buscar más dinero para comprar la medicina de su madre enferma y darle mejor vida a su esposa e hijo.
Paradójicamente, José, en su intento por conseguir dinero y ayudar a su madre la dejó de un día para otro, entristeciéndola más.
“He visto las noticias de que unas madres encuentran a sus hijos acá y eso me da esperanza de que algún día voy a encontrar a mi hermano y volver a hacer feliz a mi mamá.
“Ella se siente avergonzada, se siente triste, piensa que es la única mujer en el mundo que sufre ese dolor de tener un hijo desaparecido, pero ahora me doy cuenta que no es así”, expresó María mientras lleva en su cintura la bandera guatemalteca que representa a otras mujeres con hijos y hermanos desaparecidos que no pudieron hacer el viaje.
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Para Elissut, migrar de Nicaragua cambió de significado: ya no fue caminar de un pueblo a otro para buscar mejores oportunidades; ahora es para escapar de la violencia que genera el régimen de Daniel Ortega.
Desde hace décadas, desde los años 80, cuando tomó un nuevo significado la represión que ejerce el gobierno de Ortega. La migración ahora significa una movilización forzada para buscar otra vida un nuevo comienzo.
Elissut ha perdido la cuenta del número de amigos, primos y familiares que han escapado para mejorar sus condiciones de vida.
“Lamentablemente tengo tanto amigos como familiares que están huyendo o escondiéndose del régimen de Ortega Murillo por ser defensores de derechos humanos. Han tenido que salir porque, si no, lo que les espera es la muerte”, sentenció Elissut, quien lidera una organización que busca a los que han huido de Nicaragua, con el objetivo reencontrarlos con sus familias.

