La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

Los días previos al fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, las cosas estaban tan turbias como una lluvia de ceniza.

Para entonces, Martha Erika Alonso sabía perfectamente quiénes habían estado con ella siempre, sin titubeos, sin esos dobleces que son tan nutridos en la política mexicana.

De hecho, después de los comicios del 1 de julio empezó a recibir información brutal.

Algo así como un compendio de la traición y la vileza.

Revisó la lista con curiosidad.

Sin ganas de envenenarse.

Pero, ya lo sabemos, algo queda en la habitación central cuando la deslealtad hace su nido.

Como buena mujer de poder, supo quiénes negociaron a sus espaldas el mismo día de la votación.

Y aún antes.

Se enteró de quiénes se sentaron con quiénes.

Y más aún:

Supo a cabalidad quiénes fueron los halcones y las palomas mensajeras.

Pero los días no estaban como para iniciar una quema de brujas, y se concentró en defender su triunfo.

Los días pasaron.

Las semanas.

Los reportes siguieron llegando con una insólita puntualidad.

Algunos nombres le dolieron.

No lo esperaba.

Otros eran tan previsibles que lo raro hubiera sido no encontrarlos en el compendio de la traición.

En ese lapso, vio crecerse al adversario.

Algo sabía que ella no.

O eso creía él.

Martha enfrentó 160 días en medio de una lluvia de adhesiones, sí, y también de traiciones.

Se dice fácil.

Fue terrible.

No hay antecedentes en la historia de la política nacional.

Fueron los días más largos de un calendario que se caía a pedazos.

No obstante, siguió metida en su dinámica de visitar los pueblos, de acudir a los informes de los gobernadores, de concentrarse en lo esencial.

Hasta que llegó el día.

Después de las 23 horas con 33 minutos del sábado anterior, Martha Erika se reencontró con quien en unas horas rendirá protesta como gobernadora.

Algo aprendió en esta jornada:

Que la lealtad no es para siempre.

Que las guerras internas queman a veces más que las externas.

Que en la incertidumbre se conoce a los amigos.

Y que la paciencia es una virtud inapreciable.

En la antesala de sus 45 años —el lunes los cumplirá—, curtida en los 160 días que transcurrieron entre el 1 de julio y el 8 de diciembre, Martha Erika Alonso asumirá un mando que se ganó a pulso en medio de las tormentas más terribles.

Hay gobernadora.

Ella lo sabe.

Lo sabrán sus aliados y quienes no lo fueron.

Es una historia shakespeareana.

No podía ser de otra manera.

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