Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11
A las 8:11 a.m. la luz del sol entra por la ventana de mi cuarto. Es el momento en que supera la copa del árbol más alto del parque que hay atrás de mi casa. De niño, decíamos que ese árbol parecía un champiñón gigante y lo llamábamos “honguito”. A las 8:11 a.m lo único que se interpone entre los miles de kilómetros que separan al sol de mi recámara, es ese árbol de mi infancia.
El sol entra directo, sin obstáculos, bañando todo lo que encuentra, generando las sombras más extrañas, unas alargadas y otras con forma de monstruos benévolos; ha desteñido las fotos con tantas mañanas enteras, y delos carteles colgados, solo ha dejado contornos; el sol de a poco se va llevando la esencia de todas las cosas.
Ilumina todos los libros, sus solapas coloridas y la ropa de ayer que yace olvidada junto con lo que se vive en la inmediatez. Una lagartija se ha colado por el mosquitero y dormita junto a mis zapatos, respirando y moviendo con pequeños espasmos su cuerpo entero, menos la cola.El sillón verde que era de papá recibe también los rayos y nota la marca de la cabeza que han dejado todas las personas que se sentaron alguna vez en él.
En las sábanas el sol hace países, territorios silvestres hechos a capricho y azar por los movimientos de la noche. No hay lugar más seguro que la cama en un amanecer, no hay país más reconfortante que la cama a primera hora de un día de diciembre.
La zamba del cielo. Así le llaman los que han hecho del oficio de pintar la luz, una vida. El oficio que ocupó a Hopper su tiempo entero en esta tierra, pues nunca estuvo satisfecho por la forma en que ella quedaba plasmada en sus cuadros. Pero un día lo logró, el mismo día que murió.
La luz revela el polvo inocuo que flota, la piel muerta, las partículas errantes que le hacen a uno tener la sensación de estar flotando también en un tanque inmenso de agua cristalina. Entonces paso la mano por esa pequeña constelación transparente y pacífica y hago un puño. Nunca he podido agarrar nada, pero me digo que seguiré haciéndolo mientras vea cada mañana lo mismo que Fermín en aquel cuento de Pacheco. Pobre tipo, se volvió loco y “hoy pasa los días tratando de apresar el polvo suspendido en un rayo de luz.”
Es imposible contener el polvo en nuestro puño, como lo es también intentar apresar el agua: ¿han intentando capturar un chorro de agua con su puño? Son cosas de niños, estúpidas hazañas que ocupan un tercio de la mente infantil, lo del polvo y el agua, hazañas inútiles pero que a uno lo mantienen vivo.
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PS
Soy un entusiasta de las tradiciones, menos de la de chocar en el día de mi cumpleaños.
