Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11
Fui a Veracruz. Fin del artículo. No, no es cierto. Lo que pasa es que ninguna frase me implica tantos universos e implosiones como decir, orgullosamente, fui a Veracruz. Fui nomás tres días, tres reconfortantes y certeros días y no sabría por dónde empezar porque, como le he dicho a desde siempre a mi amigo, el joven poeta, quien tanto me pregunta si se me habrá perdido algo por ahí, ir a Veracruz es viajar a mi memoria.
Y como tanta razón tenía nuestro queridísimo Jorge Ibargüengoitia, existe una diferencia inmensa entre los viajes de placer y los de trabajo. En los primeros, escribe, uno gasta el dinero que ha ganado con el único fin de divertirse. En los segundos, uno gasta dinero de la empresa que a uno lo ha enviado con el único fin de firmar un contrato. En los viajes así, es importante repetirse constantemente: “no vine aquí a divertirme, vine a aprender”.
Pues sí, yo fui a Veracruz a un viaje como el del segundo ejemplo, y a pesar de que me estuve repitiendo mentalmente el consejo de Ibargüengoitia a cada momento, fracasé en el intento de comportarme, eso sí, no en el de aprender.
Pero bueno, primero que todo, tuve que haber llegado de alguna forma al Puerto, ¿cierto? Pues lo hice en autobús junto a un concierto de ronquidos y un bufet de tortas de atún. Siempre he pensado que viajar en cualquier tipo de transporte, en cualquier parte del mundo, es igual a librar una guerra constante en defensa del espacio personal. Incluso si se viaja con un familiar o, peor tantito, con la pareja misma.
No sé quién me dijo alguna vez, que si quieres conocer de verdad una ciudad debes primero tomar un taxi. Y yo no fui consciente de esa afirmación hasta que el jueves por la tarde bajé del autobús y puse pie en un taxi jarocho que me llevó hasta mi hotel. Yo solo dije el debido “Buenos días, tardes ya”, no tenía muchas ganas de entablar conversación con nadie, pues nunca he podido dominar el fascinante arte de la gestión de los silencios incómodos.
Pero justo al emprender camino a través del centro, sin verlo venir, el taxista comenzó su letanía y amplio análisis de la situación del Puerto y del mundo: “Ese señor Taibogn tiene absolutamente toda la razógn, ya nos la metieron todita” Y así fue como acabamos hablando sobre el agua con sal de Duarte y la maravilla efímera que para él significó Miguel Ángel Yumes. Hablamos también de Donal Trogn y sobre el error tan grande que fue darle a su yerno -nombre impronunciable- el Aguila Real (sic).
El taxista resultó ser el mejor analista político de la historia moderna de nuestro país, cualquiera de los intelectuales que por cierto, tanto abundan y en todas partes, debería recibir una cátedra de cómo no creerse tanto ni ser tan prejuicios y acartonados a la hora de emitir una opinión de cualquier índole. Cuando llegamos al hotel, salí del taxi con el mejor parte político social y económico del puerto de Veracruz y de la República Mexicana.
En los hoteles, uno siempre guarda la esperanza de caerle bien a la señorita de recepción y ser digno merecedor de un cuarto con vista al mar. Lamentablemente a la señorita en turno le valió un pepino mi gentileza medio falsa y me asignó una habitación con vista a Acapulco, la cual se encontraba en los más recóndito del edificio. No es broma, fue toda una aventura llegar a ella, tuve que sortear un laberinto.
¿En qué parte del hotel estaría el Minotauro?
Ya instalado decidí salir, con el tiempo medido, claro, tomando en cuenta la media hora que me llevaría encontrar nuevamente el elevador.
Los hoteles de Veracruz, la mayoría de ellos -no es que los conozca todos- huelen igual. No sabría decir a qué (el colmo del escritor), pero es una suerte de olores todos juntos que van desde la esencia de coco hasta el aire acondicionado. Misterio.
Cuando crucé la puerta del vestíbulo a la calle, respiré tranquilamente el olor a salitre y emprendí una caminata por el paseo del bulevar, que ahora han tenido la delicadeza de nombrar Distrito Boca.
Ya se me acabó el papel, pero seguiré contando.
PS
Día tres: todavía no somos Venezuela.
