La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

El magistrado ponente del caso Puebla, José Luis Vargas Valdez, es familiar de los hermanos Vargas de Multivisión y dueño de una biografía singular.

Strategia Electoral, clínica de litigio electoral, está especializada en la observación de esa materia.

Gracias a este equipo han sido revelados aspectos sombríos de las instituciones y los personajes detrás de éstas.

En septiembre de 2016, Strategia publicó en la revista Nexos un texto revelador sobre tres aspirantes a formar parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).

Entre los aspirantes estaba nada menos que Vargas Valdez: el magistrado del polémico tuit que metió a Puebla en otra dinámica: la de la incertidumbre.

Desde entonces el hoy magistrado se movía en la sombra de la sospecha.

Miguel Barbosa Huerta, beneficiario del proyecto de sentencia de Vargas Valdez, venía de presidir el Senado y era un hombre poderoso que influía en las decisiones, entre otras, de la Comisión de Justicia: misma que eligió al novato aspirante como magistrado del TEPJF, pese a que en la terna había mejores prospectos.

La duda mata:

¿Qué le debe Vargas a Barbosa?

Hasta hace poco, el ex candidato a la gubernatura de Puebla se jactaba de que varios magistrados le debían su cargo.

¿Vargas estará entre éstos?

Por cierto: la hoy diputada Dolores Padierna —muy interesada en la anulación del caso Puebla— era integrante de dicha Comisión de Justicia.

Es todo un caso para la araña.

Vea el hipócrita lector lo que Strategia Electoral escribió sobre las comparecencias de los aspirantes a magistrados:

“En este contexto, durante cerca de seis horas los aspirantes que integran la primera terna comparecieron antes los miembros de la Comisión de Justicia. Hay que decir que esta primera terna está integrada por un litigante, un magistrado (es presidente del Tribunal Superior de Justicia de Nuevo León) y un asesor de la presidencia del TEPJF (de 2015 a la fecha).

“El primer compareciente fue el litigante José Luis Vargas Valdez (44 años), siguió el magistrado Carlos Emilio Arenas Bátiz (59 años) y, por último, el asesor Daniel Cabeza de Vaca Hernández (60 años).

“Pese a que dos de los tres ocuparon cargos relevantes en las administraciones de los presidentes panistas (Fox y Calderón) no fueron cuestionados sobre sus relaciones o posibles conflictos de interés con el Partido Acción Nacional o con cualquier otro partido político o actor político relevante. Hay que recordar que José Luis Vargas fue Coordinador de Asuntos Jurídicos de la Subsecretaría de Desarrollo Político de la Secretaria de Gobernación, pasando por un cargo en el CISEN y, posteriormente, fue nombrado por Felipe Calderón como titular de la Fiscalía de Delitos Electorales (FEPADE).

“(…) A José Luis Vargas tampoco se le cuestionó sobre los motivos que llevaron al entonces presidente de la República a destituirlo de la FEPADE. En este contexto, es relevante un dato: José Luis Vargas no presentó su declaración de conflicto de intereses y a la pregunta de la Senadora que lo hizo notar, su respuesta fue que no había tenido tiempo. Este aspirante es el único de los tres que no presentó dicha declaración y que además no mencionó su estado civil.

“Los tres tienen algún tipo de estudios de doctorado, el currículo de José Luis Vargas indica que es candidato a doctor desde 2001, Carlos Emilio Arenas Bátiz es el único que tiene grado de doctor (2014) y Daniel Cabeza de Vaca es estudiante de doctorado desde 2013. Aunque no consideramos que sea un dato relevante para determinar al mejor para el cargo en disputa, sí es un dato que está a la vista en sus currículums y que da cuenta de estudios no concluidos y estudios que sí están concluidos.

“Carlos Emilio Arenas Bátiz es el único que cuenta con experiencia y trayectoria como juzgador. (…) Vargas refiere que fue Secretario Instructor en la ponencia de la magistrada María del Carmen Alanís en los meses o el año que va de 2006 a 2007 (sin precisar los meses).

“Esta falta de experiencia como juzgadores tampoco ameritó una evaluación y reflexiones de los Senadores, ni preguntas para indagar cómo suplirían, de ser nombrados, esa ausencia. “Tampoco fueron examinados sobre lo que de acuerdo con su formación e ideas consideran que deben privilegiar los jueces tanto de legalidad como constitucionales en su desempeño, así como sobre cuáles son, en su opinión, preferibles y por qué.

“En cuanto a su experiencia en la práctica electoral, José Luis Vargas fue asesor de Juan Molinar Horcasitas en el IFE (1996 a 2000), asesor de Rodrigo Morales Manzanares del Instituto Electoral del DF de 1999 a 2000  y de Luis Carlos Ugalde en el IFE de 2005 a 2006 (en ningún caso precisa qué meses).

“(…) La actitud de los Senadores tampoco ayudó a indagar sobre las fortalezas y debilidades de los candidatos como posibles juzgadores constitucionales electorales. En el mejor momento del escrutinio, a Vargas se le cuestionó sobre casos que ha resuelto la Sala Superior del TEPJF, mientras que a Cabeza de Vaca se le preguntó su opinión de temas generales (tales como género, candidaturas independientes, entre otros), pero lo cierto es que no se le cuestionó de casos o decisiones que han sido tomadas y que merecen revisarse o fijar una postura al respecto.”

 

La Clínica de Odio de López Obrador

La hora más amarga en la vida de Enrique Peña Nieto transcurrió el sábado anterior, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador lo exhibió públicamente ante cerca de trece millones de televidentes —más los que vieron el cambio de poderes vía internet—en el mismísimo Palacio Legislativo de San Lázaro.

Peña Nieto venía de entregar la banda presidencial a Porfirio Muñoz Ledo —antes de que éste tuviera un ataque brutal de zalamería hacia el nuevo presidente—, lo que es doloroso por naturaleza.

Entregar en una tela bordada el corpus de un sexenio no es cosa fácil, pues en ella viajan el status de Señor Presidente, el olor de Palacio Nacional, las noches de gloria en Los Pinos y la parafernalia del poder omnímodo y brutal.

Peña Nieto, pues, venía de entregar la banda bordada con hilo de oro y de desearle éxito al nuevo presidente.

Tomó asiento entre Muñoz Ledo y Martí Batres.

Se acomodó la corbata.

Miró a quienes lo veían, curiosos, desde las curules y las galerías.

Respiró profundamente.

Y escuchó las primeras palabras de López Obrador que lo llenaban de elogios.

Sonrió como sonreían los Césares romanos.

Qué envidia.

Quién iba a imaginar que un presidente como AMLO lo llenaría de flores en lugar de bañarlo en lodo y estiércol.

No imaginó lo que vendría después.

El presidente nacido en un lugar de Tabasco se le fue encima con todo lo que eso significa: corrupto, sinvergüenza, mafioso, inepto, farsante, mentiroso, engañabobos.

Ni una canción de D'Alessio o Paquita la del Barrio hubiera sonado tan brutal.

Peña, lejos ya del fuero que da la Presidencia, entrecerraba los ojos, se frotaba las manos, se limpiaba el sudor.

También se hundía en la curul que todos miraban con ojos que iban de la lástima a la celebración.

López Obrador sólo tuvo para él una cortesía: no lo mencionó de nombre durante esa quema de brujas.

Las referencias se limitaron a “el presidente anterior” o “los presidentes anteriores”.

O “los pillos que estuvieron en la Presidencia”.

O “los corruptos”, “los ineptos”, “los sinvergüenzas”.

Esa clínica de odio terminó una hora después, cuando el presidente empezó a hablar de otros actores.

Peña respiró profundo, se acomodó la corbata, soltó una sonrisita y saludó a alguien de lejos.

Su salida fue veloz.

Salió entre piernas.

Casi corriendo.

Sin ver a nadie.

“¡Sáquenme de aquí!”, parecía decirles a los pocos priistas que lo echaron por una puerta lateral.

El fin de una época gloriosa es el principio de un infierno. Peña Nieto ya vive en él.

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