Respecto al poder legislativo, la gobernadora de puebla dejó en claro que no aceptará chantajes ni provocaciones.
Por: Mario Galeana
Todo, a partir de ahora, es inédito: tanto el gobierno federal que encabeza él —un hombre de izquierda—, como el gobierno estatal que encabeza ella —la primera en toda la historia política de su estado—, y el asomo del conflicto que marca la relación entre ambos.
El primer paso hacia la tregua lo ha dado ella, Martha Erika Alonso, y lo ha hecho de manera inmediata: desde el primer día de su sexenio.
Alonso rindió protesta al cargo la madrugada del 14 de diciembre y acuñó para sí un lugar en la historia de Puebla —que nunca antes había tenido como gobernadora a una mujer— y en el resto del país —que ha tenido apenas ocho más—. Lo hizo en una ceremonia discreta, a la que sólo acudieron los magistrados del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) y su antecesor, José Antonio Gali.
Medio día más tarde, la gobernadora de Puebla pronunció su primer discurso público tras la toma de protesta, y no tardó más de tres minutos en convocarlo a él —al presidente Andrés Manuel López Obrador— a visitar el estado.
Lo hizo poco después de afirmar que guarda “grandes coincidencias” con la política de justicia social e igualdad del presidente… y, sobre todo, después de confirmar que el gobierno federal no había enviado un solo representante a su primer acto público como gobernadora.
Entre los asistentes al Auditorio de La Reforma, la sede de su primera aparición como mandataria, sólo se hallaba la presidenta municipal de Puebla, Claudia Rivera Vivanco.
Y en cambio, un gran número de opositores al proyecto político de López Obrador en el Congreso de la Unión, entre ellos el senador Rafael Moreno Valle, su esposo, y uno de los artífices de la acción de inconstitucional que detiene, por ahora, el tope salarial que el Presidente trata de imponer al Poder Judicial y Legislativo.
Por eso —quizá precisamente por eso— la primera gobernadora de Puebla quiso dejar en claro que ella no será, al menos ahora, una rival para el Presidente de la República.
“Desde aquí hago un llamado al presidente Andrés Manuel López Obrador para reiterarle que en Puebla siempre será bien recibido y que cuenta con nuestro mayor compromiso para llevar a cabo los programas prioritarios de su gobierno. En Puebla tendrán un gobierno aliado”, pronunció.
El guiño de la panista se repitió minutos después, cuando afirmó que, en alineación con la política de austeridad desplegada por López Obrador, reducirá su sueldo y exhortará al TSJ y al Congreso del estado para que hagan lo mismo.
Fue un aluvión de señales confusas: Alonso parecía decir que aunque Moreno Valle se opusiera a la reducción de los salarios de los integrantes del Poder Legislativo y Judicial a nivel federal, ella estaba de acuerdo y se sumaría a la propuesta a nivel local.
Alonso parecía decir, también, que aunque en Puebla caben todos los rivales políticos de López Obrador, que aunque el estado puede ser la cuña de oposición al gobierno federal, también hay lugar para sus principales aliados, como Manuel Velasco, el gobernador favorito del Presidente de la República, que yacía sentado en primera fila, codo a codo y risotada a risotada con, precisamente, Moreno Valle.
Para el Congreso del estado, en cambio, no hubo guiños. Cada vez que Alonso se refería al Poder Legislativo local endurecía el gesto y los ademanes; los ojos irradiaban con fuerza y la pulsera de nazar u ojo turco —para bloquear la envidia, según su uso tradicional— que portaba en la muñeca izquierda se agitaba contra el atril.
A ellos, a la mayoría legislativa de 22 diputados de Morena, PT y PES, les advirtió que no aceptará chantajes ni provocaciones.
“Las y los poblanos no queremos protagonismos ni pleitos; los ciudadanos exigen soluciones y están dispuestos a participar en su diseño e implementación. Estoy abierta al diálogo y la colaboración, a que se construya con respeto y propuestas, no con ofensas, descalificaciones y mucho menos con chantajes…”, advirtió antes de que un aluvión de aplausos interrumpiera su discurso.
Luego continuó: “… bajo estas premisas, desde este momento extiendo mi mano para construir soluciones conjuntas que permitan recuperar entre todos la tranquilidad que exigimos y merecemos. Invito a quienes conforman hoy la mayoría en el Congreso a que antepongan los intereses de Puebla y la seguridad de las familias por encima de cualquier diferencia política”.
Así se presentó Martha Erika Alonso ante la Cuarta Transformación: como aliada luminosa pero, de ser necesario, como rival de sombra larga.
EL FUGAZ ASCENSO DE UNA GOBERNADORA
Allí, en ese mismo atril, en la oscuridad de aquel mismo auditorio, Alonso se deshizo hace tres años.
La noche del miércoles 9 de diciembre de 2015 la hoy mandataria de Puebla rindió su último informe de labores como presidenta honoraria del Sistema Estatal DIF: eran, todavía eran, los años en los que su esposo gobernaba el estado.
Ya en los pasillos del auditorio se rumoraba que Alonso renunciaría al SEDIF sólo para preparar su candidatura al gobierno del estado en 2018. Franco Rodríguez Álvarez, que entonces era diputado local y que hoy ha sido nombrado secretario de Desarrollo Rural, la describió así en una entrevista realizada aquella noche: “Sin duda es un activo muy importante. Es querida por la gente y el partido la podría contemplar… si ella así lo decide, para el futuro”.
Hoy, se sabe, Alonso ya lo había decidido y el futuro se ha agolpado en el presente. Pero aquella noche no dejó de ser dolorosa: la gobernadora interrumpió su discurso por el llanto al menos tres veces, y, mientras se despedía de las familias a las que el DIF había atendido, se dirigió al auditorio: “Ya voy a acabar de llorar, lo prometo”.
Meteórico puede ser un calificativo para describir el ascenso político que la panista tuvo en tres años, pero incluso éste parece no dar noción del intempestivo encumbramiento en su carrera.
Tras el SEDIF, ocupó la Secretaría General del PAN, recorrió los 217 municipios para fortalecer las estructuras de su partido, desde Coyomeapan hasta Venustiano Carranza, y cuando ya era lo suficientemente conocida entre las bases, no hubo quien impidiera su designación como candidata al gobierno del estado.
Hubo campañas, hubo elecciones, hubo un largo conflicto poselectoral —al que muchos aún se aferran por supervivencia política o por estrategia o por cualquier otra razón— y finalmente un fallo de cuatro magistrados contra tres: todo para que ella, Martha Erika Alonso, estuviera allí, en ese mismo atril, en la oscuridad de aquel mismo auditorio, en el primer día de su gobierno, el primer gobierno de una mujer poblana.
