La Quinta Columna
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or: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

Hay un falso debate sobre la Cartilla Moral, de Alfonso Reyes, distribuida como catecismo por el gobierno federal.

No soy de los que se asustan como el historiador Alfredo Ávila, quien este domingo subió un tuit:

“No quiero que el gobierno se meta con mi moral. Y menos con la imposición de la cristiana, por más que sea parafraseada por Alfonso Reyes.

“La moral es privada. Lo público es la ley.

“Que el gobierno se encargue de la ley y que cada quien tenga la moral que le venga en gana”.

Muchos estuvieron de acuerdo con Ávila.

Muchos se le fueron encima.

El problema de la Cartilla Moral, distribuida entre personas de la tercera edad que reciben una pensión doblada del gobierno de AMLO (“doblada” en el buen sentido de la palabra, no en el sentido Taibo), es muy sencillo: don Alfonso Reyes la escribió con un español impecable, erudito, aunque su pretensión haya sido la de maquilar un texto simple y llano como parte de una cruzada alfabetizadora impulsada por Manuel Ávila Camacho —el “presidente caballero”— y Jaime Torres Bodet —secretario de Educación Pública en los años cuarenta.

El español de Reyes, por muy sencillito, no es comprensible para los mexicanos a los que va dirigido: hombres y mujeres modestos, pobres, analfabetos funcionales.

Y no lo digo con desdén ni mucho menos.

Lo digo con algunas encuestas y estudios del INEGI en la mano.

Ésas son las características de quienes a partir del domingo han empezado a recibir la Cartilla Moral.

Vea el hipócrita lector un pequeño ejemplo:

En el capítulo 1, don Alfonso habla de la moral y de la ética.

Si los adultos mayores no tienen un diccionario a la mano no entenderán una palabra.

Y menos cuando el autor incorpora la palabra “preceptos” a su discurso moral.

Éste es el verdadero problema de la Cartilla Moral (un “opúsculo” que “cuadricula nociones de antropología, política, sociología y civismo”): que fue pergeñada por encargo por un intelectual brutal que lo mismo escribía poesía que ensayo literario, que traducía a los griegos y hacía estudios sobre ellos, que perseguía el lenguaje y las cuestiones estéticas…

En fin: un hombre de letras cuyas obras completas alcanzan casi los treinta volúmenes.

El problema de don Alfonso es que no supo traducirse a sí mismo.

Es decir: no supo traducir su español erudito a un español para analfabetos funcionales.

Hubiera sido mejor encargarle al Fisgón la hechura de la Cartilla Moral o contratar a Epigmenio Ibarra para que hiciera una telenovela con ésta.

Me temo que el destino de los millones de libros será el basurero.

En el mejor de los casos, servirán como platitos para el café caliente.

O terminarán en el olvido como las cosas que no sirven para nada.

Lástima.

La intención era buena.

El problema aquí también fue el método.

José Joaquín Blanco, un hombre de letras ligado en su momento a Carlos Monsiváis, escribió esto en Twitter:

“Pobre Alfonso Reyes. Pero de que se lo merecía, ni hablar.

Los castigos a veces llegan. Pienso en la catástrofe que se volvió para el gran narrador Kipling su poema-cartilla-moral ‘If’ (‘Si…’) (‘Y sobre todo un hombre serás’) ¡Y no hablemos de la Epístola de Melchor Ocampo!…”.

Cierro con un genial epigrama que Salvador Novo escribió contra Torres Bodet, gran promotor de esa campaña alfabetizadora de los años cuarenta:

Exclamó la comunidat

al escuchar la novedat:

“¿dejar de ser analfabet

para leer a Torres Bodet?

Francamente ¡qué atrocidat!”.

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