La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam 

Justo cuando vivimos en Puebla tiempos terribles, luego de las muertes de Martha Erika Alonso y Rafael Moreno Valle, Eukid Castañón Herrera, principal operador del morenovallismo, ha decidido abandonar el ámbito de la vida política poblana.

En su misiva, el operador de mil batallas del morenovallismo deja en claro que lo hace en función de la amistad que lo unió por más de veinte años con quien ya no está: el mismo que falleció la tarde del lunes 24 de diciembre.

Ahora que la política poblana se ha achaparrado y la gubernatura se ha vuelto un botín en el que las palabras dignidad y lealtad fueron expulsadas de un diccionario titubeante, Eukid reivindica esas mismas palabras para hacer algo inusual en la política: renunciar al poder.

A lo largo de su amistad con Moreno Valle, nuestro personaje enfrentó guerras y guerrillas brutales, siempre con el rostro pintado a la manera de los pictos, antepasados de los escoceses.

Ambos ganaron todas las batallas electorales que enfrentaron y crearon un ejército diseminado a lo largo del estado.

Su amistad no conoció la derrota, aunque algunos personajes quisieron adjudicarse tramposamente sus victorias.

Ellos —todos lo sabemos— lograron hacer del PAN una marca triunfal.

Y es que sacaron esas siglas del mar de las derrotas históricas para volverlas invencibles.

Sin Moreno Valle y sin Eukid, la duda mata:

¿Cómo enfrentarán las guerras por venir los panistas poblanos?

Eukid generó estructuras en todo el estado y conocía a los integrantes de las mismas por nombre y apellido.

Tenía los hilos en la mano, pero también los resortes necesarios para ganar una elección.

Hoy, sin él en el campo de batalla, sus enemigos han empezado a celebrar.

Los de Morena saben que la guerra que viene será pan comido.

Algunos panistas creen que ahora sí podrán hacer y deshacer.

(Estos últimos se enterarán demasiado tarde que acaban de perder media elección).

Eukid fue generoso en la carta pública hasta con sus adversarios:

“A mis adversarios y detractores, de los que siempre tuve un aprendizaje, les deseo lo mejor”.

A la dignidad y la lealtad se suma la generosidad.

Se dice fácil en estos tiempos.

No lo es.

Hace poco hubo voces que veían a “Castañón” o “Herrera” —como le decía Rafael— queriéndose quedar con el legado morenovallista.

Pudo hacerlo.

No quiso.

Prefirió hacer algo mejor: honrar la memoria de la gobernadora y el senador retirándose a sus habitaciones.

Que otros se destrocen por el botín.

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