Letras al Vuelo
Por: Aldo Báez

Y nosotros: espectadores, siempre en todas partes,
¡Vueltos al todo y nunca fuera!
Rilke

En los mundos literarios, por lo regular, algunos destacan de inmediato y otros aguardan sin recelo, a que el piadoso o implacable tiempo, emita el veredicto final. Sin embargo, existe la posibilidad de triunfar de inmediato y, después, aun aguardar el otro dictamen. Heinrich Böll, nació al compás de la revolución bolchevique en 1917, en Colonia, ciudad de la polémica y angustiante Alemania del siglo veinte. El autor vivió la era fascista, la derrota mundial, la separación alemana, sabía que el duelo era una magnitud y el dolor tiene un valor. Hijo natural de la odiada nación, decidió los caminos del pensamiento y la creación antes que la absurda justificación racional y nacionalista, es decir, Böll admitía que era un alemán como cualquier ser humano que puede sobrevivir a pesar de la terrible e inexistente noción de Estado. El alemán no es el Estado, es el hombre y la dignidad humana es el único estado inviolable, como lo promulga el artículo primero de la Constitución germana.

Böll era un escritor, que dedicó su vida a esa tarea. Hombre típico sumergido en las letras, ejerció su libertad y su crítica sin ceder jamás a la sumisión de ningún tipo, ni moral ni político, reconocía el papel del escritor en la sociedad moderna y así quedó manifiesto en su obra literaria desde su primera novela El tren llegó puntual, escrita en 1949, hasta su pequeña obra maestra El honor perdido de Katharina Blum, que publica en 1974.

A partir de la obra que se considera la cúspide del escritor nacido en el seno de una familia de artesanos, Opiniones de una payaso (1963), el prestigió que adquirió como creador y pensador fue unánime. De filia religiosa, Böll, empieza a ejercer cierta influencia entre los círculos intelectuales críticos de Alemania y en general en Europa, a partir de algunas de sus ideas sobre el cristianismo, el catolicismo, la libertad y los derechos del hombre. En 1971 publica Retrato de Grupo con señora con un magistral dominio de la técnica narrativa, relata la vida de una mujer durante el periodo nazi, con algunos perfiles de la situación psíquica e ideológica, que vivió su país. Un año más tarde, en 1972, le será otorgado por la Academia Nobel, el premio en el campo de las letras.

Sus relatos y novelas, eran paralelos a la actividad que Böll inicio desde primeras incursiones en el terreno literario: el ensayo. El conocimiento de su obra narrativa descuella, más no por ello sus preocupaciones por los desajustes sociales y las cuestiones religiosas lo obligan a sentirse parte del escritor contemporáneo, es decir, un creador pensante.

Cuando Europa vivía la tensión de los años sesenta, Böll al lado de personajes de la talla de Sartre, Arthur Miller, Bertrand Russell, Alberto Moravia o Gunter Grass gustaba de opinar sobre los problemas de la juventud, los estudiantes, la invasión a Checoslovaquia, la cuestión católica, o la antisemita o todo aquello que versaba sobre los conflictos que aquejaban la sociedad del viejo continente. Ello, por supuesto, sin perder de vista las posiciones y desarrollo de la literatura y en específico, de la novela contemporánea.

El tren llegó puntual (1949), Casa sin amo (1955), Asedio Preventivo (1984) o Acto de servicio (1966)son obras de interés en el reconocimiento del alemán, sin embargo, existen tres ensayos que muestran la preocupación del escritor, no como simple espectador sino como un payaso, según su concepción, que opina. Su clown es muy peculiar y en realidad a través de él construye un universo entre las nociones de fracaso y éxito, que le permiten mostrar como la vida y la política, aun recubierta de espíritu de religión, está recubierto de un asunto de falsa moralidad. El comediante, más a la Chaplin que apegado al constructo de payaso que concebimos, son muestra el indudable talento de Böll para mostrar las vicisitudes de la sociedad, no solo alemán sino contemporánea.

“Karl Marx”, ensayo escrito en 1961, tiene su intención íntima, en que no lo describamos a nuestros hijos como un terrible fantasma. Böll capta la imagen del pensador renano como lo que fue, un filósofo deslumbrante antes que un político. Recupera aquellos aspectos de la vida del autor Das Kapital, como quien enfrenta la obra de un creador, no sin ocultar admiración al filósofo que pensó como pocos los problemas del hombre. Böll comprende que la estigmatización que se hace de la imagen de Marx, se debe en mayor medida a aquellos que lo unen sin mayor estudio a las imágenes de los soviéticos, Lenin o Stalin, sin entender que los planteamientos marxistas tenían mucha mayor consistencia en las relaciones sociales, humanas y de producción.

La preocupación, constante en toda su obra, de resaltar los valores éticos y creativos, conduce al escritor a redimensionar una imagen que a su juicio, la convirtieron en dogma y la falsificaron de tal modo, que resulta difícil apreciar la verdadera obra de Marx en el desarrollo social. Afirma que el mundo del este pagó el precio sangriento de las purgas, represiones y revoluciones a Marx y sus reencarnaciones como si fueran ídolos. La perversión más espantosa del marxismo se cultivo en esa parte alemana del mundo oriental.

El enfoque de Böll sobre Marx es humano y lúcido. Desde joven deslumbró por sus conocimientos e ironía, aunque también sabía entender dialécticamente sus derrotas. Como rasgo novedoso, la importancia que tuvo el apoyo que brindó al pensador, esa noble mujer Jenny von Westafen o lo que representó la pérdida de su hijo. Recupera, además, la imagen de los múltiples pensadores de primera línea que vivieron durante su época, como Proudhon, Bakunin, Nietzsche o Hölderlin, y el tiempo ya decidió la valía de cada uno de estos soñadores de un mundo nuevo.

Aunque su filia con el autor es grande, observa que los errores tácticos y prácticos (políticos), no rebasan la capacidad de la obra que legó a nuestro siglo aquel que fuera el dirigente de la Internacional comunista. Böll, con sinceridad muestra que los alcances de su ensayo que no tiene la pretensión científica, es indudable que nos obsequia una brillante e inteligente concepción y conocimiento del hombre y la obra más polémica de los últimos 150 años.

En el crucial 1968, Böll escribe un bello artículo sobre la invasión soviética en Checoslovaquia, “El tanque apuntaba a Kafka”. El autor se encontraba en ese país cuando se entera de que para sorpresa de muchos, el gobierno de la URSS, manda al ejército a restablecer el orden, que según ellos, había roto el gobierno checo. El carácter democrático, de la joven nación que engendró la Guerra europea en 1918, rebasó con mucho las expectativas totalitarias que ya habían mostrado desde la invasión a Hungría en 1956. Cada doce años, la represión oriental hacía crisis, no olvidemos que en 1980, doce años después, tocaría el turno a Polonia. 1990 marcó el final de aquella ficción democrática. La población checa no daba crédito. Gritaban frente a los tanques rusos: somos amigos. El asombro de los soldados era semejante: hay decisiones del poder que la gente humana no entiende.

Böll, con la maestría que rebasa la posición periodística, plantea una sustantiva y hermosa crónica de los incidentes que develaban la humanidad de un pueblo amante de la libertad, donde la democracia había nacido en la calle. Tierra de poetas y creadores del mundo como Rilke, Kafka, Kundera o Havel. Karel Čapek afirmaba que el humor es la más democrática de la forma de vivir, comprendió la extraña naturaleza de ese pueblo, donde la broma –pienso en un tema recurrente de Kundera–, se volvió una tragedia.

Cuenta Böll que en aquella primavera de Praga, las jóvenes lanzaban flores y besos a los soldados rusos; un joven se negaba, aún a costa de su vida, a entregar su cámara fotográfica; una compañía de seguros sacaba un cartel donde se negaba a asegurar a los soldados rusos de las ofensas; o, un tanque que dirigía su cañón sobre la casa en que el hombre, el único tal vez, que entendió el poder desde la perspectiva humana: lo enunció como algo impalpable, invisible, algo inexistente, salvo en el lugar más cercano: dentro de la imaginación del hombre. Imagen ridícula, como cualquier imagen donde se represente el poder. El espíritu crítico de Böll realiza un ejemplar digno de la memoria de nuestro tiempo.

Finalmente, Böll nos obsequia un ensayo que con acierto muestra el ánimo, espíritu moderno del escritor y da titulo a su colección de escritos. Más allá de la literatura. La pluma y el pensamiento del escritor alemán se extiende más allá, no le pone fronteras a la literatura, incluso la concibe como un reducto de valores humanos éticos y políticos indisolubles a nuestra esencia, no sólo como escritores o pensadores sino como seres humanos. El centro de su ensayo está, quizás, el más humano de los escritores y por tanto de los hombres que han visitado este planeta: León Bloy. Su ironía o la riqueza de su pobreza, ofenden sobre manera y por igual a todos los moradores de la sociedad. Böll sabía que nadie querría la amistad de alguien así. La humanidad en Bloy era casi dolorosa, es decir, humana. Un escritor, tan pródigo como pobre, nos legó una de las exégesis impresionantes sobre aquello que tanto aborrecemos y tan poco comprendemos: los lugares comunes. Böll nos trasmite su admiración y más aún la posibilidad de admirar a este controvertido y lúcido escritor.

La preocupación de Böll es el hombre contemporáneo, del que dice, “es comparable a quien se sube a un tren de la estación de su pueblo y viaja por la noche hacia un destino cuya distancia desconoce; a menudo el pasajero se despertará sobresaltado y, oirá, a través del alto parlante de alguna estación ignota, una voz anunciándole el lugar donde se encuentra; le comunicarán nombres que ignora y le parecen irreales; los nombres de un mundo ajeno que parecen no existir. Es un proceso fantástico y no por ello menos real. Lo real es fantástico, pero hay que saber que la imaginación humana siempre se mueve dentro de lo real”.

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