Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio
El futbol, el deporte más popular en México, es, en muchos sentidos, una representación del país.
Los ciclos mundialistas son al futbol lo que los sexenios a la política: comienzan con esperanza, con la fe ciega –o casi ciega– puesta en un solo hombre: el entrenador de la selección nacional.
En los hombros de este tlatoani depositamos la pesada expectativa de una buena actuación en la siguiente Copa del Mundo. En la historia moderna de nuestro futbol, que comienza en 1970, eso significa ir más allá del cuarto partido mundialista.
Esta semana, el ciclo comenzó de nuevo. Fue presentado Gerardo El Tata Martino como nuevo seleccionador. Debo decir que no tengo nada contra él. Me parece un entrenador serio, con buen palmarés. Y no, no me molesta que sea extranjero.
Lo que me sorprende –o ya no sé, la verdad– es esa fe que se renueva cada cuatro años. Y no porque los aficionados al futbol no nos debamos un poco de optimismo y confianza en el equipo. Lo digo porque está de sobra probado que esa mecánica para hacer las cosas no conduce a la meta deseada.
Las selecciones que ganan la Copa del Mundo –Alemania en 2014 y Francia en 2018, por mencionar dos casos– no deben ese logro al talento de un solo hombre. Cierto, un buen entrenador no estorba y, de hecho, es indispensable. Pero no es suficiente, como se nos ha hecho creer.
Si queremos aspirar a un mejor papel en el Mundial –y traslado este argumento a otros ámbitos– necesitamos un sistema de organización y un método para alcanzar el objetivo que nos proponemos.
Me temo que poco podrá hacer El Tata Martino si no convence a los directivos del futbol mexicano que todo lo que se ha hecho hasta ahora debe ser modificado y que hay que reconstruir desde abajo.
Probablemente usted esté esperando que aquí yo proponga cómo llevar a México a la Copa del Mundo. La verdad, ni idea tengo. Mis conocimientos de futbol sólo me permiten distinguir que lo hecho hasta ahora no es suficiente o, de plano, no sirve.
A juzgar por los resultados que tuvo en el Atlanta United de la MLS, creo que Martino puede hacer una propuesta interesante. Me refiero a algo más que convocar a jugadores y planear cada partido. La pregunta es si lo dejarán opinar y, más aun, tomar decisiones. Por ejemplo, ¿los clubes aceptarían limitar el número de jugadores extranjeros para dar oportunidad a que se desarrolle talento local?
Una pregunta más: ¿Cuál es el objetivo? ¿Es sólo el próximo Mundial o va más allá?
Ayer escribía aquí sobre la forma en que los buenos líderes resuelven los problemas. Bueno, pues el futbol mexicano tiene un problema. ¿Habrá la paciencia de estudiarlo y analizar las soluciones o se aplicará el remedio instantáneo de apostar por el nuevo entrenador y ya?
En algún momento, para ir por la grandeza –la futbolística y la grandeza en general–, México tendrá que hacer a un lado su costumbre de creer que un solo hombre logrará guiarlo a la tierra prometida. Tendrá que cambiar eso por la paciente construcción de sistemas y métodos que resistan el paso de las personas y sean impermeables a sus obsesiones. Tendrá que distinguir al barco del capitán.
Buscapiés
Dos hechos prácticamente iguales ocurrieron en el sur de Guanajuato el 13 de septiembre de 2017 y el 20 de junio de 2018. Esos dos días, de madrugada, aparecieron restos humanos embolsados en las instalaciones de sendas gasolinerías. Las notas periodísticas dan cuenta de eso, pero no de los mensajes que acompañaban a los cuerpos desmembrados. Eran amenazas a los dueños de esas estaciones de servicio para que dejaran de comprar el combustible a Pemex y se lo compraran al clan huachicolero de la región. A fin de no caer en la extorsión, los propietarios de una de esas gasolinerías decidieron venderla y ahora viven fuera del país (por cierto, ¿sabía usted que 57% de las estaciones de servicio son propiedad de un pequeño empresario, que tiene una sola gasolinería?). Antes de tomar esa última decisión, uno de los miembros de la familia fue emboscado en una brecha de la zona. En lugar de hacer tabula rasa de los gasolineros y señalarlos como parte de la red de venta de combustible robado –a cuyos líderes, sin duda, el gobierno debe detener y procesar penalmente cuanto antes–, se tiene que conocer el contexto de cada caso. Este fenómeno es multidimensional, pero la base sobre la que existe es la impunidad. Mientras no se haga valer el Estado de derecho, la delincuencia seguirá activa. Lo que la anima es la ganancia ilegal; no es que la gasolina sea para ella un fetiche. Si ya no puede robar combustible, buscará algún otro negocio ilícito.