Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria
No puede la verdad quedarse a oscuras en la historia. Nunca la verdad se vuelve ceniza, porque es la verdad lo que da sentido al interés por la vida y muchas veces, salta, como esas llamas del terror quemando a los pobres, calcinando su esperanza que desde hace mucho tiempo, es muy poca.
El lamentable hecho de fuego y muerte del que hemos sido testigos en el Estado de Hidalgo, dio a la luz lo que antes se escondía. Un pueblo hambriento, un pueblo que se juega la vida porque fue abandonado, como lo ha dicho el presidente. Un pueblo bajo la crueldad del abandono y que ya ni siquiera se da cuenta, que el delito de robo de combustibles, es delito.
Veo con estupor el video donde corren los hombres en llamas después de la voluminosa explosión. Los gritos desesperados de aquellos que huyen convertidos en llamas. Se ven corriendo los que quizás se salvaron con quemaduras graves, otros no lograron salir de las llamaradas. Uno grita ya cerca del que graba “ayúdame me voy a morir güey”, el otro, le responde, “revuélcate”. Más allá uno, apaga con algún trapo a otro que sigue prendido en el suelo. Gritos, llamas altísimas, el dolor, el espanto, el horror, la gran tragedia, la muerte, la gran lección, la dolorosa lección fatal, la tragedia de los muchos muertos por fuego y la cantidad de sobrevivientes que también se ven en el video con escoriaciones vivas en la piel y la ropa hecha pedazos de la que todavía sale humo. Hombre sorprendidos de estar vivos, la voz de un hombre que dice que alguien (dice su nombre) “se quedó adentro, se quedó adentro”. La muerte dando lecciones a los que no la entienden. Y al final vemos gente pobre, desesperada por ganarse unos pesos, morir en las llamas. Y me pregunto ¿Siempre deben ser ellos, los pobres, la carne de cañón y los que se juegan el riesgo al que la pobreza los orilla?
Esta es una tragedia de la que no podemos quedar ausentes ni verla por encima. Ahora que escribo estas líneas, veo un video de un hombre que presume ser ladrón de combustible. Orgulloso –como son los delincuentes– y triunfal, como si el bidón fuera trofeo, con una agresividad imparable, pero también –en su presunción–, se ve la amargura y la impotencia en la que muchos como él viven y de donde ya no podrán salir.
Hoy discutimos entre los que quieren que las cosas se queden así, en lo que Lorenzo Meyer llama “la normalidad corrupta” y los que quieren que esa corrupción sanguínea se acabe. Y es que hay un interés general –como lo dijo Meyer– por apoyar la guerra contra el robo de combustible, pero la individualidad confortable de muchos –lo digo yo–, quiere que las cosas sigan igual en nombre del confort, que sigan así, en la normalidad corrupta. Y todos creen tener la razón.
¿Y los culpables grandes que en la oscuridad explotan a esas gentes que arriesgan su vida y esta vez muchos la perdieron, dónde están? ¿Quiénes son? ¿Cómo pueden ser tan crueles pasando por encima de todo en nombre de su enriquecimiento? ¿Quiénes son esos empleaditos de Pemex que orquestan el hurto? Deberíamos de saber quiénes son esos traidores a la patria, porque esa es una traición y no tiene otro nombre.
Ese era el riesgo: la explosión y la muerte de muchos, ese era el peligro y sucedió. Antes, cuando perforaron el ducto, esos mismos que corrían en llamas, iban en multitud con sus recipientes a llenarlos de gasolina para no detener el negocio; hacían lo que para ellos era cotidiano en su vida. Allí en aquella fuente que en el video se veía azul como agua cristalina eran las espadas líquidas de la muerte y los atravesaron.
Veo el rostro de una joven mujer llorando porque su esposo está desaparecido, y a la pregunta del reportero que la guía, para que conteste lo que él necesita para la nota; llora y dice que ya lo ha buscado en todas partes y no aparece hasta que responde –como el reportero quiere–, que “el presidente tiene la culpa porque todos los días le sube un peso a la gasolina” y ellos tienen que trabajar más duro. Se entiende que eso tuvo que hacer su marido, por eso no aparece y tal vez esté entre la lista de calcinados. Es lógico que no sabe nada del asunto, que así ha crecido, viendo el robo como si no lo fuera, como se ve con naturalidad sembrar la tierra o cualquier otro trabajo. Qué triste su cara desorientada y con el dolor en los ojos grandes de no saber nada. Qué triste ver en su rostro el dolor verdadero, ver a esa mujer llorar por su marido que no aparece y no sabe que en lo que su marido trabajaba era un robo. Qué desolador ver en esa mujer la desorientación que los pobres padecen, porque han sido usados históricamente para alimentar a una oligarquía irracional que nunca los ha tomado en cuenta, sino es para que vayan a las urnas o le sirvan como mulas de carga. El problema se debe atender desde la raíz, porque es un muy grave problema social, que igual que las llamas del ducto perforado, ya todos lo estamos viendo y conocemos. Oí en el café a dos niñas ricas reírse de esta trágica noticia, las escuché renegar del desabasto de gasolina, y veo que están igual que aquellos que roban ductos: no saben que traicionan a la patria y ellas no saben que sus risas son una traición al pueblo. Veo al presidente que informa a los ciudadanos lo que esta sucediendo, veo a un presidente –por vez primera–, decir que sí, que los pobres han sido abandonados. Veo por vez primera, a un político que busca y menciona la verdad. Y yo agrego: Sí, los pobres han sido abandonados a su suerte y espero que hoy no los abandonemos a su muerte.