Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria 

No es nuevo que el tratamiento del mundo llamado “rural” en la literatura escasea, y pareciera que a nadie importa.´También se debe tomar en cuenta, que Juan José Arreola, Juan Rulfo, Agustín Yáñez, con algunas de sus obras, dejaron las puertas cerradas. Nada por encima de “Pedro Páramo”, “La feria”, “Las tierras flacas” de estos tres jaliscienses. El mundo pueblerino y el  ranchero como se le ha llamado, poco está presente en la literatura de nuestros días y las razones quizás hayan sucedido de una manera poco percibida por las nuevas generaciones, que se han concentrado en las ciudades y en lo que allí ocurre y el alejamiento a esa otra vida opuesta a la ciudad, parece no importarle a la literatura. Hay un alejamiento evidente de la vida rural y pueblerina, pero no solo de la literatura por supuesto. Hay un alejamiento de esos mexicanos que hablan el español con rastros del habla del siglo dieciséis y se les ve con cierto desdén, porque la vida urbana, parecería ser la única que está en lo correcto. Y quizás ese mismo alejamiento que el medio urbano ha sido la causa. Pero ¿Quién se aleja de dónde y qué se aleja de qué? El campo ha dejado de ser un motivo literario, sino es para exponer la miseria y la situación social en la que se encuentra, situación a la que la globalización le ha llevado.

La vida del campo es el símbolo de la pobreza, aunque también abundan los modernos cacicazgos de empresas extranjeras que rentan la tierra para sus seguras producciones que ni siquiera conocemos y consumimos en México. Empresas en las que los los campesinos que quedan en pie y han perdido la tierra, son empleados en condiciones deplorables. Entonces ¿Qué escribir al respecto del campo si ha sido abandonado y ya no es un espacio social dónde la vida de la gente pueda ser autosuficiente sin recurrir a los suministros urbanos de alimentación, enseñanza y hasta de costumbres propias de la ciudad? Puedo decir que se ha perdido la identidad del mundo rural y los pueblos se han urbanizado. La globalización uniformó la vida en la ciudad, en el pueblo y en las rancherías y eso es una modificación a los valores de todo tipo que existen en cada contexto.

Hoy para la literatura se ha alejado de ser un “tema” el espacio rural, y si vamos a las artes visuales, ya no hay pintores que vayan con el mismo fervor que iban al mundo bucólico en otras épocas. ¿Qué sucede con este alejamiento y qué atractivo ha perdido el campo para las artes? No es fácil abordar el medio rural mexicano hoy, aunque muchos lo han denostado poniendo personajes mal dibujados y mal comprendidos en “obras literarias”. Escribiendo historias acartonadas hasta el grado de la denigración del personaje rural y tratando en los textos, las conductas y formas del habla con desprecio y desconocimiento.

Pero la ausencia de este tema no es casual y tiene sus motivos. Es claro que en las ambiciones de las nuevas generaciones no está el campo por ningún lado. Y es lógico, porque el campo en México ya no es ninguna esperanza, más que para lo ilícito y en consecuencia lo que el campo significó en México, hoy está destruido.

En el pasado el campo lo hemos conocido como un espacio social donde la vida honrada medraba. Hoy el campo vive un desprestigio, al que también los gobiernos, no le ha importado Pero vuelvo a la literatura del campo. No la hay entre los jóvenes escritores. Parecería que solo la ciudad existe. Alguna vez escuché a hablar ante mí un editor de una importante editorial sobre este tema y dándome un consejo, después de rechazar mi novela que sucede en un pueblo: “Escribe una novela donde haya más sangre que palabras y olvídate del campo y sus bucolicadas, sus inditos y demás, eso no vende y aquí se trata de vender”. Pero lo que es peor, es que esa es la realidad a la que muchos, pero muchos escritores obedecen. Terminaba la conversación con aquel geniecillo hijo de la gran ciudad, pensaba que la literatura no importa, a ese personaje le interesaba lo qué se vende igual que la leche y el pan. Y el tema del campo no vende en las librerías de la ciudad, la literatura  debe ser para venderse y para ello se debe escribir, según el geniecillo egresado en letras de una universidad cómoda. Salí del edificio aquel y me quedé parado aquel día, y pensaba más en el desprecio por el campo, que en el amor a la sangre que el editor fervorosamente padecía. Me pareció que el centralismo también estaba allí en su amor a la sangre y a la venta de libros. Yo era un escritor provinciano y como eso él me había visto. No pasaron tres minutos, cuando alguien me llamó por mi nombre. Era él, que me invitaba un café por allí en las calles de Polanco. Acepté esperando de aquella nueva reunión, clases de moral literaria y de nuevas maneras de vender libros. Poco a poco, aquel hombrecillo de 33 años, me dijo que escribía bien, que había hojeado mi novela, pero que me sugería abandonar el mundo pueblerino en mis historias. Ahora quería sacar una colección de libros de terror para jóvenes, que si me gustaría escribir, y él podía ver que me compraran la novela (claro, no llevaría mi firma, sino la de algún escritor inglés ficticio que tuviera ponch en las ventas) Se pagaba bien y con mi novela, tal vez más delante podía “hacerse algo”, pero que no abordara el tema del campo o los pueblecitos. “Eso no vende”, me recalcó. Me urgía largarme de aquel Starbucks. Vi el reloj y apresuré la despedida. No quise esperar más disparates. Me fui creyendo que nadie tiene razón en abandonar el campo y la vida de los pueblos de México.

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