Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río

Pocas veces había habido un momento tan delicado para que el representante de los empresarios del país pronunciara un discurso frente al Presidente de la República. Ése le tocó a Carlos Salazar Lomelín, quien ayer tomó posesión como nuevo líder del CCE.

De la relación entre el gobierno federal y los hombres y mujeres de negocios depende cómo pueda sortear México los retos que entraña la desaceleración de la economía mundial, impactada por el proteccionismo y conflictos geopolíticos.

A nivel interno, la escalada de la violencia criminal, el rezago educativo, las tensiones laborales y el lastre que representa la deuda de la empresa más grande del país, entre otros fenómenos, han puesto en duda la viabilidad de nuestro crecimiento.

Las expectativas de expansión de la economía se moderan, los compromisos de inversión se posponen o se cancelan y las señales de alarma sobre la capacidad de cumplir con nuestras obligaciones crediticias comienzan a ponerse en rojo.

Por si fuera poco, Andrés Manuel López Obrador y los empresarios han tenido que enfrentar la desconfianza mutua.

El hoy Presidente hizo campaña sobre la base de denunciar el contubernio entre el poder político y el poder económico. Y no faltan los empresarios que se han sentido injustamente señalados por el tabasqueño como parte de una “mafia del poder”.

Salazar llegó a la sede de la XXXVI asamblea anual del Consejo Coordinador Empresarial convencido de dejar atrás esa lucha “entre buenos y malos”. Así se lo dijo a nuestra compañera Karla Ponce, quien lo entrevistó en la víspera de asumir la máxima representación de las empresas, y así se publicó ayer en la primera plana de Excélsior.

Congruente con esa visión, habló ante López Obrador y la mitad de su gabinete.

“En esta difícil tarea de transformar a México, usted y sus colaboradores no están solos. Aquí estamos, para empezar, los empresarios. Y me interesa decirle, señor Presidente, que en esta misión no buscamos ningún privilegio”. Y se escuchó el aplauso cerrado, vigoroso, de los cerca de mil 300 asistentes a la comida, que, a diferencia de otros tiempos, hay que decirlo, no fue marcada por aparatosos dispositivos de seguridad.

“Queremos acompañarlo –retomó Salazar–, y quizá sea un pecado de soberbia, pero estamos preparados y capacitados para ayudar, en más de lo que usted se imagina. Lo primero que tenemos que lograr es ganarnos su confianza, partiendo de la premisa de que se trata de un atributo de dos vías: hay que ofrecerla para merecerla, y sabemos que, para merecerla, primero hay que ofrecerla”.

Nuevamente, los invitados regalaron un ruidoso reconocimiento al discurso del líder empresarial, quien agregó: “La confianza es fundamental para la colaboración. Y aunque por sí misma no resuelve los problemas, por lo menos nos acerca a una solución”.

Salazar se dio tiempo de describir la naturaleza de la actividad de los ahí reunidos. No sobraban las definiciones. Para tender el puente era necesario, primero, alejar los mitos de los que se ha alimentado la retórica política del nuevo oficialismo.

“El empresario es un idealista: tiene un sueño, imagina sus negocios, piensa en el futuro y dedica todo su esfuerzo, tiempo, recursos, habilidades y talentos para hacerlo realidad (…) Produce un círculo virtuoso en el que las utilidades se convierten en ahorro y ese ahorro se utiliza para invertir en más bienes y servicios que harán crecer a la empresa y emplear a más personas.

“Independientemente de ideologías o épocas, los países prosperan cuando este círculo de ahorro e inversión se crea, se fomenta y, sobre todo, se vuelve eficiente. Por ello, una empresa tiene sentido cuando, al producir valor económico, genera también valor social. Empresa sin sociedad es una injusticia. Sociedad sin empresa es una quimera”.

Empresarios y gobierno, añadió Salazar, tienen esos objetivos en común: “El bienestar de la población y el progreso de México”. Para que el gobierno cumpla con sus metas, apuntó, debe “lograr que haya equilibrio entre economía y sociedad, para que en la economía prevalezca un sentido social y para que las demandas sociales no desborden las posibilidades de la economía”.

La clave para ese equilibrio, remató, es el Estado de derecho. “Es imperativo que todos y cada uno de nosotros cumpla con el marco legal. Ya basta de excusas para no ser derechos”.

Un discurso elegante, directo, sin contemplaciones. Una mano tendida que encontró el rostro satisfecho del Presidente, quien, esbozando una sonrisa, botó el discurso preparado para la ocasión e improvisó, celebrando el encuentro.

El puente está tendido. Ahora, hay que usarlo. La gravedad de los tiempos no admite rodeos ni improvisaciones.