Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11
Escribió Bob Dylan:
Dicen que todo hombre necesita protección,
Dicen que todo hombre debe caer.
Sin embargo, te juro que veo mi reflejo
Un lugar tan alto por encima de esta pared.
Veo mi luz venir brillando
Desde el oeste hasta el este.
En cualquier momento, cualquier día de estos,
Deberé
ser liberado”
La muerte y sus razones, pienso, solo pueden ser comprendidas por alguien al momento en que, irónicamente, se encuentra frente a frente con la muerte y todas sus razones.
Entender aquello sería entenderlo todo y eso, mientras vivamos, no es posible. No para nosotros, no para el hombre mortal.
Qué pena. Llamarnos seres y mortales y no entender nuestra propia y única condición. Qué pena solo entenderlo todo hasta que las reglas del juego han cambiado.
***
Tres días. Tres minutos. Tres palabras. Tres de algo es poco. Tres no es nada. Pero cuando tenemos tres amigos, tres lo es todo, y luego, si esos tres amigos han sido también tres maestros, tres, ese número tres, se convierte de pronto en algo más valioso que todos los números que pudieran imprimirse en un papel.
Tres amigos se han ido.
Tres maestros se han ido.
Carlos Arana Turnbull, un ser humano entrañable, de voz sensata y coleccionista de vacas, de todo tipo de ellas. Todo mangas cortas, todo alegría siempre, todo ojos suspicaces. Inteligencia enorme, sabiduría también, enorme. Parecía entenderlo todo. Apasionado cibernético y un chiste malo siempre debajo de la manga.
No conozco a nadie a quien Charly no le haya cambiado la vida.
Óscar López Hernández, paz es lo que transmitía. Voz tenue. Ademanes humildes. También parecía entenderlo todo. Lo conocí en un salón de clases en la Alianza Francesa el verano en que decidimos aprender francés, en 2013. Cuando Sandrine, la maestra, nos preguntó porqué habíamos decidido aprender el idioma, él respondió que para entender la lengua de sus poetas favoritos. Él era mejor estudiante que yo, él hablaba mejor francés que yo, y cuando acabamos sentándonos juntos, en los tiempos libres, escuchaba mis proyectos tontos y me aconsejaba, cada que podía, algo para hacer mejor el programa de radio que estábamos empezando.
No conozco a nadie a quien Óscar no le haya cambiado la vida.
Eduardo Torres Salazar tenía la voz más impresionante que he escuchado. Cuando se convirtió en director de la primaria del Instituto México, yo iba en segundo, tenía nueve años y le tenía miedo. Me aterraba. Delgado, ojos verdes, encorvado siempre. Su voz, gruesa, se imponía en el micrófono y después de cada recreo decía religiosamente: “La escuela más limpia no es la que más se barre, sino la que menos se ensucia.”
Nos volvimos a encontrar cuando yo iba en prepa. Entonces él daba historia. No había cambiado nada, pero su voz ahora cobraba otro sentido. Nos contó la historia política de México mejor que nadie, nos regañó mejor que nadie y nos aconsejó mejor que nadie. Cuando le decía que no tenía idea lo que quería hacer en mi vida, sólo me respondía: “haga lo que haga no se olvide nunca de quién es usted, Pablo”
Si hoy escribo, es por él. Si hoy disfruto leer, es por él. Si hoy amo la historia, en gran parte es por él.
No conozco a nadie a quien el Profe Lalo no le haya cambiado la vida.
Los tres se han ido, con un tiempo cortísimo entre sí. Y yo solo puedo preguntarme:
¿en qué mundo nos han dejado?
Ellos tres siempre lo supieron todo. Ellos tres ya lo han entendido todo.
Adiós, muchachos.
***
PS
He llegado al punto de evitar los bares en los que no sirven comida. Estoy envejeciendo.