Disiento
Por Pedro Gutirérrez / @pedropanista

Hubo una ocasión, allá por 1976, cuando el Partido Acción Nacional (PAN) quedó sin postular candidato presidencial, a raíz de sendas disputas internas que minaron severamente los fuertes cimientos del blanquiazul. En efecto, si consideramos que el PAN es el partido más estable, antiguo y democrático del sistema político mexicano del siglo XX, y aún del XXI, esa crisis del año 76 se considera históricamente como el momento en el que la institución estuvo por resquebrajarse y todo por una candidatura presidencial.

Algunas de las crisis del PAN han sido en realidad meros debates ideológicos y no político-electorales, como la relacionada con la interpretación de su doctrina; en alguna década, la disputa se centró entre los que estaban a favor de la doctrina social de la iglesia Católica –encabezados por Efraín González Luna– y los que pugnaban por un PAN liberal –liderados por el fundador Manuel Gómez Morín–. Esta primera diferencia entre líderes del partido terminó con el relevo de Gómez Morín de la dirigencia nacional en 1949. Los religiosos habían vencido a los laicos y ello tuvo muchas implicaciones, entre estas, que al PAN decidió entonces que se le tildara con el mote de “partido confesional y conservador”, cuando en realidad los fundadores originarios habían diseñado una institución claramente liberal.

Otro momento delicado, a punto de la ruptura panista, puede encontrarse hace no mucho: ante la terquedad y obstinación de Ricardo Anaya por ser líder nacional del partido y aspirante presidencial a la vez; logró la nominación a la titularidad del Ejecutivo y todos sabemos lo que pasó: Anaya fue uno de los peores candidatos del PAN en la historia. Sin embargo, lo peor no acabó ahí: Anaya se fue dejando no sólo un partido minado y mal posicionado en el espectro opositor frente el gobierno federal encabezado por Andrés Manuel López Obrador; acaso peor: heredó una clase política cupular en el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PAN de bajísimo nivel, llena de oportunistas y nobeles de la política que se quedaron con el mando de un barco que está por hundirse estrepitosamente.

Primero Damián Zepeda, quien mientras fue beneficiado con la coordinación de los senadores –por encima de Rafael Moreno Valle (†)– alegaba democracia interna; cuando fue defenestrado de la coordinación y sustituido por el poblano, vociferó lo contrario. De ese tamaño es el nivel de personajes como este: una bajísima estatura política.

Otro caso, quizá el más lamentable, es el de Marko Cortés, actual presidente del CEN. Hace no mucho estuvo por Puebla, derivado de la crisis en la que se hundió desafortunadamente el albiazul local después del 24 de diciembre de 2018; artífice de una pantomima sólo para el show ante los medios; Marko Cortés hizo como que escuchó a diferentes liderazgos panistas para coordinar una postura ante la inminente designación del gobernador interino. Salió a decir a los diferentes medios de comunicación que había una suerte de derecho divino o de preeminencia por el cual el PAN tenía que quedarse con el interinato. Tradición democrática, la intituló el innombrable. El resultado todos lo sabemos: Acción Nacional quedó fuera de las negociaciones en ese complejo tema. El ridículo fue histórico.

En los próximos días viene un proceso igual o más complicado aún: la elección del candidato del PAN a la gubernatura. No queda claro el mecanismo que empleará el partido ni la idea que traiga en su desordenada cabeza Marko Cortés al respecto. Por el contrario, pareciera que Puebla no sólo no interesa al CEN del PAN, sino tampoco a los posibles candidatos que se mencionan, que son por cierto los mismos que se quejaban que el morenovallismo avasallaba sin dejar espacios de participación, pero ahora que pueden participar no parecen levantar la mano, porque todos se esconden.

Todo parece indicar que Puebla es plato de segunda mesa, comparado con la elección de Baja California, o al menos, esas parecen ser las señales que envía Marko Cortés. En política la forma es fondo, y Puebla parece abandonada, tristemente olvidada. Perder Puebla después de que hace no más de 60 días el PAN era el partido en el gobierno sería desastroso y todos parecen advertirlo, menos el presidente del CEN del PAN. Otros, en cambio, no sólo están haciendo lo necesario para ganar –léase Morena–, sino que cuentan con la inercia y la fortaleza que parece los llevará al inobjetable triunfo.

El PAN necesita urgentemente un líder nacional de altura que haya competido y ganado elecciones y no sólo sea un plurinominal eterno. Que sepa debatir, argumentar, cohesionar una postura clara frente al gobierno federal y al mismo tiempo conduzca a la institución a los triunfos electorales desde una propuesta claramente alternativa al partido en el poder. Eso sería lo deseable, pero no bajo la dirección del innombrable, que para efectos prácticos es lo mismo que la carabina de Ambrosio.