La Mirada Crítica
Por: Roman Sánchez Zamora / @RomansanchezZ 

Carlos, tomó un trapo de su bolsa del pantalón y se limpió el sudor.

–¡Ya tiene buen de tiempo que no he visto al guía ni a su gente!

Entonces, tomó un trago de agua, cerró su garrafa y se dio cuenta que ya solo le quedaba como un litro a lo mucho; se angustió pues no sabía cuánto más había que seguir caminando o si encontraría otra garrafa con agua.

Se sentó bajo un arbusto, asegurándose que no hubiera alguna culebra o algún alacrán, mojó su trapo y lo puso en su frente para refrescarse un poco.

–Ya llevo una semana desde que salí de casa y no veo que esto sea de suerte, esto también es de relaciones –se dijo para sí mismo. El sol era el más quemante que había sentido en toda su vida.

El sol se había ocultado. Carlos había tomado el resto de su agua, no sabía qué hacer; estaba solo, estaba en un lugar desconocido, no sabía en qué momento se había perdido.

–Caminaré dos horas y si no me regreso.

Carlos siguió caminando y se dio cuenta que bajo un matorral con unos hules blancos había dos garrafones de agua, tomó uno y dejó el otro, “suerte, estamos contigo” se podía leer.

–Bueno, no voy por un camino equivocado, ya vi que están atentos los apoyos a los paisanos –se sentó, se sacó los tenis, ya estaban muy deteriorados pero había otros, se supone que eran los mejores que tenía y los ocupaba para salir los domingos con su novia Paty.

En estos momentos pensó: ¿Qué hará mi novia?

–Vaya que sí la quería, la quiero y la querré siempre, me dijo que podíamos hacer algo importante, que no me fuera, pero si no me iba pues no podría seguir este sueño de cambiar, apoyar a mi mamá, a mis hermanos, este sueño que quiso muchas veces hacer mi papá pero nunca se animó.

–Ya estábamos preocupados por ti. De donde nos dejamos era caminar derecho y tú te fuiste hacia la derecha, de inmediato te buscamos y dejamos esa garrafa de agua, y mucho rogamos a la Virgen que te cuidara, que vieras esas garrafas y mira que tuvimos suerte, ya no sabría que hacer un muerto más en mis costillas –le dijo “El Galán”, un pollero, así se les dice a los que llevan gente entre la frontera de México y Estados Unidos.

Le dio un trago a su garrafón y siguió las instrucciones, en dos días lo verían nuevamente.

–Ponte esos tenis que están allí, te van a ir mejor que los que traes, ya un día me los pagas con otros, por el momento no quiero que algún animal te entre por esos hoyos –le dijo “El Galán” y se retiró.

Carlos en ese momento no imaginó que sería la última vez que vería al pollero. Dos meses después al “Galán” lo encontrarían muerto en su cama por congestión etílica, y es que antes de morir estaba muy contento, pues según sus cuentas ya habría pasado a mil doscientas personas y que ya estaba listo para retirarse, y dejar un trabajo tan arriesgado.

Y es que el fenómeno de la migración corresponde a un análisis integral en el que los regímenes de gobierno provocan este fenómeno, ya sea porque comienzan a perseguir políticamente a los ciudadanos, porque no exista una mayor oportunidad en sus países de origen para acceder a una vida digna o bien porque los niveles de inseguridad son muy altos.

En el caso de México la migración es eminentemente económica, sin embargo, deben enfrentarse a una serie de discriminaciones raciales, de clases sociales, ideológicas (propias de la cultura), etcétera, que humillan al migrante.

Para las personas que migran de un país a otro se torna muy complicado adaptarse al nuevo estilo de vida. Según los expertos en temas de movimientos migratorios, asumen que deberán pasar dos generaciones para que se consideren y sean considerados como parte del país al que emigraron. Así lo refiere Las vidas desperdiciadas de Bauman, El coraje de la desesperanza de Zizek, la búsqueda de esperanza que busca en nuevos territorios rehacer la vida, tener nuevos caminos, Kapuscinsky, donde la búsqueda eterna de la paz y consolidación del ser humano no dependan de las políticas migratorias que a su vez son condicionantes de los planes económicos de un país y de la indiferencia de los poderosos grupos transaccionales, como sueños vendidos a seres sin futuro.

Paty pensó: “lo extraño mucho”… Paty no sabía qué hacer, pensó que era una broma, pensó que quizá pronto cruzaría la puerta y con su gran sonrisa le diría cuánto lo sentía.

Paty no sabía que estaba embarazada, sólo sabía que atesoraba ese gran momento cuando ella y Carlos estaban juntos.

Tiempo después y por cosas de la vida Paty y Carlos se encontraron a través de Facebook, y él se pudo dar cuenta que tenía una hija y que su edad coincidía con los años en los que habían sido novios.

Carlos le preguntó: “Paty, ¿tu hija también es mía?

–Sí.

–¿Por qué no me lo dijiste? Nunca me habría ido de ti.

–No te preocupes, ni yo misma sabia, con el tiempo tu familia diría que ni era tuyo, y esas cosas no son para mí, disfruto mucho a nuestra hija y ella salió muy inteligente, le gusta la historia y estudia con sus primos.

–¿Ella sabe de mí?

–Claro que sí, sabe que trabajas mucho, que tuviste que irte porque era el sueño de tu padre.

–¿Se vendrían conmigo? Nunca me case, siempre estuve pensando en ti y mira, hoy en la mañana era el tipo más solo del mundo y ahora ya hasta papá soy.

–No, no iremos. Cuando gustes venir ya sabes se te espera con gusto y mira que me ha sorprendido que me contactarás, nunca pensé que volvieras a acordarte de mí, tu familia supo que tuve una hija y ya nunca más me volvieron a hablar, pensaron que me había casado, luego especularon, pero pues no me importa y los respeto.

–Sí, me dijeron, pero nunca pensé que Melanie fuera mi hija, tuve varios números de teléfono y nunca me anime a hablar, todos piensan que vivo en una gran mansión y no es así, se ahorra para enviar lo más que se puede, siempre he tenido dos trabajos y, vaya, ya casi hago 11 años. Por el momento no puedo ir, sino no podría regresar –dijo Carlos, mientras se asomaba a la ventana, los vecinos tenían fiesta.

–Lo sé…

Así charlaron durante horas. Carlos no daba crédito a lo que escuchaba, le envió fotos de ella, las vio, se sintió el hombre más feliz.

Se acostó, tomó el garrafón que le salvó la vida. Esa noche “Suerte, estamos contigo” aún se podía leer. –Gracias, Dios mío, y se quedó dormido.