La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

En su libro “Sin filias ni fobias. Memorias de un fiscal incómodo”, Santiago Nieto cita una frase que le dijo en tono de reproche el entonces senador Miguel Barbosa Huerta: “Te faltó grandeza”.

Nieto venía de renunciar a la lucha iniciada en contra del aparato— a raíz de su ilegal destitución como titular de la Fiscalía Especial Para Delitos Electorales— pese a contar con el apoyo incondicional de Barbosa, Manuel Bartlett y otros senadores ligados a López Obrador.

El propio Miguel Barbosa —admite Nieto a lo largo de su libro— lo había ido llevando por sus diversos cargos y buscaba convencerlo de no ceder a las brutales presiones del gobierno de Peña Nieto.

Fue inútil.

La esposa de Nieto le puso un ultimátum: “Si algo les pasa a mis hijas por tu culpa, Santiago Nieto, te vas a arrepentir”.

Eso fue suficiente para ceder ante la embestida.

El tema de la grandeza no es fácil.

Cuauhtémoc Cárdenas, por ejemplo, se dobló cuando la plaza llena del zócalo le pedía no cejar en su grito de justicia ante el fraude electoral de 1988.

No fue más allá porque le faltó grandeza.

Porfirio Muñoz Ledo lo acabó de enterrar cuando años después reveló a un diario nacional que Cárdenas bajó las banderas a cambio de jugosas concesiones gubernamentales.

Grandeza.

Ése es el tema.

Eso fue lo que le faltó a Fox cuando llegó a la Presidencia de México.

Y es que tuvo todo para cambiar el orden de las cosas, pero los negocios y el Statu Quo se lo impidieron.

Peor aún: no tuvo una mujer a su lado que lo empujara a cumplir esa exigencia nacional.

El ex fiscal Nieto quería enfrentar al régimen en un primer momento, pero la advertencia de su compañera lo desanimó

Una esposa solidaria lo hubiera acompañado en la aventura hasta las últimas consecuencias.

Miguel Barbosa es un buen ejemplo en el tema de la grandeza.

Vea el hipócrita lector este análisis despojado de mezquindad y descalificaciones fáciles :

Teniendo todo para despachar desde la comodidad que da ser parte de la élite burocrática nacional —ésa que respira en el primer cuadro de la Ciudad de México o en edificios impecables de Polanco—, prefirió  venir a Puebla a enfrentar a uno de los operadores más victoriosos de los últimos años: su ex amigo Rafael Moreno Valle.

Y vaya que tuvo varias batallas memorables en ese tránsito.

Pudo no haber venido cuando el entonces candidato López Obrador le preguntó a dónde quería ir.

“A Puebla. Quiero ser gobernador”, fue su respuesta.

Pudo haberse sumado a la campaña del hoy presidente de México desde una posición cómoda o pudo haber sido parte de ese gabinete adelantado que AMLO dio a conocer antes de las elecciones.

Pudo.

No quiso.

Prefirió, ya vimos, enfrentar su propia batalla de Puebla.

Tras la lucha encarnizada del 1 de Julio, Barbosa pudo bajar las banderas al estilo Cárdenas y negociar una salida decorosa.

Tampoco quiso.

Muy lejos de eso, impugnó con todo la elección.

Vinieron días cargados de zozobra, de piedras en las ventanas, de aullidos en las noches.

Varias cabezas de marrano —en el mejor estilo de Vito  y Michael Corleone— fueron lanzadas a su puerta.

Los candidatos a los que eligió para ir a las presidencias municipales, y a las diputaciones locales y federales, empezaron a tomar posesión de sus asientos.

Se fue quedando solo de alguna manera en las impugnaciones.

Y aunque había gestos solidarios de parte de algunos de ellos, otros y otras iniciaron la ronda de las traiciones.

Tras el fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, vino una oferta para que se sumara al nuevo gobierno federal en una posición de élite.

Tampoco quiso.

Y es que consideró injusto bajar las banderas de quienes lo apoyaron a lo largo de la guerra electoral.

Hubiera sido lo más fácil en ese momento de orfandad y con una gobernadora constitucional metida en la hechura de su Gabinete.

¿Qué quería Miguel Barbosa en un escenario como ése?

Uno: consolidar un frente de resistencia civil pacífica que impidiera eventuales embestidas en contra de los morenistas.

Dos: proteger a los diputados del Congreso local y a los presidentes municipales de Morena que temían un coletazo brutal.

No estaba solo en la tarea.

Junto con él estaban doña Rosario, su esposa, y sus dos hijos.

De hecho, doña Rosario nunca lo dejó solo.

Pudo hacerlo.

No estuvo en su cabeza tal idea.

Hoy, después del siniestro que le costó la vida a la gobernadora Martha Érika Alonso y al senador Rafael Moreno Valle, Miguel Barbosa va por una batalla más que se suma a sus muchas batallas anteriores

Frente a la comodidad de ser parte de la élite dorada —ante la tentación de sucumbir a los privilegios—, eligió nuevamente  la guerra en los llanos polvorientos y en las laderas ricas en peligros.

Suena muy fácil.

Ha sido brutalmente difícil.

No cualquiera llega a la posición en la que está con el sable en una mano y los binoculares en la otra.

Los pequeños de espíritu ya se hubieran doblado y habrían negociado lentejas por jabugo.