Diario De Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

“Los objetos son inertes y solo tienen significado en función de la vida que los emplea. Están y no están allí, como fantasmas intangibles, condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen.”

            Esto escribió Paul Auster en La Invención de la Soledad, intentando desmenuzar, como por una necesidad genuinamente obsesiva, el vació que dejó la muerte de su padre. El escritor se encuentra en los días posteriores al entierro, frente a frente con los objetos que en vida le pertenecieron: camisas, dos abrigos, plumas, televisión, cámaras, y escribe, sin parar, un extraordinario ensayo en el que elogia el peso de todo lo que ya no significan todas esas cosas.

Auster se expía, intenta entender la muerte, la soledad y la vida.

 

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            Ya hace 2 años que M. y yo tomamos las viejas cámaras de nuestros abuelos y empezamos a usarlas. Durante años fueron simplemente eso, objetos inertes, abandonados en el polvo de una caja arrumbada que no tenían más futuro que el de venderse un domingo en algún puesto de Los Sapos o, en el escenario más afortunado, pasar el resto de sus días, inmóviles en una repisa junto a objetos vintage.

Fue un domingo de enero que en un acto más curioso que romántico, M. y yo decidimos intentarlo: revivimos los fantasmas. Primero usamos la Praktica que había sido de mi abuelo, Edmundo Ávila; luego una Pentax de mi padre. Después vinieron las Polaroid de Pan -con todo y las hazañas para conseguir papel instantáneo, muchas veces caducado- y finalmente una Minolta Pocket Autopak de 110mm, que el abuelo de M., Manuel Rodríguez, había traído como la última novedad de un viaje a Japón que hizo en el 78.

Pronto nos encontramos redescubriendo la fotografía (somos de la generación de las mil fotos por minuto con un iPhone) pero también, sorpresivamente, reconociendo a las personas a las que esas cámaras un día pertenecieron.

Aprendimos cómo usar película de 35mm sin morir en el intento y pronto tuvimos una colección fotográfica  que quisimos compartir. Necesitábamos hacerlo. Entonces nombramos a eso que hacíamos -sea lo que fuere- con dos sencillas palabras, nuestras palabras: Proyecto Análogo.

            La gente que iba sabiendo de nuestra pasión por experimentar con cámaras cuyos dueños no vivían más, encontraron en nosotros las personas indicadas para darles uso: Carlos Martínez nos dió la cámara de su padre, una Rolleiflex Automat de 1949; Toño García Llaguno nos dio una Mamiya que seguimos aprendiendo a usar y el fotógrafo de Catedral, Don Demetrio Xolocotzi, nos compartió los lugares “secretos” en donde toda su vida había ido a reparar sus cámaras y conseguir película.

Hoy, después de dos años y un robo -que mejor de eso luego hablamos- seguimos en pie y observando el mundo a través de estos objetos inertes que de alguna forma nos pertenecen.

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Hace unas semanas salimos a la calle para hacer una serie fotográfica que partía de dos palabras: Naturaleza Persistente. El objetivo no era otro que el de observar cómo la naturaleza (ramas, árboles, hiedras) se han ido apropiando de los edificios abandonados en el centro de la ciudad, un tema explorado cientos de veces por artistas de todas las disciplinas y que M y yo necesitábamos, igual que Auster, como por gracia de una obsesión, mirar a través de nuestra lente analógica.

Entonces salimos sin rumbo, por el centro de Puebla y los barrios aledaños “más allá” del bulevar, otrora río.

El viaje, hay que decirlo, fue desalentador.

Decepcionante.

Dimos cuenta del deterioro de Puebla más que nunca. Las casonas, sus bardas y ventanas, muchos de ellos, a tan solo metros de donde el progreso llegó para quedarse, deteriorados, destruidos hasta el alma.

Edificios como objetos inertes cuyos dueños no es que estén muertos, sino que han dejado de pertenecer, de sentirse parte de la calle, de sentir a la ciudad como propia; personas, no muertas, pero que ya no tienen vida.

Todo va mucho más allá del chiste del mal gusto, porque no lo es, una botella rota no lo es, tampoco una ventana estrellada o un muro derruido. Es descuido, abandono y tal vez traición.

El sentido de la serie fotográfica cobró otro sentido. Ya no es lo que la naturaleza ha ido ganando, sino lo que nosotros como ciudad hemos ido perdiendo.

Vimos, M y yo, cómo Puebla se está cayendo a pedazos, como nosotros, aún en vida, hemos dejado de significar como habitantes de esta ciudad.

Seguiré contando.

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Parte de la serie Naturaleza Persistente, estará expuesta en Sekkan Galería de Arte en el Deportivo Parque España II, hasta finales de abril.

Pueden visitarnos en Instagram: @proyectoanalogo

Proyecto Análogo

 

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PS

Yo quería ser Escorpión pero me registraron tarde.