Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Se viene un huracán en mayo y llevará por nombre Elton.

Se los digo.

Cuando se estrene la película biográfica del pianista más famoso de la música contemporánea, cuyo trailer  plantó expectativa y nostalgia -elementos indispensables de la industria actual- es muy seguro que habremos de ver el mismo efecto que con Bohemian Rhapsody: la música de Reginald Kenneth Dwight tomará un segundo aire y será reproducida en todos los medios hasta el cansancio y la enajenación.

¿Y por qué? Bueno, pues porque Elton funciona. Simplemente funciona. Siempre lo ha hecho.

Elton John es absolutamente todo lo que el pintor londinense Richard Hamilton manifestó sobre el Arte Pop: es popular, transitorio, gastable, bajo costo, producido en masa, joven, ingenioso, sexy, engañoso, glamoroso y poderoso.

Elton John es la epítome del Pop, es un collage del mismo Hamilton, un pastiche de lentejuelas, lentes de estrella, disfraces de Pato Donald -y de lo que usted quiera-, bufandas de pluma, pianos rojos y luces, muchas luces.

Pero el pop, gran sorpresa, nunca redime; mata a los que están vivos y revive a los que han muerto hace tiempo.

La película, Rocket Man, dirigida por Dexter Fletcher, matará a Elton John antes de que la naturaleza o el destino lo hagan; Elton será una víctima más del negocio redondo que son las biopics: resucitar al muerto, matarlo en vida, lucrar con absolutamente todo lo que lleve su nombre. Ganar un Oscar, invitar al artista en cuestión a hacer una actuación memorable en esta u otra ceremonia.

Repetir la fórmula.

Porque el Pop, amigos, también es injusto: ignora a los que de por sí nunca estuvieron ni vivos ni muertos, a los que viven en las sombras.

Porque el Pop, deberíamos agregar al manifiesto de Richard Hamilton, es definitivamente oportunista.

Y con toda esta antesala de la tormenta a mí me salta una gran duda: ¿Qué lugar tendrá Bernie Taupin dentro de la trama?

Porque vamos, hay que decirlo: nadie piensa en Bernie.

         Taupin forma parte de aquel espectro del negocio de la música que nunca sale a flote, cuyo trabajo está destinado a opacarse por el resto de los tiempos y las luces, ese espectro de héroes no conocidos al que pertenecen productores, arreglistas, novias traicioneras, amigos consejeros, ingenieros, diseñadores, músicos de estudio y jala cables.

Bernie Taupin es un letrista, un poeta, un contador de cuentos. Sin él, Elton no sería ni sexy, ni popular, ni joven, ni transitorio, ni poderoso…

            No me malentiendan, no estoy diciendo que Elton John no sea nada. Al contrario, a mí Bernie Taupin me da una servilleta con un poema y no compongo ni media canción.

Pero sin Bernie, Elton no tendría ni un hombre cohete, ni un camino de ladrillos amarillos, ni una Grey Seal y por supuesto, sin Bernie, Elton no hubiera tenido jamás una Tiny Dancer.

Bernie Taupin creó los mundos y Elton simplemente los andamio con acordes y una interpretación impecable.

¿Será que la música es muy injusta a veces? Ya ven, igual que con Paul Simon: la música opaca hasta las letras más brillantes, pero está bien, es casi una ley de la física, solo falta poner un poco de atención para darnos cuenta que los autores de esas letras, son también escritores que lo mismo nos llevan al espacio a conocer a Bennie and the Jets, que al cielo a volar con un manojo de globos inflados con helio de la mano de Levon.

Las canciones son mundos, y es posible que Bernie Taupin sea el mejor creador de aquellos mundos.

Pero eso de que el Pop nunca redima, también tiene sus ventajas: si cuando llegue el huracán se lleva consigo la música de Elton, al menos tendremos todavía los mundos intactos inventados por Taupin.

Porque sí, digámoslo, nadie piensa nunca en Bernie.

 

***

PS

 

Los niños bautizados bajo el nombre de Venancio, Brígida o Jovita, envejecerán automáticamente setenta años.