Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Cuéntanos tu tiempo, me dijeron. Cuéntanos tu mundo, habla por tu generación –lo que sea que eso signifique–, que cada una tiene un hijo que debería hablar sobre el tiempo y mundo que habita; cantarlo, contarlo, escribirlo, relatarlo.

Pero yo pienso –porque resulta que a veces pienso– que hay demasiadas pretensiones en querer contar el tiempo de uno, en buscar resumir en una sola cosa (en un tuit, digamos) el pedazo de tierra y linea que nos tocó vivir.

¿Qué demonios nos creemos? ¿De dónde nos sacamos que tenemos el derecho y la unción de contar nuestra propia historia?

Mi generación tiene un mal, uno muy grande, el de pensar que todo lo puede, que nada la detiene, que si queremos podemos, que hasta lo que no podemos conseguimos; que los padecimientos son herencia, que los vasos de agua son letales y tan grandes como un océano. Sufrimos de ese mal de querer salvar al mundo (o de opinar acerca de ello). Nos debemos el favor de salvarlo.

Sufrimos el mal de pensar que el mundo cabe en un tuit.

El mundo no cabe en un tuit.

            Y si sí lo hace, entonces no es tan grande como yo pensaba.

Nos estancamos en una infancia eterna que nos dota de presunciones y pretensiones inimaginables. Nos sentimos con licencias extensas e infinitas, creemos sostener el mundo cuando él se sostiene solo.

Siempre lo ha hecho.

Y sí, lo he intentado, contar mi tiempo, pero por más que trato no puedo hacerlo, porque eso, lo de contar el mundo parece estar reservado a quienes hacen la agenda, la orden del día. Irónico. Yo, la única agenda que llevo, es una con dibujos de Liniers que empecé muy entusiasta a usar el primero de enero y que lucho, cada día, por no abandonar.

Metáfora de mi cabeza.

¡Cuenta tu tiempo!, ¡habla por él!, ¡dime los problemas que aquejan tu entorno!, porque cada generación tiene un Cervantes, un Dylan, un Dickens, un Whitman, un Rulfo.

Eso me dicen.

Pero también cada generación tienen un viajero sin propósito.

 

***

Llámenle un acto de ocio puro y duro, pero conté, un viernes ya muy noche, todas las taquerías que hay en la 31 oriente-poniente. Si mis cálculos son correctos hay 18, no tomando en cuenta un negocio que, bajo engaño cruel anuncia “Tacos Norteños” cuando no es más que un puesto de burritos estilo Coahuila.

Más tarde ese mismo día conté también todas las taquerías de Calzada Zavaleta y perdí una apuesta con M. –¿qué demonios estaba pensando?– porque yo juraba y perjuraba que en dicha avenida habían más tacos que en la 31.

En mi desesperación intenté agregar a mi lista los Kebabs, alegando que al fin de cuentas es un pedazo de cordero envuelto en una tortilla de harina, a lo que M. contestó que entonces habría de contar también los “Tacos Norteños” de la 31.

Perdí.

Y se burlarán de esa inverosímil y ociosa actividad, pero en mí, después de aquel censo improvisado, surgieron muchas dudas y preocupaciones: hay más tacos que vida.             

***

 

Hasta el lunes por la noche vi jamás en Puebla una taquería atendida sólo por mujeres.

Verán, el taco es esta institución que además de no estar reconocida oficialmente, es puramente varonil y machista, siendo el epítome del taquero este hombre panzón y bajito, hábil del cuchillo, tierno con su trompo y vehemente con el hacha al tronco, de mal genio pero amable.

El lunes destruí de mi cabeza tal estereotipo cuando entramos a la taquería Mocambo, atendida por tres experimentadas taqueras que hacen unos de los mejores que he probado. Sueltan el albur cuando pides dos de longaniza sin verdura, cuando preguntan si la quieres picada o entera.

Hacen lo suyo y lo hacen bien. El mundo no les corre, ni el tiempo ni nada.

Cuéntanos tu tiempo, háblanos del mundo. Yo lo único que puedo contar son las taquerías que hay del punto A al punto B y preocuparme luego por no haber ido ni a cinco de ellas.

Perdón.

No puedo ofrecer ni polémicas ni luchas virtuales, yo lo único que ofrezco –y que sé hacer– es contarles que el lunes vi a una mujer hacer un taco.

El mejor de todos.

Nada más.

Yo así cuento mi tiempo, porque el mundo no me cabe en el bolsillo. Porque llámenme inconsciente, pero eso de apresar el agua con el puño no es lo mío.

 

Seguiré contando.

 

***

PS

Pedir taco con copia para no gastar.