Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río 

El domingo, en los foros para discutir los ejes para la construcción del Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, el presidente, Andrés Manuel López Obrador, declaró acabado el modelo económico neoliberal. “Es momento de expresar que, para nosotros, ya se terminó esa pesadilla (…) Quedan abolidas las dos cosas: el modelo neoliberal con su política económica de pillaje, antipopular y entreguista”.

El neoliberalismo ha sido el caballito de batalla de López Obrador desde que apareció en la escena política nacional, hace tres décadas. Seguramente soñaba con la posibilidad de declararlo muerto, como quien decreta la abolición de la esclavitud o la erradicación de una enfermedad.

El problema es que, a diferencia de los dos casos anteriores, el neoliberalismo –esa bestia negra a la que se quiere acusar de todos los males– no es algo asible, sino un concepto que se utiliza de forma peyorativa para denominar una serie de medidas de política económica.

Pero aun si se pudiera, con rigor académico, llamar neoliberal a la política económica prevaleciente en la mayor parte del mundo, ¿qué significa abolirla?

¿Quiere decir, acaso, que México se apartará de la globalización y renunciará a todos los acuerdos de libre comercio de los que es parte? ¿Renunciará al equilibrio fiscal, uno de los principios esbozados por quienes son señalados como economistas neoliberales? Ése es el problema de las etiquetas. La llamada escuela neoliberal nació como algo muy distinto, prácticamente lo contrario a lo que se entiende hoy.

De acuerdo con la versión más conocida, el término fue acuñado en una pequeña conferencia en París, en 1938, ahora conocida como coloquio Walter Lippmann. Algunos de los asistentes a la reunión –entre ellos, los austriacos Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek– propusieron apartarse de los preceptos del laissez-faire del liberalismo clásico y abrazar una mayor intervención estatal en la economía, a fin de enfrentar los efectos de la Gran Depresión y el ascenso del fascismo en Europa.

Incluso el filósofo francés Michel Foucault se refirió al susodicho coloquio en una serie de conferencias a finales de los años 70, donde dijo que “en todos los textos de los neoliberales encontramos la propuesta de que el gobierno sea activo, vigilante e interventor en un régimen liberal”.

Fue mucho más tarde, a finales de los años 80, cuando el término adquirió la connotación conspirativa que hoy tiene: un malicioso espectro global, de diseño consciente, que ejerce el poder económico de forma ventajosa para extraer ganancias de las personas marginadas del mundo.      

Pero incluso suponiendo que el neoliberalismo fuese ese conjunto de políticas económicas que favorecen la globalización, el libre comercio, la no intervención del Estado en la economía y la privatización de empresas públicas, etcétera, es muy difícil argumentar que esas políticas son responsables de los males que algunos les atribuyen.

Basta cruzar la lista de las economías más libres del mundo con las de mayor desarrollo humano y encontrará uno muchas coincidencias. Nueve de los 15 países que encabezan una y otra listas son los mismos: Australia, Canadá, Dinamarca, Irlanda, Islandia, Reino Unido, Singapur, Suecia y Suiza.

Sin duda, podemos encontrar fallas en la distribución del ingreso de los mexicanos en los últimos 30 o 40 años, pero eso no tiene que ver con el llamado neoliberalismo, o lo que se entiende por él, sino con la falta de políticas económicas liberales o su deficiente aplicación–como la sustitución de la libre competencia por los compadrazgos entre empresas y gobierno–, así como la educación pública atrofiada, la ausencia del Estado de derecho y la rampante corrupción.