Garganta Profunda
Por: Arturo Luna Silva / @ALunaSilva

Que el presidente Andrés Manuel López Obrador es un amante, y profundo conocedor, del beisbol, “el rey de los deportes”, y que esa afición y ese conocimiento los aplica a los asuntos políticos que le toca atender, quedó nuevamente demostrado con la resolución del caso Puebla y la confirmación de que Luis Miguel Barbosa será nuevamente el candidato de Morena y PT –con el PVEM ahora sumado a la coalición Juntos Haremos Historia– al gobierno de Puebla para la elección extraordinaria del 2 de junio.

Desde el 25 de diciembre, un día después del trágico helicopterazo que costó la vida de la gobernadora Martha Erika Alonso y el senador Rafael Moreno Valle, el Presidente de México supo que la decisión recaería en Barbosa.

Y por eso intencionalmente se la pasó concediendo base por bolas a quien para él siempre fue no solo el candidato, sino el “verdadero gobernador de Puebla”, como la ha expresado varias veces en público y en privado, pues sostiene –y seguirá haciéndolo– la versión de que en 2018 fue víctima de un fraude por parte del morenovallismo.

Ni siquiera hubo necesidad de conectar de hit o jonrón para que su “bateador designado” avanzara con facilidad las cuatro almohadillas del diamante hasta anotar “carrera limpia”; bastó con hacer una muy estudiada “jugada de distracción” consistente en alargar el proceso interno –llevarlo hasta extra innings, pues–, con el único pero muy obvio fin de desgastar a Alejandro Armenta, el principal rival de Barbosa, y evitar sobre todo que, ante lo evidente, se convirtiera en candidato del PRI o incluso de una coalición encabezada por el PAN como se especuló hace un par de semanas.

López Obrador ordenó a la dirigente nacional de Morena,Yeidckol Polevnsky, prolongar hasta lo imposible la decisión tomada meses antes en Palacio Nacional, para impedir que Armenta rompiera con el partido que lo hizo senador y pudiera tener margen de maniobra y contar el tiempo legal adecuado para aparecer en la boleta como candidato de una fuerza distinta al Movimiento Regeneración Nacional, como se planteó en el equipo armentista en el momento en que se convencieron de que Barbosa y sólo Barbosa sería el elegido como champion bat.

La definición en el PAN a favor del académico Enrique Cárdenas –apoyado también por Movimiento Ciudadano y PRD– y en el PRI a favor de Alberto Jiménez Merino, fue el momento perfecto para concretar la unción de un Luis Miguel Barbosa que ni un segundo dudó en llegar hasta el home plate pese a todos los double play, fouls, swings y robos de base intentados por un Alejandro Armenta que, además, tuvo la mala idea de pelearse con Polevnsky, el rudo umpire de un juego de más de nueve entradas que manejó todo a su antojo desde la esquina caliente.

Atado, así, de manos, será cuestión de ver qué camino decide tomar Armenta: la ruptura o la negociación con un Barbosa que, en muchos sentidos, empezó a gobernar el estado desde hace varias semanas, lo que sólo los atentos observadores lograron registrar desde el bullpen del poder. Armenta se tomó la foto colectiva pero no estuvo presente en la rueda de prensa en la que Polevnsky hizo el anuncio de la candidatura de Barbosa.

Por lo demás, López Obrador siente que la vida, y la política, le deben la gubernatura de Puebla a Luis Miguel Barbosa, atacado hasta la saciedad por sus enemigos con el manoseado expediente de su salud, una sospecha que él mismo se ha encargado de contrarrestar afirmando, medio en broma, medio en serio, que está “más fresco que una lechuga”.

De alguna forma, y guardando las proporciones, AMLO se refleja en Barbosa; se identifica con su persistencia, su férrea voluntad para no doblarse y su terquedad para no claudicar incluso ante el más adverso de los escenarios, como el día cuando el IEE dio el triunfo a Martha Erika Alonso y aquella tarde-noche de sábado en que el TEPJF falló en su contra, un momento cumbre en el que empezó a quedarse solo y a conocer a sus verdaderos amigos y aliados; ni así Barbosa se bajó del barco y ni así aceptó los ofrecimientos de trabajo que le ofrecieron desde el entorno familiar del Presidente: siguió adelante hasta que el 24 de diciembre el destino dio un giro sorprendente y él volvió a ser dueño de su tiempo y de su circunstancia.

López Obrador se ve en Barbosa porque López Obrador tampoco nunca claudicó, ni siquiera cuando Vicente Fox lo quiso desaforar para sacarlo de la jugada y menos cuando se dijo víctima de un fraude histórico de Felipe Calderón y los grupos de interés alrededor del panista.

No había –nunca hubo– forma ni razón para que el Presidente tuviera un candidato diferente a Barbosa, gran beneficiario del “juego perfecto” –aquel en el que un equipo no permite a ningún bateador del equipo contrario alcanzar base por ninguna circunstancia–; el “juego perfecto” planeado y supervisado por un manager astuto y experimentado como Andrés Manuel López Obrador.