Diario de Viaje
Por: Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

Un video con fallas de origen relata cómo caen escombros de un cielo diáfano; imagen que a primera, me resulta confusa. Poco a poco la cámara me revela lo que puede: pedazos de metal, un zapato, papeles humeantes, un portafolio tirado. El lugar, creo, es una zona de guerra y las cenizas siguen cayendo, vienen del cielo y terminan postradas en el suelo en un desorden de tinte apocalíptico.

Quien filma lo hace con la imprecisión de la premura periodística. Por sus movimientos errantes sé que no conoce el lugar, o mejor dicho, las condiciones del lugar. Filma con miedo. Abre la toma, deja ver una plaza, una plancha extensa de concreto rodeada de edificios modernos. El silencio domina, y sólo a veces es interrumpido por explosiones lejanas, arrítmicas y por las pisadas torpes del camarógrafo.

La plaza parece haber sido abandonada de un momento a otro, como si la humanidad hubiese sido borrada y quien filma fuese el último testigo de la soledad del fin del mundo.

De pronto, el encuadre se abre y se eleva al mismo tiempo, dejando ver el origen de las explosiones y de los escombros. Son las Torres Gemelas, todavía en pie, con los pisos superiores en llamas y una columna colosal de humo negro emanando de sus entrañas.

Ahora lo sé. Es 11 de septiembre del 2001 y han pasado solo minutos desde que el segundo avión se estrellara, dejando los alrededores, a pie de tierra, desolados por la evacuación.

Crujidos y llamas no están a más de 100 metros de quien filma. La ausencia de sonidos humanos es delirante. Pero escucho algo al fondo, subo el volumen de mi computadora y pongo atención. Es música. ¿Pero cómo? No forma parte del video. ¿O sí? La piel se me eriza inevitablemente. Sigo mi lógica y descarto que el video haya sido editado.

Me doy cuenta: la música que ahora escucho es el Muzak de la plaza del World Trade Center, música manufacturada para vestir consultorios, supermercados y plazas públicas. Música deprimente hecha para amenizar las escenas de la vida cotidiana y que fue muy popular hasta la década de los noventa, y que ahí, esa mañana del 11 de septiembre, siguió sonando hasta que se derrumbó la primera torre.

Si la escena ya era espeluznante, ahora con la música de fondo, se torna surrealista.

El camarógrafo se acerca a la bocina por lo que la música es cada vez más intensa. Reconozco la canción que con el arreglo instrumental del Muzak, se torna simplona, molesta.

Quien filma hace un total acercamiento a los pisos superiores y noto que un pedazo de metal está apunto de desprenderse. Pero veo bien, no es un pedazo de metal, es un hombre vestido de traje, que tras casi una hora de soportar el fuego y el humo decidió aventarse desde una altura de 300 metros, prefiriendo esa muerte que el horror del fuego.

El hombre no salta, simplemente se deja caer, extiende los brazos. El Muzak sigue sonando, la canción ha alcanzado su parte más álgida. La corbata del hombre revolotea y antes de que toque el suelo, quien filma, conduce la cámara nuevamente hacia arriba para evitar ver el destino fatal del hombre. Un golpe seco se escucha, como el de una tabla de metal cayendo golpeando el suelo.

El sonido es el fin trágico de una vida.

Y el Muzak siguió sonando.

 

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Lo que describo antes es uno de los pocos materiales gráficos que se tomaron desde el pie de las Torres Gemelas aquel día fatídico. YouTube, como es común, no da los créditos correspondientes.

Esa misma noche en que vi el video, tuve pesadillas con Muzak. Al otro día, leía un pasaje de un libro que hablaba sobre la audiovisión, que es la relación de la imagen y el sonido.

Michel Chion, escritor, músico e investigador francés, ha dedicado su vida al estudio de la música y la imagen. Sus teorías se han convertido en extensos tratados sobre la historia del cine y su eterna relación con el sonido. Según Chion, existen diferentes tipos de música para acompañar la imagen, uno de ellos es la Música Anempática. Esta se define así por expresar un sentido totalmente contrario al de la imagen. Ejemplo: una escena violenta acompañada de alguna sinfonía de Beethoven; o una escena triste, donde el personaje llora frente a una playa, acompañada del funk de James Brown.

El principio anempático de Chion sostiene que la música tiene el poder de ironizar el mensaje de una escena, por más explícita que esta sea con su mensaje.

Ahora, ¿si llevamos este principio a la realidad?

Para ilustrar mejor esta teoría, vean ustedes el único video conocido del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Mientras la multitud camina y el candidato es rodeado por una confusión tremenda, La Culebra, interpretada por la Banda Machos, suena a todo volumen. Aparece una pistola, se recarga en la sien de Colosio y suena la explosión.

La Culebra, anempática, sigue sonando y el hecho queda grabado con esa música de acompañamiento.

Subestimamos la música y su poder de hacer que la realidad, a veces, supere a la ficción.

 

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PS

¡Ya basta de jacarandas!