Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio

BILBAO.— “Aquí no hablamos de política en público”, se sincera el taxista cuando se le pide una opinión sobre el diferendo surgido en torno de la exigencia de disculpa que mandó el presidente Andrés Manuel López Obrador al rey Felipe VI a causa de los abusos cometidos por los conquistadores hace 500 años.

Algo que debiera ser normal en democracia –debatir los asuntos de interés público– se disculpa acá en el País Vasco por la enorme capacidad destructiva que generó el discurso de odio y polarización que servía de base ideológica a ETA.

Afortunadamente, el grupo terrorista se ha desbandado, luego de anunciar su cese al fuego definitivo en octubre de 2011, y Bilbao ha resurgido de la violencia como una ciudad esplendorosa con una economía boyante, que ha crecido a un ritmo promedio anual de 3.8% en el último lustro.

De ser un puerto industrial sucio y peligroso, Bilbao es hoy una ciudad que recibe un gran flujo de turistas, algo que sería impensable hace dos décadas.

¿Cómo lo logró? Con inversión. En 2016 recibió 2 mil 17 millones de euros en IED, cifra que fue superada ampliamente al año siguiente: 2 mil 687 millones de euros.

¿Cómo pasó eso? Con aplicación de la ley y seguridad jurídica para las inversionistas.

Si en algún lugar fue derrotado el discurso estatista –que además venía acompañado de violencia– fue aquí en Bilbao. Los locales dicen que ya sólo le falta tener buen clima porque la ciudad ya se cuenta entre las más limpias y seguras de España y también entre las que tienen las mejores opciones para comer.

Aproveché mi estadía para visitar los barrios donde surgió la violencia terrorista, como Santutxu, en la margen derecha de la ría, y el casco viejo de la ciudad. Caminé desde el Museo Guggenheim –epicentro de la resurrección de la ciudad– hasta el lugar donde nacieron los más crueles y sanguinarios miembros de ETA, como Mikel Garikoitz Aspiazu, mejor conocido como Txeroki, condenado a 377 años de prisión.

Pasé por Ziburu, el bar donde éste servía tragos antes de convertirse en el jefe militar de la banda terrorista, y llegué hasta la calle Juan Gardeazábal, donde se crio.

En todos lados, comercios abiertos y mesas llenas.

Significativo es que muchos locales anuncien música rock y comida internacional y tengan letreros en inglés, cosas con las que ETA, en su furor nacionalista, hubiese acabado en cualquier instante.

La tintorería Fast and Clean y el supermercado Simply, instalados en aceras opuestas de la calle Santutxu, disfrutan la fortaleza económica de la ciudad. En tiempos buenos ser el barrio más densamente poblado de Europa tiene sus ventajas.

Poco queda de la propaganda filoetarra que hace apenas unos años llenaba las paredes de Santutxu. Apenas unos cuantos carteles carcomidos por el sol.

Los terroristas de ayer, liberados de prisión, cuentan en documentales en Netflix y otros formatos cómo aquello a lo que dedicaron su juventud no valió la pena para nada.

La ideología que mataba y producía pobreza se terminó con la aplicación de las reglas básicas que han mostrado su capacidad a nivel internacional de generar desarrollo y prosperidad, sobre todo cuando se hace con paciencia: Estado de derecho, seguridad jurídica, libre competencia e innovación.

A Bilbao le tomó dos décadas lograrlo. Hay quienes, en otras latitudes, tiran la toalla al cabo de cinco años y alegan que la falta de resultados es una razón para volver a implantar políticas económicas proteccionistas que de sobra han probado su ineficacia.